Lucía Reigal Fernández[1]

Hace escasas semanas fue clausurada la exposición ‘Barrio Obrero América: las primeras viviendas públicas en Málaga [1907-1937]’ que habitó las salas expositivas de la Sociedad Económica de Málaga. De entre las curiosas interpretaciones y lecturas que a diario confluyeron en este espacio abierto a la cultura, adquirieron especial protagonismo aquellas que detuvieron su mirada para conocer la experiencia institucional como promotora de la Sección Iberoamericana (1917-1936).

Esta histórica sección guardó el objetivo de construir sólidas redes culturales entre Málaga y América, tomando como punto de partida la memoria encarnada en las fuerzas reunidas por aquellas lejanas tierras, en la hazaña americana de hacer acopio de una extraordinaria fortaleza solidaria para socorrer a las víctimas de la catástrofe humanitaria protagonizada por el Guadalmedina y sus márgenes en la madrugada del 24 de septiembre de 1907, la noche de la riá.

Por tanto, si hubiéramos de dar una primera definición de la Sección Iberoamericana de la Sociedad Económica de Málaga es la de basamento fértil para la conservación y la transmisión de la memoria de las redes tejidas entre las dos orillas, la americana y la malagueña.

No se trató de un nacimiento espontáneo, no fue al calor de la riá, tan siquiera en las semanas posteriores, donde se pudieron vivir auténticas escenas de incertidumbre, como relata en sus memorias el escritor Luis Cambronero, cruzando de madrugada la enlodada Alameda en una barcucha tirada por un jabegote a la razón de unas cuantas pesetas.

La Sección Iberoamericana hubo de esperar diez años para su nacimiento, en 1917, cuando el barrio obrero América alojaba en sus recién construidas casas una veintena de familias obreras. Las higiénicas y modernas casas, más allá de la función propia que explica su nacimiento de socorrer a obreros desamparados, de por sí irrumpieron en el espacio como testimonio de las relaciones tejidas, de las cuales hoy aún conserva Málaga un par de vestigios supervivientes entre su camaleónico urbanismo.

Y con ellas irrumpieron las rotulaciones de calles, que buscaban consolidarse en la cotidianidad ciudadana, como Tampa, La Prensa, en honor al diario que inició la suscripción para reunir el capital inicial que daría lugar al barrio América, Salta, Buenos Aires, América, Honduras y Rafael María de Labra.

De forma particular, la última de las calles rotuladas fue la de Rafael María de Labra. La lógica de su nombramiento podía parecer aparentemente simple, dada su labor como senador por la Universidad de la Habana y, más tarde, por la Sociedad Económica de León, e incluso por su destacado papel de colaboración en la revitalización de las Sociedades Económicas españolas emprendida por el político republicano Pedro Gómez Chaix.

Sin embargo, su verdadera lógica nace del discurso dado por Labra en la tribuna del Ateneo de Madrid, a través del cual sentaba las bases y alentaba a las Sociedades Económicas nacionales a ser motores de reacción en pos de la fortificación de las relaciones culturales con América.

De esta forma, un 4 de diciembre de 1917, el republicano periódico malagueño El Popular, daba a conocer a la ciudadanía la decisión de la Económica de tomar el testigo lanzado por Labra. Para ello, en plena portada, se reprodujeron el conjunto de telegramas cruzados entre los dos políticos, donde Gómez Chaix anunciaba a Labra: «inspirándose nuestra Sociedad en sabias recomendaciones y propaganda de usted, aprobó [una] reforma reglamentaria y reorganizó sus Secciones, dedicando preferente atención a empeños de carácter social, a obras de enseñanza y cultura, y afirmando su propósito de contribuir al fomento de relaciones iberoamericanas».

Las bases de estas relaciones estaban materializadas en las calles y en las viviendas del barrio América, pero el convencimiento de conservar y transmitir la memoria malagueña compartida con América encontró su espacio de difusión cultural en la Sección Iberoamericana de la Sociedad Económica, siendo esta pionera entre sus homólogas e iniciando la andadura a otras de suma importancia como la del Ateneo de Madrid.

En adelante, La Sección Iberoamericana, cuyo camino se inició lentamente en 1917, reunió entre sus filas a literatos, periodistas y, muy especialmente, al cuerpo consular en Málaga, llegando a ser esta característica su segundo rasgo definitorio.

La Sección Iberoamericana cultivó la memoria de las redes solidarias a través de la construcción pausada y reflexiva de un moderno canal cultural, siendo estas redes de naturaleza internacional, para lo cual dotó de preeminencia en su composición al cuerpo consular en Málaga, confluyendo en ella cónsules provenientes de las capitales americanas.

Por ello, si hubiéramos, de nuevo, que definir a esta Sección para el que nunca la ha conocido, como fueron los visitantes de nuestra exposición anteriormente citada, podríamos decir que se consolidó como un espacio de inmersión, confluencia y actividad de los diferentes consulados en pro de la cultura moderna y desencorsetada, ya fuera a través de exposiciones, de la creación de una sección hispanoamericana en el seno de la biblioteca de la Sociedad Económica o protagonizando divulgativas conferencias en su tribuna.

Curiosamente, a pesar de la dialéctica que entraña el recuerdo, de los episodios acontecidos, a día de hoy la exposición ‘Barrio Obrero América: las primeras viviendas públicas en Málaga [1907-1937]’ y el proyecto Casa América confluyen en un elemento que nos termina por retrotraer a los esfuerzos institucionales que pusieron en marcha esta Sección: conservar y transmitir la memoria compartida entre Málaga y América en clave cultural.

  1. Lucía Reigal Fernández es historiadora y bibliotecaria. Doctoranda en Historia Contemporánea (Málaga). Especializada en cultura del siglo veinte, instituciones culturales y patrimonio

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