Paula Maddox
«Nuestro día a día es duro, nuestras emociones están siempre a flor de piel, a veces apenas puedes respirar por la ansiedad y el dolor acumulado, pero si volviese a nacer escogería nuevamente ser médico, y de urgencias», son las palabras de Julio Armas, uno de los miles de héroes de nuestro país.
Julio es un médico de familia que desde hace años trabaja en el hospital del Vinalopó de Elche, en Alicante, como jefe del grupo del servicio de urgencias.
«Momentos duros en el día a día de un médico de urgencias los tenemos siempre: las despedidas inconclusas, los diagnósticos fatídicos, las muertes prematuras…» todas esas historias le van llenando la mochila de emociones difíciles de manejar.
Hace unos días, nos cuenta Julio, al iniciar su turno, le pasaron a un paciente de 91 años. «Venía por dolor abdominal, pero se notaba con los ojos muy apagados y algo desorientado. Al vestirme con todo el traje de protección, apenas me podía ver la cara, pero me dijo: doctor, siento haber venido a molestarle, pero hace una semana murió mi mujer de ochenta y seis años y no me pude despedir. Llevábamos setenta años juntos y era el amor de mi vida. Rompió a llorar y tuve que hacer un esfuerzo muy grande para no llorar también», confiesa.
Pues, aunque en la carrera le enseñaron a asumir la complejidad técnica de cualquier paciente, los procedimientos invasivos y la toma de decisiones clave, «la empatía la tienes que aprender por ti mismo».
«Sigo sin aceptar las muertes»
Para Julio, la medicina es su vocación. Por eso, con el tiempo ha aprendido a normalizar el estrés asociado a las malas noticias, «pero sigo sin terminar de aceptar las muertes, aunque a veces lleguen como soplo de aire fresco para el paciente».
Es el caso de un abuelito de 92 años que, hace apenas una semana, llegó al hospital con mucha dificultad para respirar. Llevaba diez días con tos y fiebre pero no le había dicho nada a su familia porque no quería molestar.
«Mientras yo le hacía preguntas, el señor me confesó que ese era su último día de vida, que lo había escuchado en la tele», nos cuenta. «Solía ser un hombre jovial y muy cariñoso, le gustaba caminar por las mañanas y siempre se detenía en la misma panadería y en el mismo bar para tomarse su carajillo. Su mujer había muerto hacía unos diez años y, aunque no tenía hijos, tenía una sobrina a la que consideraba como su hija».
Así que Julio decidió llamar a la chica para contarle que su tío se moría y que no podía hacer nada más. «Yo sé que le habéis cuidado bien. Ahora déjelo ir, doctor, pero no sin antes darle la mano», contestó ella.
«Y así fue. Le apreté la mano y en menos de una hora había muerto en paz»
«Cuando llego a casa me derrumbo»
Sin embargo, cuando este doctor llega a casa, no puede evitar sentir un cubo de agua fría recorrer todo su cuerp: «Como si de una película se tratara, se me pasan fotogramas de todo lo que he vivido y me derrumbo y caigo destrozado».
La soledad, la incertidumbre, el miedo a morir y el dolor por la separación de los seres queridos se han convertido en sus enemigos diarios, pues «asumimos las historias de los pacientes como nuestras, curamos, sanamos y acompañamos en el buen morir cuando se nos agotan los recursos».
Pero cada mañana, Julio se vuelve a levantar. Y, aún con las heridas por cerrar, vuelve a su puesto de trabajo a tratar de seguir curando: «Tanto la felicidad como la tristeza las siento de la piel hacia dentro, son mis aliadas en la lucha diaria para salvar vidas, o simplemente para aliviar», afirma.
Despedidas que duelen el doble
El trabajo como médico de urgencias es muy difícil, tanto emocional como físicamente, ya que tienen que vivir muchas veces periodos críticos de sobrecarga emocional. «En época de navidad es muy difícil de sobrellevar, pues las despedidas en esas fechas tan concretas duelen el doble», confiesa.
En cuanto a la situación actual, Julio explica que «la COVID-19 nos ha traído cambios en nuestra dinámica de trabajo, pues el distanciamiento físico también se acompaña de aislamiento social». Y ese aislamiento, a su vez, está trayendo consecuencias negativas tanto para los pacientes como para el personal sanitario que los atiende.
«Y al final te preguntas: ¿Quién me cuida a mí? ¿Quién vela por mis emociones y mi dolor? Es cierto que mi familia está siempre dispuesta a escuchar, a ayudar y a consolar, pero muchas historias me las quedo para mi porque son tan duras que apenas salen de mi retina».
De todas formas, aunque muchas veces se ha planteado cambiar de oficio, «el amor por lo que hago siempre se termina imponiendo».