El 18 de marzo de 1871 tropas francesas al mando del general Lecomte intentaron apoderarse en París de los cañones que habían sido sufragados por prescripción popular y estaban siendo custodiados en Montmartre por la Guardia Nacional arropada por brigadas de obreros. El gobierno no quería que fuesen utilizados contra sus fuerzas en el caso de que la oposición decidiera enfrentarse a sus planes para restaurar la monarquía.
La movilización popular construyó barricadas para impedir el paso del ejército e impidió que se llevasen los cañones. Los dirigentes republicanos proclamaron un autogobierno progresista en la ciudad para oponerse al ejecutivo conservador oficial. El proceso se convirtió en la insurrección revolucionaria que dio origen la Comuna de París, un experimento comunitario aplastado brutalmente por el ejército tan sólo diez semanas después de haberse constituido.
El origen de estos acontecimientos estuvo en la desaparición del Segundo Imperio francés tras el error cometido por Luis Napoleón III al declarar la guerra a Prusia en 1870. La derrota francesa fue seguida de un armisticio humillante por el que, entre otras medidas, Francia se obligaba a ceder territorios a sus adversarios. Al año siguiente se proclamó la Tercera República después de unas elecciones que ganaron conservadores y monárquicos que formaron una Asamblea Nacional presidida por Adolphe Thiers. Los dirigentes del nuevo régimen añoraban los antiguos privilegios y estaban dispuestos a imponer el regreso de la monarquía. Esta actitud los enfrentó a los partidos progresistas que defendían la permanencia de la República. La organización de estos últimos se concentró en la llamada Comuna de París, uno de los episodios que marcaron el devenir de la historia reciente de Francia.
La Comuna de París proclamó una serie de medidas progresistas como la educación obligatoria, gratuita y laica, el derecho de reunión y asociación, la prohibición de desahuciar a inquilinos incapaces de pagar el alquiler de sus viviendas, la abolición del trabajo nocturno en algunas profesiones, la mejora de la situación de la mujer, el establecimiento de bolsas de trabajo, la subida de salarios a los maestros… Las clases populares aprobaban las medidas de la Comuna mientras los burgueses abandonaban París y se refugiaban en Versalles. Se registraron también sucesos que empañaron los logros sociales, como la destrucción de edificios y monumentos (a destacar la de la columna Vendôme) y episodios de anticlericalismo contra templos y eclesiásticos.
Ahora, cuando se cumplen 150 años de la Comuna de París, varios libros analizan desde puntos de vista diversos aquel experimento revolucionario. Kristin Ross escribe en «Lujo comunal. El imaginario político de la Comuna de París» sobre la cultura y el pensamiento legados por la Comuna. La misma autora trata en «El surgimiento del espacio social. Rimbaud y la Comuna de París» la influencia en la obra del poeta francés de su inmersión en los acontecimientos de la Comuna, junto a otros creadores como Paul Lafargue y Élisée Reclus. En «París, capital de la modernidad» David Harvey narra los años transcurridos entre las evoluciones de 1848 y 1871, ambas fallidas, aunque provocaron cambios sociales y políticos a pesar de la profunda división de las sociedades en las que se desarrollaron. En «La Comuna de París» se recopilan una serie de escritos de Marx, Engels y Lenin sobre el acontecimiento revolucionario.
Otro libro, «Historia de la Comuna de París de 1871» (Capitán Swing) es posiblemente el texto más antiguo sobre este trágico episodio. Fue escrito en forma de crónica por Prosper-Olivier Lissagaray, un periodista que luchó en las barricadas junto a los revolucionarios. Sus camaradas lo llamaban Lissa. Estaba casado con Eleanora Marx-Avering, hija de Karl Marx, quien le ayudó durante los siguientes veinticinco años a recopilar información y a entrevistar a los supervivientes en el exilio. Fue ella quien hizo la traducción al inglés de la obra de Lissagaray, lo que facilitó su divulgación desde que fuera publicada en 1886, pues en Francia estuvo prohibida durante años (Eleonora fue también la primera traductora al inglés de «Mme. Bovary» de Flaubert).
El autor consiguió escapar del cerco de la Comuna gracias a la ayuda de una prostituta que lo escondió en su casa. De Francia pasó a Bélgica y de ahí a Inglaterra. En Londres conoció a Eleanora en casa de su padre, donde se reunían los exiliados de todas las persecuciones. Lissagaray cuenta desde la mirada de uno más de los revolucionarios las luchas en defensa de la Comuna y la sangrienta represión que liquidó el levantamiento, y desmiente las calumnias fabricadas para desprestigiarlo. Prosper-Olivier volvió a Francia tras la amnistía de 1880 y fundó con antiguos comuneros el periódico «La Bataille» para seguir defendiendo las ideas republicanas.
La revolución aplastada
Un libro del profesor John Merriman, «Masacre, Vida y muerte en la Comuna de París de 1871» (Ed. Siglo XXI) se centra en el desenlace de la Comuna, poniendo el énfasis en la represión que siguió a la breve experiencia.
La reacción contra la Comuna comenzó nada más proclamarse ésta cuando la Asamblea Nacional se instaló en Versalles, sede tradicional de la monarquía francesa. Desde allí promulgó una serie de leyes reaccionarias y reconstruyó un ejército de 130.000 efectivos formado por una gigantesca horda de bonapartistas, clérigos, orleanistas y conservadores, frente al cual los comuneros sólo contaban con el apoyo de la Guardia Nacional y del pueblo, dispuesto a arriesgar su vida en las barricadas.
El 21 de mayo los versalleses entraron en la ciudad y comenzaron a tomar barrios y distritos, registrando casas, edificios, catacumbas y alcantarillas, asesinando indiscriminadamente a mujeres, niños y ancianos, fusilando en masa a guardias nacionales, comuneros y civiles e imponiendo el terror por donde pasaban, sembrando la ciudad de miles de cadáveres.
Cuando el 28 de mayo el ejército acabó con las últimas resistencias, siguieron los consejos de guerra, que se celebraron ininterrumpidamente durante semanas, en sesiones que a veces no duraban ni diez segundos. Las descargas de los pelotones de fusilamiento se oían día y noche. Terminada la destrucción de la Comuna el nuevo régimen se autoproclamó República del Orden Moral, promocionando un catolicismo ultraconservador.
A pesar de la trascendencia de aquel acontecimiento y de las lecciones políticas que se derivaron, tuvieron que pasar muchos años antes de que los partidos políticos y los sindicatos franceses pudieran reconocer públicamente los valores de la Comuna y que el pueblo pasara a considerarla como un acontecimiento positivo de la historia de Francia.