Andrea Blandín
«Estamos muy orgullosos de que haya salido, y de lo luchadora que ha sido», asegura una de las hijas de Josefa, una mujer de ochenta y nueve años, diabética, que ingresó en el hospital en enero por problemas ajenos a la COVID-19, y que, tras infectarse en él de coronavirus y también de una bacteria que obligó a amputarle la pierna, se encuentra sana en su casa, después de dos meses de incertidumbre y sufrimiento.
«La fuerza de Josefa no la había visto nunca antes», dijo la doctora cuando le dio el alta, quien ha tenido muchas dificultades durante los más de dos meses que ha estado en el Hospital General de Villalba (Madrid). Ingresó por diabetes, pero ese ha sido el menor de sus problemas, después de que se le amputara una pierna por una bacteria de la cual se ha infectado en el quirófano del centro y ha dado positivo en COVID-19 también sin salir del hospital.
Aun así, su familia solo quiere agradecer el trato que ha recibido por parte de todo el equipo médico. «Hemos tenido muchos problemas, por muchos fallos que se han cometido en el hospital, pero eso ya no importa, porque mi madre está viva y bien, así que les agradecemos todo lo que han hecho por ella», asegura la hija.
No ha sido fácil
Josefa ingresó el 22 de enero de 2020 en el Hospital General de Villalba, por su problema de diabetes. Para solucionarlo, tuvo que pasar por quirófano, donde se complicaron las cosas y los médicos se vieron obligados a ponerla un baipás.
Todo parecía ir bien y que se recuperaría sin mayor complicación, pero durante el proceso la situación se complicó de nuevo, por una bacteria de la que se contagió en el quirófano. Estuvo en tratamiento para solucionarlo y así poder volver a la normalidad, pero el proceso no iba a ser tan fácil como parecía para Josefa. Esta vez, de una manera muy drástica.
Los doctores tuvieron que amputarla una pierna, porque el virus no se le curaba y le estaba perjudicando cada vez más. Tras la operación, de nuevo en proceso recuperatorio, Josefa por fin parecía haber pasado todos los baches y estaba preparada para volver a su casa. Pero no iba a ser así.
El 16 de marzo, primer día laboral del estado de alarma, quisieron darle el alta, pero sus hijos (que llevaban días sin verla, porque el hospital no se lo permitía por la pandemia), al hablar con ella escuchaban que tosía demasiado, «como nunca antes lo había hecho mi madre», asegura su hija.
«Sabiendo que el hospital ya tenía casos de coronavirus, les pedimos que por favor le hicieran la prueba», continúa. Además, si Josefa salía del hospital no era para irse a su casa, sino a un centro medicalizado para la rehabilitación.
Lucha y supervivencia
«Si mi madre llega a ir al centro infectada, se hubiese generado allí un problema muy grande», dice la hija. El hospital entendió la situación y le hicieron el PCR correspondiente al diagnóstico de la COVID-19.
Tal y como los familiares de la octogenaria presentían, la anciana dio positivo. No llegó a estar intubada, y toleró bien la medicación. Así que, por suerte, fue leve y se recuperó, a pesar de ser una persona de riesgo por pertenecer a la tercera edad, y además, ser diabética.
Dos semanas después se le repitió la prueba, y dio negativo. El hospital quiso darle el alta el viernes 27 de marzo, pero los hijos se enfrentaban a otro problema: su padre tiene 85 años y sufre de bronquitis.
«No quisimos arriesgarnos a que fuese un falso negativo, y eso pudiese suponer un problema para mi padre», así que solicitaron al hospital que le hicieran un nuevo PCR, y así también tenían más tiempo para preparar la casa y evitar el contagio entre ellos.
Finalmente, el hospital le hizo la comprobación y Josefa volvió a dar negativo. Ahora sí, podía irse a su casa sana y tranquila. El lunes 30 de marzo, la superviviente llegó a su domicilio en ambulancia, donde su marido y su hija la esperaban después de tantas semanas de incertidumbre y sufrimiento.