José Antonio Sierra[1]

Las personas en residencias de mayores que desean salir a pasear sin tener que comer solos en sus habitaciones durante una semana como elemento disuasorio se están organizando en torno a la Plataforma «Salir a Pasear en Malaga» para dar a conocer los daños causados por el confinamiento y protocolo de algunos de estos centros.

En la vuelta a la normalidad tras los tiempos de la COVID-19, entrar y salir de una residencia para dar un paseo, tan necesario para los mayores sanos y que ya lo hacían antes del primer estado de alarma, no debería plantear problemas, pero no es así, si se les pone como condición que cada vez que salgan a pasear en días acordados con la dirección deberán permanecer comiendo solos en sus habitaciones durante una semana más otras medidas que exija la dirección.

Posiblemente,  algunos mayores en residencias jamás se hayan sentido tan solos como en tiempos del coronavirus.

Primero, desde que se declaró el primer estado de alarma, sin poder recibir visitas ni poder salir de la residencia. Ahora, con la «nueva normalidad», debido al protocolo de medidas de visitas y salidas establecido por la Comunidad Autónoma, más las normas complementarias de la residencia de mayores en la que se encuentre el residente que desea salir a pasear en el exterior.

Los familiares de los residentes se sorprenderían si pudiesen sentir el silencio de algunos residentes durante los horarios de comidas así como en las zonas comunes de algunas residencias. Es una mezcla  de tristeza, soledad e impotencia ante una situación que no desean ni de la que son responsables, pero que se les trata como si lo fuesen.

Decir que no se está de acuerdo con el protocolo de medidas establecidas por la dirección de cada centro es correr el riego de ser calificado de «conflictivo» y, a veces, ser invitado a marcharse de vacaciones, o para siempre, y así poder pasear en libertad.

En algunos centros, los residentes se sientan en los bancos que existen a pocos metros de distancia del exterior, para observar a través de los barrotes del recinto a los peatones que circulan por la acera de la calle, a pocos metros, con o sin mascarillas.

Podrán dar paseos por el patio y pasillos exteriores de la residencia, como en mi infancia veía en el campo a burros con los ojos vendados dando vueltas para sacar agua de  pozos. A los mayores, solamente falta que se les pongan las vendas, como a los burros de las norias, para que no vean a su alrededor y sientan la soledad de las residencias en tiempos de pandemia.

Se trata de impedir que mueran del coronavirus con protocolos de visitas de familiares y salidas al exterior. Desconozco si alguna vez han pensado en las consecuencias de sus protocolos de medidas para la salud física, mental de los residentes, como personas de alto riesgo, pero que también  pueden morir de tristeza, soledad e impotencia. 

Los gobernantes han sido elegidos para resolver el problema complejo de las residencias públicas y privadas si afecta a la salud física y mental de sus residentes. De igual forma deberían intentar que las residencias públicas y privadas no actuasen como reinos de taifas.

  1. José Antonio Sierra es licenciado en Filosofía y Letras, Magisterio y Estudios en la Escuela Oficial de Periodismo de Madrid. Residente cuarenta años en Francia, Reino Unido e Irlanda como profesor de español. En Irlanda fundó el Centró Español de Documentación y el Instituto Cultural Español, actual Instituto Cervantes de Dublín. Asimismo, fue corresponsal de la Agencia EFE, Diario Informaciones, Carta de España, Crónicas de la Emigración, España Exterior, La Región Internacional y Escuela Española. Jubilado y residente en Málaga.

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