Ha sido todo un descubrimiento, la Sala Mirador, en pleno barrio de Embajadores, al fondo de una antigua corrala, Una sala pequeña llena de sabor y sugerencias, con el escenario a pie de sala, diáfano, minimalista.

Y ahí la obra de Fernando Arrabal, «…Y pusieron esposas a las flores». No lo puedo creer, pero es. Es la primera vez que se representa en España. Como si aún nos diera miedo poner en escena las cárceles franquistas.

Fernando Arrabal lleva setenta de sus noventa y un años viviendo y trabajando en París. Autoexiliado, por convicción y necesidad democrática y para poder desarrollar la extraordinaria producción de una mente tan prolífica como la del Fénix de los Ingenios.

Él es otro Fénix de los Ingenios. Icono de un surrealismo tardío, creador del Teatro Pánico junto a Topor y Jodorowsky, premiado internacionalmente, pero aún se le debe el Nobel, del que fue finalista en 2005. Pero es Sátrapa Transcendente del Colegio de Patafísica, que es como un Nobel para esta institución. En España en 2019 un Consejo de Ministros le concede la Gran Cruz de la Orden Civil de Alfonso X el Sabio por su trayectoria profesional.

Arrabal es conocido y admirado en España, pero mucho más fuera de España, algo que no sorprende a nadie.

Vamos con «…Y pusieron esposas a las flores». Estrenada en París en 1969.

Un cubículo enrejado representa la celda de una cárcel donde tres presos políticos llevan veinticinco años encerrados. Veinticinco años. Un cuarto de siglo. Uno de ellos ha perdido el habla. Ha perdido la voz que le quitaron, un trauma muy lógico. Otro, -los nombres no importan- tiene el coraje de seguir enfrentando la realidad, siempre con esperanza de que ésta cambie o sin esperanza para él; y un tercero se ha creado un mundo mental paralelo en plena libertad, en el que da rienda suelta a sus impulsos sexuales, a la necesidad de amar y ser amado, a la vida que podría haber sido y que él, ha transformado en real.

En un momento llega un condenado a muerte. Un preso importante, al que podrían salvar las más altas jerarquías de instituciones muy representativas en la sociedad. Pero es ejecutado y resucita como un Cristo de … ahora mismo. ¿Aún con la esperanza de un nuevo mundo tolerante y realmente libre?

Dicho así, se dice pronto. Pero hay que verlo en escena, representado por los actores, los tres presos de toda una vida, que para saber lo que se siente estando encerrados, decidieron vivir la experiencia metiéndose en la piel de presos reales.

Felipe Lorenzo, Luis del Rosal y Francisco de los Mozos son esos tres personajes que de distinta forma, se niegan a ser muertos en vida.

El espacio fuera de la celda está poblado por ellos y los personajes que encarnan Aroa García, Vicenta González y Sara Rodas, tan pletóricos de gesto, movimiento, sentimientos y emociones para dar rienda suelta a la rabia encerrada, a la violencia reprimida, al sexo imposible durante veinticinco años. Auténticas explosiones, en las que la palabra, necesaria para recrear el tiempo, no es lo prioritario, como nunca lo fue desde los orígenes del teatro. La palabra sin la expresión corporal de la emoción, sin el movimiento… es apenas nada.

Los directores Daniel Coronado y Nuca López han sabido dotar de una corporalidad, de una carnalidad tan contundente lo que en un principio procede del mundo de las ideas, que sin sombra de duda han patentizado, una vez más, lo que es el teatro: La vida misma, lo que ocurrió, lo que sigue ocurriendo.

«…Y pusieron esposas a las flores» es un homenaje de Fernando Arrabal a los presos, no solo del franquismo, a los presos del mundo. Es un homenaje a Julián Grimau, el último ejecutado por el franquismo en 1963, el condenado a muerte en la obra, a todos los Julián Grimau de la historia hasta el día de hoy, a quienes sabiamente Arrabal redime en ese Cristo desnudo, resucitado para resucitar la esperanza en una humanidad responsable de un nuevo mundo realmente libre, sin odios ni represalias.

La escena que materializa magistralmente Samuel Buitrago, el condenado, crucificado y resucitado que recuerda a ese Jesús de El Greco del Museo del Prado, que se alza ingrávido de su tumba, en levitación asombrosa, para mostrar sin palabras el triunfo del espíritu sobre la materia.

Y esa escena inquietante en la que la mujer del condenado, Sara Rodas, trata de salvarle, mediante comunicación telefónica, con un militar, ¿Franco? Un eclesiástico, ¿el Papa? Y un civil, ¿la Justicia?. Conversación tan necesaria como inútil.

Siempre tropezaremos con el ADN humano.

Si tienen ocasión, no se la pierdan.

Teresa Fernández Herrera
Algunas cosas que he aprendido a lo largo de mi vida. Soy Licenciada en Psicología por la Universidad Complutense de Madrid, master en Psicología del Deporte por la UAM, diplomada en Empresas y Actividades Turísticas, conocedora de la Filosofía Védica. Responsable de Comunicación y Medios en Madrid de la ONG Internacional con base en India, Abrazando al Mundo. Miembro de la British Association of Freelance Writers. Certificada en Diseño de Permacultura. Trainer de Dragon Dreaming, metodología holística para el crecimiento personal, grupal y comunitario en el amor a la Tierra. Colaboradora en Periodistas-es y en las revistas Natural, Verdemente, The Ecologist para España y América Latina. Profesora de inglés avanzado.

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