Daniel Ureña1

La clave de los debates no es memorizar una larga lista de cifras y datos, sino cómo conectar con la audiencia y cómo adaptarse a los códigos y el lenguaje de la TV. Un mensaje claro y contundente no tiene que estar reñido con un estilo aburrido.

Todo un desafío para Donald Trump y Joe Biden, quienes tenían que superar las connotaciones negativas del primer debate sucio, bronco y embarrado de los candidatos a la presidencia de Estados Unidos, en los comicios previstos para noviembre 2020.

1. Un debate más civilizado

Los dos candidatos aprendieron la lección y el debate fue más civilizado que el primero, si bien no estuvo exento de ataques personales, descalificaciones e interrupciones. La medida tomada por la organización de silenciar el micrófono mientras cada aspirante escuchaba la intervención inicial de su adversario en cada turno funcionó. El resultado fue un cara a cara más ordenado y, por tanto, para los estándares de la televisión, más aburrido. No obstante, en estos tiempos, es una buena noticia.

2. Trump salió reforzado

Al presidente Trump se le vio mucho más disciplinado. Hizo una gran intervención al inicio contextualizando la gestión de la crisis del COVID y anunció la llegada de una vacuna en las próximas semanas, antes de final de año. Acusó a Biden y su familia de haberse enriquecido durante su etapa como vicepresidente y trató de desmontar sus ataques recordando que el demócrata llevaba 47 años en política y preguntando por qué no había puesto en marcha las medidas que ahora promete en todo ese tiempo. Frente al primer debate, Trump se dirigió a las comunidades afroamericanas, hispanas y asiáticas recordando que hasta la llegada de la pandemia habían tenido sus mejores datos económicos en muchas décadas. Estuvo ágil al tratar de ser arrinconado sobre el espinoso asunto de los niños separados de sus padres en la frontera, recordando la responsabilidad de los demócratas: «¿Quién construyó las jaulas, Joe?»

3. Biden aguantó el tipo

Joe Biden ha conseguido sobrevivir a los debates, uno de los tragos más difíciles que a priori tenía durante la campaña. Biden nunca ha sido un gran orador y menos en este formato. Al igual que en el primer debate, Biden trataba de apelar a los espectadores y para ello tiró del argumentario de Obama: esto no va de estados rojos frente a estados azules; seré un presidente americano para todos; hay que elegir entre la esperanza frente al miedo; etc. Fue de más a menos. Se le notó incómodo mirando el reloj cuando se anunció el bloque sobre medio ambiente, la parte donde se metió en más de un jardín hablando del fracking o de su intención de acabar con la industria del petróleo, fundamental en zonas como Texas o Pennsylvania, dos de los estados que decidirán al ganador. 

4. La moderadora hizo un gran papel.

La periodista Kristen Welker tuvo una gran actuación. Fue capaz de gestionar los tiempos de manera contundente, pero con flexibilidad, facilitando las respuestas de los candidatos. Su papel está siendo ampliamente reconocido hasta tal punto, que Chris Wallace, el moderador del primer debate, en el que tuvo que lidiar con el cuerpo a cuerpo en el fango, reconoció sentirse «celoso» de su compañera. 

5. Por fin una confrontación de ideas.

En el debate de anoche sí vimos por momentos una confrontación de ideas en varios temas que están habitualmente en la agenda política: el medio ambiente, el salario mínimo o el modelo sanitario. Dicho todo esto, este cara a cara puede que ayude a orientar el sentido del voto a algún votante indeciso. No obstante, la pregunta sería: ¿queda a estas alturas algún votante indeciso?

  1. Daniel Ureña, presidente de The Hispanic Council

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