Mi nombre es Julia Sánchez Fernández y me pongo en contacto con ustedes para hacer pública la asistencia médica que ha recibido mi madre, Bernarda Fernández, en la residencia Ballesol de Tres Cantos (Madrid).

En los dos primeros párrafos les pongo en antecedentes y ya en el tercero comienzo con la situación en la residencia.

Mi madre hasta diciembre del 2019 era independiente, vivía sola y tenía mucha vida social. El 10 de diciembre sufrió un ictus. A pesar del mal pronóstico inicial que nos dieron, tras casi tres meses en el hospital La Paz y Cantoblanco de Madrid, recuperó mucho para lo que se esperaba. Recuperó el habla, la deglución, estabilidad corporal…era una mujer con mucha vitalidad y muchas ganas de vivir. Aun así, quedó con una hemiplejia del lado izquierdo. A principios de febrero nos dijeron que en Cantoblanco ya no la podían tener más y que a finales de mes le darían el alta, pero que podíamos intentar más rehabilitación por nuestra cuenta.

Resulta que a mediados de febrero (todavía ingresada en el hospital Cantoblanco) un día comienza con fiebre, tos seca y a los dos días se pone malísima, le hacen una placa y nos dicen que tiene una neumonía. Justo unos días antes había ingresado en la misma habitación una paciente operada de cadera, que venía del hospital la Paz, y estaba también con mucha tos y en tratamiento con antibiótico y oxígeno. Mi madre siempre me dijo que su compañera traía neumonía, que se lo había oído al médico.

Mi madre estuvo muy mal bastantes días, le pusieron antibiótico, aerosoles, oxígeno…. y el 3 de marzo le dan el alta. ¿Sería COVID-19 lo que tuvo mi madre en Cantoblanco? Allí nadie le hizo ninguna prueba de COVID-19, y esto fue a mediados de febrero, cuando el bicho ya estaba campando a sus anchas por Madrid. Yo me planteo si podría haber sido COVID-19 y haberla mandado con el virus activo a una residencia, vamos una bomba de relojería. En la residencia tampoco se alarmaron al ver el informe médico que traíamos.

Dada la hemiplejia que le había quedado, habíamos buscado una residencia y un centro externo de rehabilitación de ictus en Tres Cantos. Del 3 al 8 de marzo de 2020 yo fui todos los días a verla a la residencia, para estar con ella, para ver cómo se iba adaptando y que necesidades surgían.

No dio tiempo a que nos adaptásemos ninguno porque el día 9 cierran la residencia para las visitas. El día 10 u 11 (no recuerdo exactamente) llamé a la residencia con el objeto de informarme de qué otras medidas iban a tomar para evitar la propagación del virus. La chica de recepción y la supervisora no sabían qué decirme y finalmente me pasan con un médico cuyo nombre de momento me reservo.

Tenía que haber grabado la conversación, fue surrealista, estaba a la defensiva todo el rato, atacándome, me decía que las mascarillas para los trabajadores no eran en absoluto necesarias, que solo eran necesarias si presentaban síntomas, que a ver si yo le iba a dar a él una lección de mascarillas, que a ver si yo creía que un auxiliar iba a estornudar encima de mi madre…. en fin, de verdad que para haberla grabado y adjuntarlo como prueba. Tuve que aguantar el tipo porque mi madre estaba allí y yo no tenía en ese momento medios ni conocimientos para manejar a mi madre hemipléjica en casa.

Mi madre cognitivamente estaba muy bien y a través de su móvil o desde el fijo de la habitación, hablábamos con ella un montón de veces al día. Por ella sabíamos lo que pasaba allí dentro ya que a nosotros no nos llamaban para informarnos de nada.

Los días 15 y 16 de marzo los trabajadores comenzaron a usar mascarillas (no sé de qué tipo eran ni con qué frecuencia se la cambiaban).

Durante la semana del 16 al 22 de marzo seguían bajándoles a la sala, comiendo en los comedores, al menos a mi madre. En esa semana creo que solo les tomaron la temperatura dos veces en la cena. Me comentó que una de su mesa tenía fiebre pero que siguió bajando el resto de días.

Una mañana durante el desayuno hablé con ella y se oían un montón de toses alrededor

En la semana del 23 les comenzaron a aislar en sus habitaciones, no sé si a todos, a mi madre sí, pero allí nadie le hizo ningún test ni le medían la temperatura, simplemente le aislaron sin más explicaciones ni a ella ni a la familia.

Mi madre me comentaba cosas como que no veía que se cambiasen los guantes para atender a los diferentes residentes, que no limpiaban el aparato de medir la saturación de oxígeno (que se pone en el dedo de cada paciente).

A raíz de la neumonía que tuvo, ella tenía que llevar oxígeno dieciséis horas si la saturación estaba por debajo del 93 por ciento. Casi ningún día le medían la saturación y si le ponían el oxígeno no era más de nueve horas. Además, ni siquiera era una bombona de oxígeno, sino un aparato de esos que toman el aire ambiente y lo filtran para sacar el oxígeno. No sé yo si el virus no le llegó a través de ese aparato que se encontraba metido en un cuarto de baño sin ventana.

El 29 de marzo al hablar con ella oigo que tiene tos y le comento que pida que la vea el médico, que no lo deje. Al día siguiente, 30 de marzo, el médico la miró y le dio antibiótico y un jarabe. De todo esto nos enterábamos por ella. Mi hermano habló luego con el médico, pero porque llamó mi hermano.

Durante los dos días siguientes subió el médico un día y una médica otro día para ver cómo estaba. A partir de entonces allí no aparecía ningún médico, ni enfermera.

Un día, al hablar con ella por teléfono notamos que le faltaba el aire y tuvimos que llamar para decir que se ahogaba, subieron y le pusieron esa especie de oxígeno. Otro día llamamos porque no le habían dado el anticoagulante para prevenir el ictus, la supervisora nos confirmó que había sido un error de la enfermera, pero para que le dieran la medicación tuvimos que llamar cuatro veces. En otra ocasión llamamos porque no le habían dado el antibiótico. ¿Por qué llamábamos nosotros?, pues porque a mi madre no le hacían ni caso cuando llamaba desde el timbre de la habitación.

Durante esos días mi madre tuvo nauseas, no tenía apetito, se le notaba al teléfono que no tenía fuerzas, que respiraba mal. Ella decía que por allí no iba ningún médico a verla. Estos días fueron un horror porque no era fácil contactar con ellos, adivinar como estaba mi madre sin verla…

El 3 de abril, a través de un auxiliar me llega un whatsapp diciéndome que el médico, el mismo de la conversación surrealista, decía que mi madre estaba algo desorientada y que ya nos llamaría. A nosotros no nos llamó nadie y les aseguro que mi madre estaba super orientada.

Yo tenía la impresión de que la había llevado a un matadero, la verdad. El día 4 de abril mi madre me comenta que por fin ha subido una enfermera y que tenía 83 por ciento de oxígeno, yo la notaba súper fatigada. Le dije que no se quitase el oxígeno, si a eso se le podía llamar oxígeno, en todo el día.

El día 5 al medio día nos llama una médica y nos dice que mi madre está muy mal, que podemos dejarla allí o intentar derivarla a un hospital.

Finalmente, mi madre va al hospital. La llamé al móvil y pude ir hablando con ella de camino al hospital. Me contó que en la residencia le habían puesto una inyección de urbason (preguntó ella qué le estaban pinchando) y que respiraba mejor, que la llevaban al hospital.

La pobre iba llorando, asustada porque no entendía muy bien qué pasaba, no le habían dado explicaciones.

Durante todo el camino fui hablando con ella, intentado tranquilizarla y dándole ánimos. Y me dijo unas palabras que jamás podré olvidar «Mari, he dejado allí todas mis cosas, por favor recógelas cuando puedas porque yo allí no vuelvo, menudas semanitas he pasado», y os aseguro que mi madre era una persona que se adaptaba a todo, que no se quejaba nunca, que nunca quiso dar un mal rato a nadie.

El día 6 a la una de la madrugada me llamó ella para decirme que le acababan de subir a planta, me dijo planta y habitación (vamos, que de desorientada como decía el médico de la residencia nada), que la habían tratado muy bien en el hospital y que tenía una mascarilla puesta. Tuvimos que cortar rápido porque los enfermeros tenían que preguntarle unas cosas. Nos mandamos un besito y esa fue la última vez que hablamos.

El día 6 de abril me llamaron del hospital para decirme que estaba grave, que había dado positivo en COVID-19, por supuesto en la residencia no le habían hecho la prueba, y que tenía neumonía bilateral. El día 7 de abril me llamaron sobre las doce del medio día para decirme que había malas noticias, que mi madre había fallecido hacía una hora.

Mi madre tenía 83 años, una hemiplejia reciente y muchas ganas de vivir. Conozco un caso de la madre de un vecino que con 86 años y una hemiplejia ha superado el covid-19 tras un mes en el hospital. A mi madre se le negó esa oportunidad desde la residencia.

Por ello quiero denunciar la desidia médica en la residencia. Creo que a mi madre el miércoles 1 de abril ya la tenían que haber derivado, pero como por allí no subía ningún médico o enfermero pues ni lo valoraron.

Nadie va a quitarme el dolor que tengo por su pérdida y por las condiciones tan crueles en las que se ha ido, pero quiero denunciar el hecho para que se vea el daño que pueden causar con este tipo de comportamientos. Nuestros mayores se merecen lo mejor y en muchas ocasiones no se les está dando.

Firmado: Julia Sánchez Fernández, hija de Bernarda Fernández Grande

Mamá, gracias por tu amor incondicional, siempre estarás en nuestros corazones. Te queremos.


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