Leo, veo y escucho con mejor o peor humor, cómo se banaliza todo eso que tiene que ver con la enfermedad, con esta nueva oportunidad que nos concede la vida; esa que supone salir de la COVID-19. Si la auténtica pandemia del ser humano es no saber empatizar con el prójimo, en estos días raros que jamás olvidaremos, vemos cómo se habla sin saber; se opina sin pensar, y se cuentan los muertos como si fueran hormigas.

Entramos con una contradicción en el alma, aquellos que hemos vivido la enfermedad, con mejor o peor tino, en una nueva fase, porque en esto del duelo con la vida, solo si tienes suerte, si tus defensas están como dice el anuncio, puede que salgas airoso adelante y pases de página.

Si no, en el camino, como hemos visto y leído, hemos dejado tirados en la cuneta de la mala suerte, a amigos; a extraños que nos han hecho palidecer cuando se han muerto jóvenes, y a otros con los que hemos ‘hecho migas, en esos días cuando esperábamos el devenir. Porque esto del coronavirus es, y ha sido, un escenario poco recomendable; uno que nos amenaza con volver, porque todas las pandemias se repiten y, acaso, no se van nunca, dicen los expertos. En manos de la ciencia, de la investigación y del buen hacer, aguardamos a que los que saben más que nosotros, para que nos saquen adelante con mayor o menor fortuna. Porque de nuevo, la fortuna, tiene algo que decir.

Casi uno con siete millones de personas se han recuperado de la COVID-19, pero muchas aún, siguen con efectos secundarios que podrían mantener de por vida. Poco se sabe, pero no hay mucho que añadir. Desde las secuelas pulmonares, hasta ciertos grados de fibrosis, vemos cómo muchos pacientes son dados de alta sin encontrarse aún bien. Los recuerdos de las urgencias, de los que no podían respirar, las escenas de angustia y dolor, seguirán por un tiempo presentes, y algunos no podremos olvidar el valor de la vida que, de nuevo, nos alcanza y nos ofrece una segunda oportunidad; esa, que pronto olvidaremos como humanos.

En el mismo contexto, estamos soñando con abrir la puerta y salir, primero corriendo y, a posteriori, al bar; a ver a los amigos, a abrazar a la familia para dar esos besos robados que nos han arrebatado las normas. Pero no queda todo ahí. En el encuentro con la llamada nueva normalidad, asumimos una vez más, un papel con una cierta precaución; de nuevo el miedo y, para siempre, el recuerdo, imborrable recuerdo que nos asola. El recuerdo de los que se fueron en medio de un caos; imágenes en una morgue, cadáveres perdidos, personas abandonadas a su suerte. Muerte y más muerte. Desolación y dolor. Esos titulares dantescos que no podremos olvidar nunca porque forman parte de nuestra reciente historia vital.

Los niños recordarán cómo se distraían en casa, y los que han tenido suerte, los que han convivido con su familia mientras con amor, pasaban los días con sus respectivas noches, recordarán este tiempo de cerezas. Y nos dieron, las dos, y las tres, las cuatro, las cinco y las seis, decía Sabina, y en el mismo afán, pasaron los meses; de marzo a abril; de abril a mayo y, apenas, rozando junio, averiguamos que había llegado el verano, y nosotros con él.

En este tiempo contradictorio hemos hecho muchas cosas que tienen que ver con el ocio, con matar el tiempo, con perdernos entre las cuatro paredes entre pensamientos negativos y dolor. Pero también hemos tenido la generosidad presente; esa que nos regalaba descargas de libros gratuitas, mascarillas cosidas por las vecinas o regalos en la red. Porque el ser humano es bueno, porque somos la especie que por encima de todo, salimos adelante cuando todo nos ahoga, y como españoles que somos, matamos por ayudar al otro si es necesario.

Los adolescentes habrán visto que no todo es «Insta», y que la vida a veces se escribe con renglones torcidos, porque estos son los que nos permiten seguir, habiendo trazado el camino. Y muchas personas se habrán echado de menos; otras de más, y quizá, habremos valorado las pequeñas cosas de Serrat; esas que dejamos pasar cuando la vida pasa a ser cotidiana, ¡vaya vulgaridad!

Ya nada será igual, porque en el camino, se perdieron las ilusiones, los trabajos, las viviendas; a muchas personas, a nuestros amigos, hasta treinta mil que se sepan; y otras se dejaron su salud y hoy tienen secuelas. Familias afectadas, sobrevivirán entre el sollozo y el dolor, a todo aquello que se llamó coronavirus, y su historia será para siempre, una que contarán a sus descendientes como si hubiera pasado una guerra, la otra, la segunda, una triste guerra civil.

Otras personas pasarán a la siguiente fase, pero solo podrán congratularse de tener una vida; al menos salud, como el día de la lotería. No les espera nadie, no tienen trabajo y no tienen nada cuando abran la puerta; acaso, la nueva normalidad también. Mientras seguimos viviendo, hasta nuevo aviso, nos dicen que nos protejamos, que nos desinfectemos y que aprovechemos la vida. Quizá el carpe díem lo teníamos antes presente. Ahora ya, forma parte de nuestro ADN.

Suerte, queridos lectores, porque la vamos a necesitar. Gracias infinitas al Dr. Casimiro Peytaví, sin cuyo apoyo y ayuda, probablemente la Covid-19 no hubiera sido igual de grata. Gracias también, a mis amigos; aquellos que me han acompañado durante dos largos meses. Total ná…

Ana De Luis Otero
Periodista. Doctora en Ciencias de la Información. PhD. Máster en Dirección Comercial y Marketing. Fotógrafo. Consultora de Comunicación Socia directora LOQUETUNOVES.COM; Presidenta de D.O.C.E.( Discapacitados Otros Ciegos de España); Secretaria General del Consejo Español para la Defensa de la Discapacidad y la Dependencia (CEDDD); Miembro del CEDDD autonómico de la Comunidad de Madrid; Miembro del Consejo Asesor de la Fundación López-Ibor; Miembro del Comité de Ética de Eulen Sociosanitarios; Miembro de The International Media Conferences on Human Rights (United Nations, Switzerland); exdirectora del diario Qué Dicen. Divulgadora científica, comprometida con la discapacidad y la accesibilidad universal. Embajadora de honor "Ñ". Representante en EASPD Europe del CEDDD Inclusive Life

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