Juan Prim y Prats, conde de Reus, marqués de los Castillejos y vizconde del Bruch, fue una de las principales figuras militares y políticas del siglo diecinueve español. Prim fue un significativo representante de la burguesía más avanzada de la época, la burguesía catalana, y llegó a alcanzar la presidencia del gobierno de España en 1869.

Al poco tiempo es tiroteado. El 27 de diciembre de 1870 en una emboscada en las calles de Madrid, precisamente en la calle del Turco (hoy, calle del Marqués de Cubas), es acribillado con trabucos de boca ancha que a poca distancia hacen mucho daño. A pesar de ello no muere por los disparos pero sí tres días más tarde, el 30 de diciembre, por una infección según fuentes oficiales de la época.

La línea fundamental de la política de Prim es una cerrada defensa de la industria nacional y un intento de acabar con el decrépito régimen borbónico. Prim representaba el intento de los sectores más dinámicos de la burguesía española por impulsar un proyecto de modernización más allá de las imposiciones de las principales potencias extranjeras y de los sectores oligárquicos dependientes. Por ello, todas las potencias imperialistas y los círculos oligárquicos se habían movilizado para acabar como fuera con el gobierno de Prim, es decir, asesinando un proyecto nacional de desarrollo económico.

Inglaterra consideraba a Prim un obstáculo a remover porque su cerrada defensa de la industria nacional dificultaría la expansión económica de la industria inglesa en España. Francia acumulaba rencores hacia Prim por su iniciativa política autónoma y haberse atrevido a promocionar un candidato a la corona española, Amadeo de Saboya, que no contaba con el beneplácito de París. Y las nuevas potencias en ascenso, como Estados Unidos, también deseaban librarse de Prim, quien se negaba a aceptar la venta de Cuba a Estados Unidos porque «sería una deshonra para España». Mientras, los principales nódulos oligárquicos conspiraban para derribar el gobierno de Prim que intentaba acabar con el régimen borbónico que preservaba su dominio y privilegios.

Las últimas investigaciones han demostrado que la historia oficial sobre el asesinato de Prim es falsa. La acusación que hacía responsable del atentado a un republicano radical era un montaje. El historiador cubano Manuel Moreno Fraginals nos desvela que en Cuba una canción popular decía que «Prim fue asesinado en Madrid, pero el gatillo lo apretaron en La Habana» –refiriéndose a los sectores de la oligarquía cubana vinculados y dependientes de EEUU-; y se ha demostrado que Prim murió en realidad envenenado tres días después de ser tiroteado. Era necesario asegurar su desaparición.

Previamente, la revolución liberal de 1868, conocida como «La Gloriosa» -que no es uno más de los muchos pronunciamientos del siglo diecinueve español- supone la irrupción, de forma especialmente activa y combativa, de los sectores populares, que ya habían aparecido, de otra manera, en la «Vicalvarada» de 1854. La radicalidad de sus reivindicaciones daba un nuevo carácter a la insurrección popular. De hecho, provocó la aparición en los liberales de un ala progresista, y fortaleció a los republicanos radicales, lo que generó una nueva situación política. Según el hispanista Pierre Villar, «la revolución de 1868 será una especie de grieta que da al país la posibilidad de gobernarse a sí mismo». Es decir, la posibilidad de un proyecto nacional de desarrollo económico y social.

Es en estas condiciones donde debe inscribirse el proyecto político que representaba Prim, y debe entenderse la posterior irrupción de la Primera República española. Tales condiciones son una especie de grieta que da a España la posibilidad de gobernarse a sí misma. Y tal fue el sentido profundo de la Revolución de Septiembre. Pero, al mismo tiempo, su derrota representa la renuncia completa de la burguesía a mantener un proyecto propio, y da lugar a que se acelere el cierre definitivo de la fusión entre la burguesía financiera y la aristocracia terrateniente, y de su dependencia de las potencias imperialistas dominantes en el siglo diecinueve.

Porque el proletariado irrumpe como fuerza revolucionaria activa, con el consiguiente incremento de los pronunciamientos y de las luchas obreras. Y ante esto las potencias imperialistas y la oligarquía española reaccionan con la renuncia completa de la burguesía a hacer su propia revolución, a elegir el camino de la reinstauración de la monarquía -a través del golpe de Pavía- en la figura de un Alfonso que estaba exiliado en Inglaterra, ¡cómo no! Es a partir de entonces cuando se impone el Régimen de la Restauración, que se convertirá en el modelo político ideal para los intereses imperialistas y oligárquicos hasta que, ya entrado el siglo veinte, el golpe de Primo de Rivera lo desmantele.

Ésta es la anomalía clave del capitalismo español. La aparición del movimiento obrero organizado llevará a la renuncia definitiva de la burguesía española a cualquier proyecto autónomo, certificado mortuoriamente con el asesinato de Prim y el cercenamiento de la Primera República. Es decir, que ante el temor al pueblo revolucionario, la clase dominante aumenta su subordinación a las potencias imperialistas más importantes; y el pacto de la gran burguesía bancaria con la aristocracia terrateniente dará lugar, mediante paulatinos cambios y reajustes, a la actual oligarquía financiera.

Una fusión de los sectores de la clase dominante que contará con el beneplácito de las potencias imperialistas más fuertes de entonces, Francia e Inglaterra que, como hemos visto, venían apoyándose justamente en estos sectores de clase para impedir la formación de un capitalismo autóctono y para adueñarse de las principales fuentes de riqueza del país. Tras sellar este pacto de clase y su subordinación a las potencias imperialistas, la alta burguesía española renuncia definitivamente a hacer su propia revolución.

La debilidad y la incapacidad de la alta burguesía española para acabar con el régimen político de la aristocracia terrateniente (la decrépita y corrupta autocracia borbónica) supone también que van a permanecer intactas en la mayor parte del país las viejas relaciones semifeudales en el campo, las viejas estructuras económicas y sociales del Antiguo Régimen, los viejos aparatos burocráticos y parasitarios que impedían la creación de un auténtico y amplio mercado nacional, única base desde la cual podía desarrollarse el capitalismo -con una estructura económica fuerte- en España.

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