Cuando vi por primera vez los cuadros de Edward Hopper en el antiguo museo Whitney, en la avenida Madison de Nueva York, sentí que se me revelaba el alma americana: sus desafíos y ansiedades, sus deseos y frustraciones, su energía y soledad. Los cuadros de Hopper me llevaron a pensar en la identidad nacional, en el apego a la pertenencia, en el ser y el devenir.

Hopper, desde Nueva York, su ciudad, pintando casas, calles y cafeterías nos dice de «Su América», su figuración nos envuelve en un atmósfera de nostalgia, mutación, sueño, atemporalidad. Hay una extraña identificación entre el personaje urbano, la ciudad, el pintor y el lector. La vida del artista está unida a la ciudad y al Museo Whitney.

Conocí el Whitney de la avenida Madison, lo recorrí con ansias y aprendí sobre la pintura norteamericana porque es el museo dedicado al arte de Norteamérica. El Whitney fue fundado en 1930 por Gertrude Vanderbilt Whitney y un grupo de artistas que donaron sus obras y decidieron velar por el patrimonio artístico nacional.

El artista presenta su primera exposición en 1929, en el Whitney Studio Club. En 1931, se inaugura el Whitney Museum of America Art y la obra de Hopper aparece en la Bienal de Arte Americano de 1932 y en las bienales posteriores hasta 1965. El Whitney fue, además, uno de los primeros museos en adquirir obra del artista para su colección. En 1968, la viuda de Hopper donó al Museo la totalidad de sus obras: dos mil quinientas pinturas, acuarelas, grabados y dibujos.

Este nuevo Whitney se inauguró en el 2015, con diseño del famoso arquitecto Renzo Piano, y está ubicado en el Upper East Side the Manhattan, cerca de la casa donde vivió Hopper.

Actualmente, ofrece desde el 19 de octubre del 2022 al 5 de marzo 2023 una exposición relevante de Edward Hopper. Es significativo que en la pospandemia (recordando que Nueva York sufrió los embates del covid, se organice esta exposición que revela la fascinación del artista por la metrópoli, y un registro de la urbe en transformación, algo que es propio de la existencia de NY: su permanente reinvención.

Este sentimiento de amor a la ciudad lo expresa Hopper de manera asordinada, como un extraño encantamiento, a través de la exhibición de mas de doscientas pinturas. La exposición muestra óleos, acuarelas, grabados, dibujos de la colección del Whitney y de colecciones privadas, se incluye correspondencia, fotos, impresos y cuadernos.

Acompaña a la muestra un bello catálogo «Edward Hopper’s New York», publicado por el museo y distribuido por Yale University, con trescientas ilustraciones e interesantes ensayos de académicos y expertos en la obra del artista.

Hopper hace de Nueva York su musa, su inspiración, la ciudad le entrega temas, imágenes, visiones, un sentimiento de sosiego y desasosiego, algo que vibra y se desvanece para volver a resurgir.

Para seguir la ruta de Hopper, estuve en el pueblo donde nació en 1882, Nyack, a orillas del mítico rio Hudson, desde su orilla se ve Manhattan, una panorámica inolvidable.

Hopper, cruzaba el río para ir a Nueva York. Se trasladaba en el ferry entre la bruma y las nevadas, para estudiar en la New York School of Illustration y New York School of Art. En 1908 se muda a la ciudad, a un apartamento de Washington Square North, en Greenwich Village, que será su hogar hasta su muerte en 1967.

En 1924 se casa con la artista Josephine Verstille Nivison, quien fue su modelo, jefa de registro de su obra y apoyo fundamental en su vida.

Meghan, prensa del Whitney, me atiende y me ayuda con el material fotográfico y al decirle que amo a Hopper, comparte la emoción y me comenta la exposición.

Está organizada en capítulos temáticos que abarcan toda la trayectoria artística del pintor. Ocho secciones que incluyen cuatro amplios espacios presentando las pinturas más reconocidas del artista y cuatro pabellones con obras que casi no se han expuesto al público.

Hopper captura los edificios que lo rodeaban, vio como desaparecían galpones y se construían nuevas estructuras, experimentó las demoliciones y el tremendo desarrollo, vio los rascacielos cortar el aire, vio como llegaba gente de todas partes y poblaba aquella isla insaciable, su ciudad era una musa cambiante, alocada, frenética y a la vez constante, porque a Hopper le interesaba la esencia, lo que permanece en el eterno fluir. Le interesaba captar el espíritu, el sentir de la ciudad, la relación hombre-ciudad, el extraño diálogo que se entabla entre los edificios, las calles, y el caminar entre este laberinto de escaleras, ventanas, puertas, chimeneas, tejados, recovecos y misterios.

Nueva York es misteriosa, profana, mística, sudorosa, barroca, ajena y suya en cada pincelada. El poeta Walt Whitmann cantaba a la ciudad a orillas del río mítico, mientras otro poeta, Garcia Lorca, sufría su crueldad.

Hopper no adjetiva ni tensiona, observa y trata de comprender. El pasado y el presente, el ruido y el silencio, lo externo y lo interior, el movimiento y lo estático. La recorre como si fuera un ser desnudo, visita sus negocios, sus estaciones: Moving tren (Tren en movimiento-1900), Tugboat with black Smokestack (Remolque con escape negro-1908), las imágenes se suceden porque Nueva York es inagotable.

Hopper, NY, La ventana
Hopper, NY, La ventana

La sección «La ciudad impresa» muestra los motivos urbanos que serán el núcleo de su temática. Y en 1918-1919 dibuja Open Window (Ventana abierta), que da nombre a la siguiente sección: «La ventana», donde se pone en relevancia la luz y la ventana como tema. La respiración interna y el aire exterior. Aparecen sus cuadros memorables: Ventanas nocturnas (1928), Habitación en Brooklyn (1932).

En la sección «La ciudad horizontal», se exhiben obras de paisajes urbanos: Madrugada de domingo, 1930; Circuito del Puente de Manhattan, 1928. Comenté que «Washington Square», era el barrio de Hopper y lo documenta desde azoteas y ventanas, hasta defenderlo para la preservación como lugar de artistas y centro cultural.

«Teatro» es una sección que explora la pasión de Hopper por el escenario. Nueva York es una gran escenografía, un enorme teatro, cuyas escenas se transfiguraban ante los ojos del artista.

En la sección «Realidad y Fantasia», se exhiben sus pinturas tardías de atmósferas cada vez mas oníricas, un Nueva York, casi metafísico.

En su diario personal, Hopper nos dice que procura «arte realista a partir del cual pueda crecer la fantasía»

Hopper y el Whitney bien valen una visita a Nueva York!

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