Además de ser derrotado en las urnas, Donald Trump sigue siendo derrotado en la batalla legal poselectoral. Pero todavía no podemos saber los obstáculos que pondrá. Sin embargo, ahora el problema, el verdadero problema con Trump es su herencia, porque su herencia es la antesala de las decisiones de Joe Biden, el nuevo presidente elegido, pero sin ese poder todavía. Un problema y una trampa para el resto del mundo.
La «guerra comercial» no es una alocada respuesta de Trump. La superpotencia norteamericana la ha necesitado para contener la emergencia china. Porque se habla genéricamente del «aumento de la montaña de la deuda mundial» pero la amenaza más peligrosa es la gigantesca deuda norteamericana que, según estudios de diversas fuentes, alcanza el seiscientos por ciento de su PIB. Y no ha parado de crecer: su incremento durante el mandato de Trump ha sido mayor que la suma de los catorce países más desarrollados.
En la base del problema está la anomalía imperial de EEUU. Una superpotencia que no solo pierde peso económico en el mundo, sino que ya no lo domina económicamente, por ello tiene que dominar cada vez más con su aparato político-militar, y para ello tiene que mantenerlo cueste lo que cueste y a costa de todos los países súbditos -de ahí las exigencias a los países europeos, y a Japón y Corea del Sur para que aumenten su presupuesto militar- lo que no ha sido óbice para que durante el mandato de Trump, los gastos militares, ya descomunales, hayan aumentado un 10 por ciento, con un incremento de 172.000 millones, una cifra superior al PIB de 134 países del mundo.
La superpotencia norteamericana vive su ocaso imperial porque otros centros de poder mundial emergen de forma incontenible exigiendo ser tratados como iguales; y porque avanza la lucha de los países y pueblos del mundo por su soberanía nacional y su desarrollo independiente.
Un cambio en las relaciones económicas internacionales, un convulso periodo que vive el planeta en su camino hacia la multipolaridad. Un periodo de transición de un orden unipolar a otro multipolar que se está desarrollando, y cuyo resultado dependerá de varios factores, desde las decisiones que vayan adoptando la superpotencia norteamericana, y las potencias emergentes, hasta las luchas de los países y pueblos del mundo.
Obama vuelve a escena
Es obligado no olvidar que Biden fue vicepresidente con Obama, así como recordar que durante los ocho años de Obama como presidente Estados Unidos no dejó ni un solo día de mantener guerras a lo largo y ancho del planeta, incluido el día que le entregaron el premio nobel de la paz. Obama ha esperado al resultado de las elecciones en Estados Unidos para publicitar su libro. En sus abundantes declaraciones a los medios estadounidenses y extranjeros ha destacado que «creo que nuestros adversarios nos han visto debilitados, no solo como consecuencia de esta elección, sino en los últimos años. Tenemos estas divisiones en el cuerpo político que están convencidos de que pueden explotar».
Es decir, que a través de las palabras de Obama podemos entender la preocupación común que une a las dos fracciones de la élite dominantes estadounidense. El ocaso de Estados Unidos se ha hecho más obvio, y su respuesta no solo ha provocado un desastre en EEUU, sino que también ha provocado un desastre en el resto del mundo. Además, no solo están lastrados con cargas financieras, sino también con conflictos raciales y de clase que se están agudizando.
El fracaso de Estados Unidos en la lucha contra COVID-19 es una prueba, y ha expuesto estos problemas al resto del mundo, que está viendo cómo Estados Unidos, considerado el «faro de la democracia», se está derrumbando. Las escalofriantes cifras de infectados y fallecidos -según de The New York Times (a la hora de cierre de este artículo) cerca de doce millones y medio infectados (más de 12.418.700 personas) y más de un cuarto de millón fallecidos (al menos 257.100 personas)- es la más candente de las heridas abiertas.
Y las disputas entre las dos fracciones de la clase dominante de Estados Unidos por apropiarse de una mayor proporción de los beneficios del pueblo estadounidense y del resto de los pueblos de los países súbditos no consiguen más que agudizar las contradicciones de la situación mundial.
Biden tiene una herencia y se llama Trump
No se puede esperar que Biden anule todas las políticas hechas por la administración Trump. Eso sería ingenuo. La administración Biden solo cambiará las políticas de Trump si encuentra que dañen los intereses de Estados Unidos. Sin embardo, inmediatamente después de la firma del acuerdo de libre comercio más grande del mundo por las economías de Asia y el Pacífico -la Asociación Económica Integral Regional (RCEP)-, y antes de varias cumbres mundiales clave, la cumbre virtual de los BRICS – Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica – inyectó un nuevo impulso al multilateralismo frente a la creciente marea del unilateralismo estadounidense. La reunión de BRICS, que representa alrededor del 42 por ciento de la población y el 23 por ciento del PIB mundial, llega en un momento crítico de profundos desafíos que plantea la COVID-19 tanto dentro del bloque como a nivel mundial.
Jimmy Carter, expresidente de Estados Unidos, reconoció en una ocasión que Estados Unidos solo había disfrutado de dieciséis años de paz en sus 242 años de historia. Es todo un récord para única superpotencia realmente existente en el mundo actual. Y es también una realidad que manifiesta el papel crucial del complejo militar-industrial, del sector de la burguesía monopolista estadounidense que ha desempeñado un papel clave en la supremacía mundial norteamericana.
Y ello sin importar qué partido estuviera en el poder, fuera el republicano o el demócrata, sea ahora la administración Trump o la administración Biden, los oligarcas y conglomerados financieros, llamados el complejo militar-industrial, que detentan sectores determinantes del poder hegemónico estadounidense tienen un papel clave, y más en tiempos en los que Estados Unidos se encamina hacia su ocaso como superpotencia.
Estados Unidos, ante su ocaso, su poder militar
El tipo de camino militar que tomará la administración estadounidense bajo Joe Biden ha generado discusiones. Lo más probable es que Biden continúe apegándose al camino establecido y tradicional de mantener la supremacía global de Estados Unidos con su poderío militar. Como tal, su administración continuará invirtiendo fuertemente en gastos de defensa para mantener su posición de liderazgo en armamento.
Además, EE.UU. mantendrá el estatus de disuasión nuclear establecido mientras se mantiene al día con su vigoroso desarrollo de armas y tecnología nucleares estratégicas. Al mismo tiempo, se prevé que Estados Unidos continúe desarrollando submarinos nucleares para tomar la iniciativa y la posición dominante en las conversaciones sobre armas estratégicas con Rusia.
Es muy posible que Estados Unidos haga contracciones militares en Oriente Medio y Asia Central, pero aumente su presencia militar en la región del Pacífico Occidental para promover su despliegue militar: el antiguo plan pivote de Obama en la región de Asia y el Pacífico. Intensificará las actividades militares para mostrar su capacidad de disuasión y para apoyar su hegemonía en la región del Pacífico Occidental.
Estados Unidos restablecerá y fortalecerá su alianza militar con sus aliados tradicionales y consolidará el estatus de la OTAN en el mundo. Mientras tanto, en el noreste de Asia, Estados Unidos fortalecerá sus relaciones con Japón y Corea del Sur y dará pleno rendimiento a los roles de los dos países en la región.
«En los consejos de gobierno, debemos evitar la compra de influencias injustificadas, ya sea buscadas o no, por el complejo industrial-militar. Existe el riesgo de un desastroso desarrollo de un poder usurpado y ese riesgo se mantendrá. No debemos permitir nunca que el peso de esta conjunción ponga en peligro nuestras libertades o los procesos democráticos». Palabras de Eisenhower en su discurso de despedida como presidente de EEUU hace sesenta años.
«Mil muertos haciendo/ señales de humo/ y un iroqués reclamando/ el imperio en su ocaso»