Sobre María Casares, se puede conmemorar el aniversario del nacimiento de esta actriz, acontecido el 21 de noviembre de 1922, en La Coruña, hace 98 años, o bien su muerte: el 22 de noviembre, en Francia, en 1996, hace veinticuatro años. Lo importante es celebrar a esta gran actriz española – francesa, una de las últimas divas del gran teatro universal.
La conocí cuando vino a Argentina a interpretar, en 1963, Yerma en el Teatro San Martin, dirigida, por otra grande del teatro, la actriz española Margarita Xirgu, quien tanto ayudó a desarrollar el teatro nacional argentino. Hay que hacer un recordatorio especial para los actores y directores españoles que crearon escuela en Argentina.
La Casares nació en España pero a causa de la Guerra Civil, su familia se traslada a París donde María tuvo que adaptarse lingüística y culturalmente. Estudia en el Conservatorio de París y consigue su primer papel en La Celestina, que le valdrá un lugar definitivo dentro del panorama teatral francés. En 1949, ingresa a la Comédie Française y luego al Teatro Nacional Popular, algo que marcará su actuación dentro de la escuela francesa.
Llega a Buenos Aires precedida de la fama de una actriz que había interpretado los protagónicos más importante de autores clásicos mundiales: Shakespeare, Ibsen, Victor Hugo, Chéjov, Pirandello, Euripides.
Yerma de García Lorca se convierte en un acontecimiento teatral en el Rio de la Plata y hay una notable expectativa, ya que la Casares iba a actuar en español, su lengua materna, y en la obra de Lorca, un autor famoso, que también había visitado Argentina y con un actor relevante argentino Alfredo Alcón.
María interpretó una Yerma visceral y apasionada, era dueña total de la escena. La Casares y Margarita Xirgu se entendieron desde un comienzo, las dos españolas, las dos habían sufrido el exilio político, las dos pertenecían a la estirpe del «Gran Teatro». El día del estreno fui testigo de la gran ovación que ambas recibieron.
En 1964, comienza ensayar en el Teatro Coliseo Divinas Palabras de Ramón Valle Inclán, dirigida por el joven argentino Jorge Lavelli, reconocido en Francia como uno de los mejores directores de la vanguardia teatral europea.
María traía a su vez una aureola especial, puesto que había conocido a Albert Camus, el autor de La Peste, su gran amor hasta la muerte de éste en 1960 y quien la introduce a Jean Paul Sartre, autor que María interpretará en varias oportunidades, como así también los escritores Jean Cocteau, Genet, Jean Anouilh, convirtiéndose en la representante actoral del «existencialismo francés».
Tras la muerte de Camus, en 1960, tuvo el apoyo del actor André Schlesser con quien compró una casa y se casó en 1978. La casa de La Vergne, actualmente es «La maison du comedian-Maria Casares».
Su relación con España quedó interrumpida cuando de niña se exilió con su familia en Francia, sin embargo, el lazo continúo vivo a través del arte y el teatro, ya que fue una intérprete magnífica de Lorca y de La Celestina, aunque no actúo nunca en España, según observé. Galicia, en 1996, la reconoció dando un premio con su nombre a cuya primera presentación no asistió por su muerte.
La Casares fue fundamentalmente actriz de teatro pero fue asimismo conquistada por el cine filmando numerosas películas, entre ellas: Les enfants du paradis (1944), Orphée (1950) dirigida por Jean Cocteau, L’Adieu nu de 1975 y La otra América, en 1995, del director Goran Paskaljevic, film premiado en el Festival de Valladolid.
Como dije su gran trayectoria la desarrolla en las tablas, donde marca toda una época, tal vez una época de oro del teatro, donde se montan a los clásicos, se atiende la calidad de las obras y la innovación de las puestas en escena.
El teatro es un arte efímero, pero la estatura actoral de María Casares se equipara a las divas Sarah Bernhardt y Eleonora Duce, dejando huella remarcable. Nadie olvidará su interpretación de Madre Coraje de Bertolt Brecht, o La Celestina de Fernando de Rojas, o Elle de Jean Genet, o Tartuffo de Moliére. En su actuación lograba sentimiento, apoyada en una interpretación contenida, y a la vez apasionada siguiendo la escuela teatral francesa, mas intimista que grandilocuente.
Su larga carrera de actriz fue galardonada por diversos premios entre ellos la máxima distinción Grand Prix National du Théâtre, en 1990.
Cuando ensaya, en 1964, Divinas Palabras, en el teatro Coliseo, tuve ocasión de platicar con ella, conocía mi carrera y me aconsejó sobre la importancia del actor en su preparación, su cultura y estudios, la dedicación y la entrega permanente a una profesión que no da respiro. Era modesta y auténtica en su manera de ser y generosa en su tiempo.
Me expresó que estaba feliz de actuar en Argentina donde era muy respetada, y de actuar en español, por que sentía que era como volver a sus raíces.
Le dije que me impresionaba su dominio escénico, su presencia colmaba el escenario y era un don que ella tenía. Entonces me comentó que ella se sentía dueña de la escena y que me recomendaba vivir el escenario como algo propio, «como tu casa». No recuerdo como apareció en la conversación el nombre de Camus, su gran amor, pero María me dijo algo que pone en claro la honestidad de sus sentimientos: «El casamiento debería ser el premio a dos seres que han transitado toda una vida juntos y se aman, no un inicio sino un regalo al término de un gran amor».
Este sentimiento de crear una relación a través del tiempo y enriquecerla es lo que ella hizo con el teatro, una laboriosa y dedicada trayectoria teatral a la que entregó su vida marcando una huella inolvidable en el mundo teatral mundial.
Gracias por mantener viva la cultura.
Es poniendo en relevancia los que han marcado pautas, caminos, que exigimos o elevamos el nivel de interpretacion.