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Gracias, sanitarios, por cuidar de nuestras vidas

Un escribano en la Corte

Conrado Granado a las puertas del quirófano

Septiembre suele ser el mes en el que las aguas vuelven al cauce de la vida diaria, cuando retornamos a la normalidad de siempre dispuestos a afrontar la nueva etapa. Puede ser también un momento adecuado para recordar el viejo refrán que nos indica eso de que «Es de bien nacido ser agradecido».

Y en el caso del que suscribe las aguas de la salud, mi salud, han vuelto a su cauce tras un largo período de casi dos años de incertidumbre, por lo que solo se me ocurre gritar, escribir a los cuatro vientos: «Gracias, sanitarios, por cuidar de nuestras vidas».

Porque han sido ellos, ellas, a fin de cuentas, el gremio sanitario en su conjunto, los que han cuidado de mi vida y cuidan nuestras vidas en general, dejando las suyas en ocasiones en el empeño, como hemos tenido ocasión de conocer a través de informaciones publicadas.

He podido comprobar en primera persona, he conocido su trabajo y entrega durante todo este tiempo, desde aquel fatídico día en que una fístula se cruzó en el cuerpo y vida convirtiéndome en paciente, comenzando en silencio un camino de ambulatorios, hospitales, visitas, pruebas, varias que conducirían finalmente al quirófano.

Y en todos los sitios, desde el ambulatorio hasta el quirófano, he encontrado entrega, amabilidad, comprensión, para un paciente que todo lo que deseaba era volver a la «vida normal» que es, a fin de cuentas, lo más importante de la vida, cosa con la que estarán de acuerdo miles, millones de pacientes.

Desde ese médico de cabecera, doctor Javier Martín Esquillor, quien conoce los achaques de uno desde hace lustros y que tras muchos años acaba siendo, más que un galeno, un amigo al que le cuentas tus entresijos, hasta esa cirujana del Hospital Carlos III de Madrid, doctora Ana María Guerrero Vaquero, animándote ella siempre a la hora de emprender el camino del quirófano, una doctora que según me comentaba comenzó a ejercer la profesión a los veinticuatro años y se jubilaba ahora a los 64, después de cuarenta años de entrega a la profesión.

Siempre recordaré la frase que me decía en nuestras charlas en las visitas, comentando la importancia que le damos a la cara de cada cual, cuando, al fin y al cabo, «Un culo es un culo», que también tiene su importancia. Es cierto que no nos lo vemos, pero está ahí, en la parte posterior, forma parte de nuestro ser, y que funcione es de vital importancia. Y tanto…

Junto a estos profesionales están otros muchos miles, como pueden ser las enfermeras, camilleros, celadores, conductores, todos dispuestos a poner lo mejor de sí para que el hospital fuera un lugar asequible en un momento en el que la COVID-19 se cebaba en nuestros pueblos y ciudades dejando en el camino a tantos miles de personas. Como botón de muestra recuerdo a mi sobrina, María José, enfermera del Hospital del Niño Jesús, de Madrid, especializado en tratar a niños con cáncer, con los que ella trabaja entregada a su labor.

Todo ello ocurre en una sanidad pública española que considero de las mejores del mundo, por no decir la mejor, después de haber conocido durante muchos años la alemana. Por eso me preocupa que sobre nuestra sanidad se ciernan ciertos nubarrones, habida cuenta de los intereses creados que existen en el sector, donde entidades privadas están atentas al negocio que la salud de cada cual representa.

Por fortuna, todavía hoy disponemos de una sanidad pública que pagamos con nuestros impuestos y a la que afortunadamente todos tenemos acceso. Defenderla significa algo tan importante como defender nuestra salud, siendo conscientes de que solamente se conoce el valor de las cosas cuando se han perdido, cuando ya es demasiado tarde…

En la otra parte de la balanza del respeto a la sanidad y a la defensa de la salud que a todos nos atañe, pude comprobar durante mis visitas al hospital en un tiempo que en vivíamos en la ola alta de la pandemia y los muertos diarios podían contarse por cientos, cómo era posible, en un momento en que la mascarilla era obligatoria, que hubiera gente que iba fumando tranquilamente por la calle sin ponérsela, como si la cosa no fuese con ellos.

Frente a esta falta de respeto por parte de algunos, a los pocos minutos entraba como paciente en el Hospital Carlos III de Madrid, comprobando desde el primer momento cómo los profesionales sanitarios en general estaban entregados a su trabajo, del que dependía, y sigue dependiendo, a fin de cuentas, nuestras salud, cuando no nuestras vidas.

Cuando se ha vuelto a la «normalidad» de la vida diaria, el agradecimiento a su labor es sencillamente una muestra de respeto que como sanitarios se merecen. Gracias por estar ahí.

@conradogranado. Periodista. Licenciado en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid. He trabajado en la Secretaría de Comunicación e Imagen de UGT-Confederal. He colaborado en diversos medios de comunicación, como El País Semanal, Tiempo, Unión, Interviú, Sal y Pimienta, Madriz, Hoy, Diario 16 y otros. Tengo escritos hasta la fecha siete libros: «Memorias de un internado», «Todo sobre el tabaco: de Cristóbal Colón a Terenci Moix», «Lenguaje y comunicación», «Y los españoles emigraron», «Carne de casting: la vida de los otros actores», «Memoria Histórica. Para que no se olvide» y «Una Transición de risa». Soy actor. Pertenezco a la Unión de Actores y Actrices de Madrid, así como a AISGE (Actores, Intérpretes, Sociedad de Gestión).

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