Néstor Ortiz

Jesús Escolar es un joven de 27 años que vive como nómada en el estado de alarma, es decir, que no tiene un domicilio fijo y viaja en coche con su perra Devra por todo el territorio estatal, buscando lugares en los que le faciliten alojamiento donde quedarse a trabajar.

Buscando trabajo

Jesús es un joven informático, aunque ha hecho de todo. «De la escoria a la gloria» es el lema de este buscavidas. Partiendo de una vida forzosamente callejera, ha ido formándose de diversas formas para poder adquirir su oficio, sin estudios reglados. Lo ha hecho viviendo al día mientras buscaba trabajos y techos, muchas veces de prestado en casa de amigos.

Hace muchos años que no tiene alojamiento fijo: es un nómada, cambia de sitio cada poco tiempo. Normalmente se mantiene en el área de Madrid, aunque en estos momentos estaba moviéndose por el territorio estatal. Lo hace desde que su tío le ayudó regalándole un coche, lo que le ha sacado de la calle después de varios años.

«Ahora llevo un par de meses sin curro». A veces, su familia le ayuda un poco económicamente, pero no le pueden acoger en casa y tampoco les da para dejarle mucho dinero. Espera volver a trabajar en la última empresa en la que estuvo administrando redes informáticas, pero no se puede incorporar hasta septiembre.

El estado de alarma le pilló en Burgos, en casa de un amigo. Su idea era subir de jornalero a Francia, pero el cierre de fronteras se lo impide. En el país franco el salario mínimo es de 1500 euros, con alojamiento y comida. «Allí ofrecen a las cuadrillas un buen buffet. Aquí el salario es mucho más bajo y en la mayoría de sitios no te dan comida ni alojamiento. Ni siquiera te facilitan un sitio para cocinar».

Sin embargo, dada la situación, está buscando trabajo por el territorio español. «Los medios hablan de que por el coronavirus hacen falta hasta 150 000 trabajadores para el campo. El cierre de fronteras hace que no puedan subir los trabajadores de África, que son los que suelen hacerlo. Ellos vienen aquí igual que nosotros subimos a Francia. Sin embargo, no encuentro nada. No sé dónde están esos 150 000 puestos de trabajo».

Sin contestación

Jesús busca mirando por Internet. Se centra en ofertas en Navarra y sobre todo en Alicante. Dicen que allí es dónde más se están buscando jornaleros. Además, en la provincia levantina cuenta con amigos que les acogen a él y a Devra. No está recibiendo respuesta de la mayoría de ofertas que encuentra, y eso resulta frustrante.

«A veces les llamo y no lo cogen, o me cuelgan, o me dicen que luego me llaman, y aquí estoy esperando», explica Jesús. Tiene problemas con internet, por lo que no puede buscar bien las ofertas ni inscribirse en muchas. Está necesitando ayuda de amigos para que le pasen números a los que llamar, «por si en alguno suena la flauta».

Él no pierde el ánimo, aunque la situación le agobia. El coronavirus ha tocado fuerte en su entorno, y ha perdido a seres muy queridos. No solo quiere trabajar por necesidad económica, también lo necesita para poder sobrellevar la situación. Jesús siempre está intentando hacer cosas para distraer la mente y centrarse en mejorar su vida; para hacer realidad ese peculiar lema suyo. Estos días ha intentado estudiar informática, pero con toda la situación no puede concentrarse. Espera tocando la guitarra una respuesta afirmativa a sus búsquedas de empleo, siempre en compañía de Devra.

Devra y el coche de Jesús en el albergue Navares de Segovia, dónde se está alojando

Nómada en estado de alarma

Está siendo muy complicado vivir el estado de alarma sin alojamiento. Cuando pensamos en personas sin casa normalmente pensamos en las personas que viven en las ciudades, buscando comida y durmiendo en albergues o entre cartones. Sin embargo, hay otros modos menos miseros de vivir sin casa, y no todos se motivan en la ausencia total de ingresos.

Muchas personas viven en una furgoneta o en una caravana. Son nómadas, y se mueven de un sitio a otro buscando como ganarse la vida. Hay jornaleros, artistas, artesanos; también informáticos o periodistas, personas que pueden teletrabajar y a las que les gusta vivir viajando y conociendo mundo.

De por sí, estas personas encuentran muchas veces problemas añadidos: encontrar sitios donde aparcar y plantar su casa, las miradas de la gente local, que muchas veces no entiende su modo de vida. Ahora se suma el problema de los controles por el coronavirus.

«Con la saturación de toda la crisis, las fuerzas de seguridad de las ciudades están muy prepotentes. No están poniendo facilidades a la gente. Solo la meten en albergues, dónde es más fácil que se contagien. O se hace lo que ellos quieren o te multan», protesta Jesús. «En el campo están un poco más tranquilos y por lo general te intentan ayudar».

Jesús tiene miedo de que le fuercen a entrar en un albergue social, porque entonces le separarían de Devra, su amiga y compañera perruna. Si eso ocurriese a Devra la llevarían a una perrera, y teme lo que allí pueda pasar. Por eso, cuando le paran suele decir que vive cerca y que va a comprar, para ahorrarse explicaciones. Sin embargo, la mayor parte del tiempo ha estado hospedándose en casas. Primero con su amigo, luego en las bodega Durón (Roa, Burgos), dónde los guardeses le regalaron la cocina portátil que le permite comer caliente. Ahora está en el albergue Navares (Segovia) e intenta cumplir al máximo con la cuarentena.

Jesús ha encontrado alojamientos gracias a la web The Walking Travel. Gracias a ella está consiguiendo sitios seguros dónde aparcar. Los ofrecen personas solidarias, que acogen gratuitamente a los viajeros en sus terrenos. Normalmente, The Walking Travel se dedica a recoger los consejos y experiencias de Samara, Samuel y su perro Pupi que viajan por el mundo, a pié o en furgoneta. Ahora, con el estado de alarma, están ayudando a la gente nómada a encontrar sitios dónde quedarse. Ponen en contacto a personas con espacio con las viajeras, a fin de facilitar la cuarentena.

Devra en el albergue Navares

Cuarentena rural

El nómada no es el único afectado por la aplicación de un estado de alarma muy ajustado a la realidad puramente urbanita. Los sectores rurales también están protestando por cómo se está implantando la cuarentena. No se atiende a su necesidad de cuidar sus huertas para comer, ni de recoger leña para alimentar el fuego. Estas tareas no requieren que la gente se aglomere, es decir, no ponen en riesgo de contagio a nadie, y son esenciales para la vida rural.

Sin embargo, los agentes no están luciendo demasiada flexibilidad para adaptarse a estas situaciones. En lugar de que el fin sea evitar contagios, parece que algunos agentes entienden que el fin último es que la gente no se mueva de su casa. Ese paternalismo no da pie a entender las situaciones concretas y pone en peligro la economía de muchos sectores del campo.

«Aquí al menos la gente se ayuda, e intenta apoyarse manteniendo la cuarentena. No es como en la ciudad, donde la gente mira solo por sí misma», explica Jesús, que como madrileño conoce bien la ciudad. Pero eso no es suficiente para sobrevivir. La falta de atención a las circunstancias personales no parece una correcta aplicación de la ley, que debe ser interpretada para aplicarse con justicia a los casos concretos: en eso consiste la hermenéutica jurídica.

Si los juzgados están cerrados, las fuerzas de seguridad son las únicas que pueden aplicar la ley. Deben de hacerlo buscando la conciliación entre el estado de alarma y las circunstancias de las personas. Porque lo único que es imprescindible es que se respete el fin último del estado de alarma: evitar el contagio. Cómo se evita, debería de atender a las necesidades de las personas, especialmente de las más vulnerables. No vale de nada descontar muertos al coronavirus para sumar muertos al hambre.

1 COMENTARIO

  1. Me ha parecido muy interesante este artículo, estamos en un momento de aislamiento donde habra miles de historias y realidades diferentes ante una misma situación. Gracias Néstor por acercarnos a estas realidades.

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