Las personas con discapacidad viven confinadas en su universo. Ese que no se comparte porque salir de la zona de confort, supone, a todas luces, entender cómo puede deambular una persona que no ve por una ciudad como Nueva York, o cómo puede coger el metro alguien que vaya en silla de ruedas en Madrid.

Más de 1500 millones de personas con discapacidad se enfrentan a barreras arquitectónicas, a problemas asociados a la incomprensión de los demás; al estigma de la discapacidad; a la falta de accesibilidad; a la nula inclusión; a la carencia de medios; a la falta personas que conozcan la lengua de signos; a la no señalización apropiada; a todo aquello que no se hace para todos, pero que echamos en falta solo si alguna vez, por algún accidente, cambia nuestra forma de leer, de ver, de caminar, de vivir, en definitiva.

A pesar de los numerosos mensajes que se vuelcan a diario en torno a la discapacidad, la accesibilidad y la inclusión, lo cierto es que la sociedad, cree que se ha hecho mucho y existen avances, pero los afectados, ven escasos medios; muy pocas ayudas y una invisibilidad latente que se palpa en el día a día.

En esta época de confinamiento, las personas con discapacidad se ven asistidas por sus respectivas familias, que son las que les permiten seguir viviendo sin que esas carencias se visibilicen. Nadie sospecha cómo puede hacer la compra una persona con discapacidad visual si las webs, la mayoría, no son accesibles para todos. Cómo es factible que una persona sorda, acceda a contenidos para entretenerse si casi toda la programación está hecha para los demás. Quizá no nos preguntamos cómo accede una persona a una tienda si no camina, si está confinada en una casa sin ascensor.

Ciertamente dentro de los objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), los derechos de las personas con discapacidad, esos que se citan referidos en la Convención de Derechos de las Persona con Discapacidad de la ONU, deberían existir ya una política social que amparara a los colectivos, cada vez, más numerosos, de discapacidad, porque en la edad adulta, al llegar la vejez, la discapacidad sobrevenida asola como otra pandemia a las familias.

Personas que dejan de ver, que dejan de oír, personas que realmente ya no pueden caminar como antes, hace que su vida, la que antes era autónoma y no precisaba de ayudas, se materialice en un terrible abandono porque entonces, y solo, entonces, se ve que el ascensor está en la entreplanta; los contenidos no son audiodescritos o no se puede ir al teatro si no existe un bucle magnético.

Se ha hablado mucho del empoderamiento de este colectivo, de su bienestar social, de la pertenencia y dignidad asociadas al mero reconocimiento de su propia discapacidad pero lo cierto, es que en momentos concretos, en otros especiales como el que nos ocupa, con la COVID-19, en pleno siglo XXI se ha vuelto a materializar la vulnerabilidad de un colectivo que no solo no ha evolucionado sino que está más carente que nunca de ayudas, (me refiero en plural). Ayudas técnicas, humanas, sociales, políticas que verdaderamente amparen a las personas que sin sus familiares no son independientes ni podrán serlo jamás.

Repensar modelos de discapacidad sería tanto como hacer accesibles las ciudades, los bares, las tiendas, etc. en donde hoy todo no es para todos. La eliminación de las barreras, de los obstáculos estructurales y de todo cuanto no sea accesible como medio de vida, es tanto como volver a comenzar la tarea y no improvisar con programas que reflejan, una vez más, que son los que nadie ve, pero adonde llegaremos todos, sin dejar uno.

El informe demoledor de Naciones Unidas cifra en 200 millones de personas con discapacidad que realmente experimentan serias dificultades para vivir. La prevalencia, como he citado antes, irá aumentando con las enfermedades crónicas, la vejez, la edad y los trastornos asociados a la salud mental, que generarán otras discapacidades quizá más complejas, porque aunarán varios problemas que hoy, no vemos nuestros.

El Informe mundial sobre la discapacidad propone medidas para todas las partes interesadas incluidos los gobiernos, las organizaciones de la sociedad civil y las organizaciones de personas con discapacidad para crear entornos favorables, para que promuevan la rehabilitación y los servicios de apoyo; para que aseguren una adecuada protección social; para que creen políticas y programas inclusivos, así como normas y legislaciones, nuevas o existentes, en beneficio de las personas con discapacidad y de la comunidad en general. Las personas con discapacidad deberían ocupar un lugar central en esos esfuerzos; un modelo inclusivo que previera lo que hoy es inviable e invisible. Un lugar, al que necesariamente llegaremos todos, tarde o temprano. El lugar, que hoy, en plena pandemia, no conocemos y por tanto, no vemos nuestro.

Ana De Luis Otero
Periodista. Doctora en Ciencias de la Información. PhD. Máster en Dirección Comercial y Marketing. Fotógrafo. Consultora de Comunicación Socia directora LOQUETUNOVES.COM; Presidenta de D.O.C.E.( Discapacitados Otros Ciegos de España); Secretaria General del Consejo Español para la Defensa de la Discapacidad y la Dependencia (CEDDD); Miembro del CEDDD autonómico de la Comunidad de Madrid; Miembro del Consejo Asesor de la Fundación López-Ibor; Miembro del Comité de Ética de Eulen Sociosanitarios; Miembro de The International Media Conferences on Human Rights (United Nations, Switzerland); exdirectora del diario Qué Dicen. Divulgadora científica, comprometida con la discapacidad y la accesibilidad universal. Embajadora de honor "Ñ". Representante en EASPD Europe del CEDDD Inclusive Life

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