Paula Maddox
A Marga y a su familia les cambió la vida cuando, en 2013, los médicos detectaron que su hijo pequeño tenía leucemia.
«Ahora, con todo el tema del confinamiento, a veces pienso… ¿De qué nos quejamos? ¿De tener que quedarnos en casa sanos y a salvo?». Con esta pregunta, Marga de Luna comienza su relato a Aquí Madrid sobre cómo están viviendo el confinamiento con su hijo.
Apenas tenía tres años cuando el mundo de Mario se paralizó. «Era el momento de empezar el colegio, a relacionarse, a crecer… y de un día para otro nuestra vida se convirtió en estar pendientes de una nueva analítica», cuenta.
De repente, comenzaron a ver la vida a través de la ventana del Hospital La Paz, en Madrid. «Aunque no solo teníamos a Mario, también teníamos a su hermana melliza Ruth y a otra dos años mayor. Y eso fue una de las cosas que nos costó gestionar al principio, pues había una gran diferencia entre la vida que llevaba cada uno».
«Recuerdo una vez que mi marido me mandó una foto de Ruth yéndose de excursión con el colegio. Yo estaba en el hospital porque a Mario le tocaba punción lumbar. En ese momento, mi hijo estaba con las enfermeras, riéndose, así que decidí hacerle una foto y se la mandé a mi marido diciéndole: mira, él también se va de excursión».
Y es que, como madre, toda la fuerza que sacaba era gracias a su pequeño. «Él me enseñó que siempre hay que tener una sonrisa. Que hasta lo malo tiene su fin».
Por eso, no llega a entender por qué en estos momentos de confinamiento el ambiente está tan crispado por no poder salir a la calle. «Supongo que después de todo lo que hemos vivido, lo de estar encerrados ahora no me parece tan grave».
En los dos años y medio que duró el tratamiento del niño, se acostumbraron a estar encerrados, de ahí que «ahora sepamos aguantar todos muy bien aquí juntos, en casa. Tenemos un master en aislamiento», dice bromeando.
Un mundo de fantasía
El tener que pasar tantas horas y tantos días en un hospital llevó a Marga a intentar crear un bonito mundo para su hijo. «Le dije que tenía un bicho malo en el cuerpo y que había que tener muchos soldaditos para combatirlo».
Además, en el hospital, fundaciones como Juegaterapia se encargan de hacer que esa realidad no sea tan triste mediante juegos y maquinitas.
«De hecho, cuando apenas tenía cuatro años, una fundación se lo llevó de viaje a Tenerife. Al principio me dio un poco de apuro porque era demasiado pequeño, pero pensé… si la vida le ha hecho vivir cosas horribles, ¿cómo voy a ser yo la que no le deje vivir una experiencia tan bonita como irse de viaje?», cuenta.
Estas son las anécdotas que Mario, que ya tiene diez años, también recuerda. «Se acuerda mucho de las excursiones. Hubo otra vez que se lo llevaron a Cantabria a ver el Palacio de la Magdalena, y también pudieron ir sus hermanas».
Aún así, «haber pasado por esto hace que conozcas a un montón de padres que no han tenido la misma suerte que nosotros. Y eso produce sentimientos contradictorios», dice.
«Yo no tengo ningún derecho a quejarme porque soy una privilegiada». Por eso, desde que Mario superó la leucemia, Marga dedica su vida a aquellas asociaciones que en su momento le ayudaron a ella.
«Allá donde me dicen, voy. No me preocupo por mi jubilación cuando hay niños que ni siquiera pueden empezar el cole».
Secuelas de la enfermedad
Durante el tratamiento, hubo varios momentos en los que el pequeño perdió la vista e incluso la capacidad de andar.
Sin embargo, Mario pasó tanto tiempo apartado de la sociedad y rodeado de personas mayores (enfermeras, familia…) que lo que más le cuesta a día de hoy es relacionarse con otros niños. «Él razona y piensa de otra manera, como si fuera mayor».
De todas formas, ahora ya recuperado y con la enfermedad parada, el niño tiene todo un futuro por delante. «Es muy alegre, dice que de mayor quiere ser chef de cocina y que va a tener dos restaurantes y una casa grandísima con perros. Nunca se plantea que tengan que volver a ingresarle», confiesa Marga.
Y es que, al final, muchas veces son los niños quienes nos acaban dando las mayores lecciones de la vida.
[…] Todo fue inesperado. Tras unos dolores repentinos en la espalda, los padres de María la llevaron al hospital, donde le diagnosticaron Sarcoma de Ewing paravertebral, y ahí comenzó su lucha. «Al principio nunca te imaginas una noticia así. Lo primero que me preocupó fue la caída del pelo, pero luego te das cuenta de que lo realmente importante es salir adelante». […]