La madre del cordero, o breviario para ovejas descarriadas

Un escribano en la Corte

El escritor Juan Eslava Galán nos presenta en «La madre del cordero» un recorrido sobre lo que ha sido el devenir del cristianismo a lo largo de la historia, en un tono desenfadado pero, eso sí, poniendo las cosas en su sitio, diciendo verdades como puños, tantas veces ninguneadas a los creyentes de a pie, que nos hemos creído todo a pies juntillas a lo largo de los siglos.

Sintiéndome en estos momentos como una especie de oveja descarriada del redil al verme en el aprisco de mi agnosticismo, no puede por menos que sorprenderme alguna de las historias y enseñanzas que Eslava Galán desgrana a través de las 375 páginas de La madre del cordero.

Entre otras muchas que la basílica, como tal, no fue un invento de construcción cristiana, sino romana, que las utilizaba a modo de centro multiusos. Los cristianos se encontraron con las basílicas ya hechas, y solamente tuvieron que cambiar unos símbolos paganos por la cruz.

Los romanos, gente práctica donde los haya habido, tenían un dios o diosa para cada actividad. En este sentido, y entre otros, Consus protegía las cosechas. Pomona, los frutos. Silvanus, la selva. Términus, las fronteras, mientras que Sterculus reinaba sobre la mierda, ese era su cometido.

Por eso los primeros cristianos, que habían sido anteriormente paganos, no creían que el Dios de su nueva religión pudiera hacer todo él solito.

La cúpula de la Iglesia, ojo avizor ella, tomó nota del sentir de su feligresía, tolerando a partir del Siglo cuarto la aparición de una especie de dioses menores a los que llamó santos. Así es como hoy tenemos santos, santas para todo, cada pueblo, cada ciudad, cada oficio o profesión tiene su santo patrón, faltaría más. Y a ver quién es el guapo que se atreve a suprimir un santo, una santa, de cualquier pueblo o ciudad de esta tierra de María Santísima…

Suspiro de monja y pedo de fraile, todo es aire, titula el autor uno de sus capítulos en el que analiza el tema de los monasterios, que los ha habido y hay pobres, ricos y riquísimos. Aparte de las grandes obras que han hecho, otra muy importante era la de conseguir que las ancianitas, a la hora de morir, testaran sus bienes a favor de la Iglesia y de la orden religiosa en cuestión.

Ellas, benditas mías, se ahorraban unos años de purgatorio por la terrenal donación, mientras los bienes terrenales de los religiosos crecían. A tanto llegaría la cosa, se afirma en el libro, que algunos de esos religiosos especializados en conseguir esos beneficios, posiblemente influenciados por el diablo o porque la carne ya era débil por aquel entonces, colgaban los hábitos, dejaban la orden y el monasterio y se dedicaban a vivir una vida placentera con la dama en cuestión, de donde parece ser que procede la frase de «Para lo que me queda en el convento, me cago dentro»…

El dogma de la Santísima Trinidad siempre ha sido difícil de entender, pero ya sabemos que la fe mueve montañas. Porque aceptar que Dios es uno y trino, Padre, Hijo y Espíritu Santo, es decir, tres personas distintas y un solo Dios verdadero, eso es fe de la buena.

Al respecto, cuenta el autor una historia de un minero asturiano que estaba agonizante, por lo que llamaron al cura para que le administrara la extremaunción. Arrepentido el hombre de todos sus pecados, solo le quedaba la duda respecto a eso de la Santísima Trinidad, por lo que preguntó al páter: «¿Pero son una o tres?». Y el cura, que estaba deseando marcharse, le contestó: «¿Pero a ti qué más te da, si no los tienes que mantener?». Esos son argumentos terrenales, señor cura.

La Iglesia Católica siempre desaconsejó a sus fieles leer la Biblia por lo que no estaba disponible en ningún sitio. Para eso estaban los curas, que al parecer entendían las cosas mejor que el resto del rebaño de fieles, porque no sabríamos interpretarla, nos decían. Sin embargo los protestantes la han podido leer desde siempre, analizarla, opinar sobre ese libro sagrado, que en ocasiones te encuentras en la mesita de tu habitación en el hotel cuando vas de turista a otros países.

Según argumenta el autor, exceptuando las supersticiones de los nativos de Nueva Guinea, la Iglesia Católica es la única que venera parte de cadáveres, e incluso espera sanación a través de ellos. Y además, es lícito hacerlo, según decretó el Concilio de Trento. De esta manera, tenemos reliquias para todos los gustos, por inverosímiles que resulten.

Vean algunas: Una huella de la pezuña del diablo, una pluma del ala del arcángel Gabriel, una sandalia de San Pedro, la mandíbula de San Juan Bautista, el mantel de la Santa cena, sangre de Cristo, leche de la Virgen, espinas de la corona del Señor, la momia de santa Teresa, el brazo de san Vicente mártir y muchísimas más.

Cuando han pasado 47 año del fallecimiento del dictador Francisco Franco, recuerdo ahora como periodista que, cuando estaba a punto de morir leí, que le trajeron al lecho el manto de la Virgen del Pilar de Zaragoza para ver si hacía el milagro de mantenerlo vivo. Afortunadamente para muchos, parece ser que la Virgen no estuvo por la labor…

Conrado Granado
@conradogranado. Periodista. Licenciado en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid. He trabajado en la Secretaría de Comunicación e Imagen de UGT-Confederal. He colaborado en diversos medios de comunicación, como El País Semanal, Tiempo, Unión, Interviú, Sal y Pimienta, Madriz, Hoy, Diario 16 y otros. Tengo escritos hasta la fecha siete libros: «Memorias de un internado», «Todo sobre el tabaco: de Cristóbal Colón a Terenci Moix», «Lenguaje y comunicación», «Y los españoles emigraron», «Carne de casting: la vida de los otros actores», «Memoria Histórica. Para que no se olvide» y «Una Transición de risa». Soy actor. Pertenezco a la Unión de Actores y Actrices de Madrid, así como a AISGE (Actores, Intérpretes, Sociedad de Gestión).

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