Un dios llamado fútbol, o el becerro de oro

Un escribano en la Corte

Al igual que los israelitas crearon un día a un ídolo al que adorar que llamarían becerro de oro, los ingleses también crearían en el año 1863 algo similar al que llamaron fútbol, reglamentándolo a través de la Football Association. Se trataba de un nuevo becerro, pero no solamente de oro, sino también de platino y diamantes, por todo lo que el balompédico invento iba a significar para el resto de la humanidad, como estamos viendo día sí y día también.  

Lo denominaron deporte, es decir, un a modo de ejercicio físico en el que los practicantes muestran habilidad o destreza. A grandes rasgos, y no siendo experto en la materia como podrán observar, diré que para mí el fútbol es un deporte en el que once hombretones en calzón corto se sitúan en un campo llamado estadio dispuestos a dar patadas a un cuero inflado llamado balón moviéndose o corriendo durante noventa minutos con la intención de meter el esférico elemento en un rectángulo llamado portería, defendida por un fulano al que llaman portero, guardameta o cancerbero que, lógicamente, intentará impedirlo. Enfrente tendrán a otros once hombretones con parecido atuendo pero de distinto color con la misma intención, corriendo en dirección contraria. 

Mientras se desarrolla la contienda deportiva sobre el césped, miles de personas en las gradas, millones en todo el mundo, disfrutan viendo jugar a sus ídolos en los diferentes estadios, al ser para ellos este deporte un arte en sí al que denominan como deporte rey, palabras mayores. Y si su equipo logra perforar la portería contraria, un grito unánime de «¡Goooool!» saldrá de cientos, miles de gargantas enfervorecidas festejando la hazaña de su equipo. 

He de decir de entrada que siento un absoluto respeto por los aficionados al fútbol, entre los que tengo grandes amigos, y con los que he pasado tardes memorables viendo algunos partidos en casa de alguno de ellos. Los aficionados son felices y disfrutan viendo cómo sus ídolos meten goles, hacen virguerías con el balón; el fútbol, a fin de cuentas, alegra la vida de cientos de millones de personas en todo el mundo. De hecho, debe ser en estos momentos el deporte que más seguidores tiene en el planeta.  

Estamos pues ante un nuevo dios pagano, el nuevo becerro de oro por el que profesan fervor millones de personas, pero que de paso, conviene no olvidar, mueve miles de millones aquí, allá y acullá. De eso, del negocio que en sí representa, se han dado cuenta algunos sumos sacerdotes de la cosa futbolera, de tal manera que han intentado montar un mundo paralelo, una llamada superliga en la que sólo tendría cabida lo más granado del continente europeo, los equipos más importantes españoles, ingleses, italianos, alemanes, franceses, etcétera. Es decir, la flor y nata del balompédico deporte convertido, desde hace tiempo, en un negocio, más que deportivo económico, siendo las piernas de los jugadores la terminal de una jugosa industria.   

El padre de la criatura, del invento superliguero, era entre otros, un tal Florentino Pérez, presidente el Real Madrid. A su lado tenía al F. C. Barcelona, y al Atlético de Madrid en España, habiéndose apuntando al negocio varios equipos ingleses e italianos esperando que lo hicieran el resto. Pero, eso sí, solo la flor y nata de un negocio que cada día tiene menos de deporte y más de gallina de huevos de oro multimillonaria. Porque en este negocio, como en todo, siempre ha habido ricos y pobres.  

Pero lo que ya parecía el principio del negocio se vino abajo en cuestión de días. Porque aquella gran competición que pretendía revolucionar el invento inglés del fútbol, sirviendo solo platos exquisitos a base de los clubes más selectos, fue tumbada por la presión social de los aficionados de los distintos países, a lo que había que añadir el choque cultural que suponía montar semejante tinglado.

No tuvieron en cuenta los promotores del invento que ese becerro de oro cuya ubre esperaban ordeñar al máximo significa mucho, forma parte de la vida de los millones de entregados aficionados que cada fin de semana acuden solícitos a los estadios a disfrutar viendo a sus ídolos hacer virguerías, cabriolas, carreras, pases, regates, o lanzamientos varios.

Parece ser que la cosa se ha paralizado de momento pero, vistos los intereses creados, posiblemente todavía no se haya dicho la última palabra, por lo que solo menciono minuto y resultado, que dirían los expertos en la materia… 

Conrado Granado
@conradogranado. Periodista. Licenciado en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid. He trabajado en la Secretaría de Comunicación e Imagen de UGT-Confederal. He colaborado en diversos medios de comunicación, como El País Semanal, Tiempo, Unión, Interviú, Sal y Pimienta, Madriz, Hoy, Diario 16 y otros. Tengo escritos hasta la fecha siete libros: «Memorias de un internado», «Todo sobre el tabaco: de Cristóbal Colón a Terenci Moix», «Lenguaje y comunicación», «Y los españoles emigraron», «Carne de casting: la vida de los otros actores», «Memoria Histórica. Para que no se olvide» y «Una Transición de risa». Soy actor. Pertenezco a la Unión de Actores y Actrices de Madrid, así como a AISGE (Actores, Intérpretes, Sociedad de Gestión).

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