Alicia Población
El mes pasado, La Joven estuvo en Barcelona con su obra Gazoline, dirigida por José Luis Arellano. Desde abril del año pasado esta producción cogió el testigo de Razas, un proyecto desarrollado por las Fundaciones Edmond de Rothschild, en Francia, y la Fundación Teatro Joven, en España. Su objetivo, fomentar la diversidad étnica en las artes escénicas.
Gazoline nos cuenta una historia de amistad entre cinco jóvenes franceses, hijos de inmigrantes, y sus diferentes reacciones ante las revueltas de 2005 en Francia. Pero, ¿por qué llegaron a quemarse 6600 coches en apenas quince días? ¿Qué razones llevaron a los jóvenes a provocar estos altercados?
El texto de Jordi Casanovas y la interpretación del elenco de La Joven nos hacen reflexionar más allá de lo que nos cuentan los medios y nos pone en la piel de quienes se sienten excluidos e incomprendidos por una sociedad que hace oídos sordos ante sus problemas.
Tras el cálido aplauso del público, en el Teatre Juventut de l’Hospitalet de Llobregat, en Barcelona, se dio pie a un debate que acabó con acaloradas discusiones partiendo de la pregunta: ¿ocurriría esto (la quema de coches) en l’Hospitalet?
Hacer pensar al público más allá de su butaca, debatir con la emoción a flor de piel, nada más salir del oscuro que determina el final de cada función, es una de las características de las producciones de La Joven. Efectivamente, el teatro enseña a vivir.
En este contexto se produjo esta entrevista con Jordi Casanovas, guionista de Gazoline:
Alicia Población: ¿Cómo surgió la idea de Gazoline?
Jordi Casanovas: Es un texto que escribí hace catorce años y lo he ido revisando a medida que ha pasado el tiempo, porque no había posibilidad de estrenarlo. Yo tenía veintitantos años en ese momento, y veía que muchos jóvenes se estaban manifestando en Francia. Mi primer pensamiento fue que cuando alguien protesta no debe quemar coches ni producir altercados, pero a la vez me preguntaba el porqué y quería comprender y descubrir si había algo detrás.
A raíz de investigar la situación en esos barrios y leer mucho, y tras la primera versión y las posteriores reescrituras del texto, llegué a entender muchas cosas. Esto es lo que intento expresar en la obra, una manera de llevar al público a través de ese viaje que es hacerse preguntas sobre lo que parece obvio, como que no se debe utilizar la violencia para manifestarse y protestar por cuestiones políticas y sociales, pero llevarnos a un punto de duda, y no quedarnos con las imágenes que nos muestran en la televisión. Ir más allá.
AP: Es que a veces necesitas mucho tiempo para contrastar información y llegar a formar una opinión propia, consolidada y no simplemente creerte lo que te cuentan.
JC: Yo a lo que aspiro como dramaturgo es a que el público se quede con las ganas de descubrir más de cada asunto, que tenga un espíritu no sé si crítico, pero sí dubitativo. El teatro sirve para poner al público en personas que no son ellos mismos. En casa no podemos hacer eso, pero en el teatro, por una hora, podemos meteremos en mundos que no conocemos y llegar a comprenderlos. Como espectador tendemos a querer empatizar con todos los personajes, y esto da mucha riqueza, perspectiva y también conocimiento.
AP: ¿Como dramaturgo, cuál crees que es la mejor forma de llegar al público, de plantar la semilla?
JC: Casi nunca empiezo a escribir sabiendo cómo va a terminar. Empiezo sin respuestas y parto de una pregunta que me interesa poniendo como objetivo conseguir la máxima complejidad posible, al menos hasta donde te permite la obra, para encontrar las posibles respuestas que se podrían dar. A veces me pregunto cosas, y no acabo de entender por qué alguien hace algo. Algunos podrían encontrar una respuesta fácil, pero si yo creo que es complicada trato de buscar la manera de que una historia pueda contarnos esa complejidad. Y al final no descubro una respuesta, descubro las diferentes miradas posibles. Al final el teatro se basa en el diálogo entre dos personas que piensan diferente. ¡Es puro combate dialéctico! Y, al provocar el drama, al espectador se le proponen varias miradas, varias perspectivas diferentes.
AP: Como la vida, el teatro es un debate en sí mismo, y en este caso además incitaba a debatir al público.
JC: Sí. A nivel político y social, los personajes están debatiendo continuamente. Se cambian las perspectivas, se relativizan. Al final es una historia de amistad que puede romperse en cualquier momento por diferentes formas de ver las cosas; y son las circunstancias las que evitan que el vínculo se rompa. Es un proceso, un viaje de amistad, y claro, los debates los encontramos más focalizados en su entorno y en su ambiente político y social.
AP: ¿Qué ocurrió a partir de que José Luis Arellano leyera tu texto?
JC: Cuando La Joven empezó a hacer producciones profesionales, yo vi una de sus primeras obras, Invasión, de Guillem Clúa, y me pareció muy interesante el proyecto, el montaje y la energía de los actores. Yo tenía este texto guardado y la única premisa era que los actores fueran jóvenes. Me dijeron que les interesaba, pero que en ese momento no tenían el elenco racializado. Así que se guardó para un futuro. A raíz de esto contaron conmigo para hacer una versión moderna de Romeo y Julieta, que fue Hey boy, Hey girl, en 2015. En 2017 me llamaron y me hablaron del proyecto Razas, que proponía incentivar la diversidad étnica en nuestros escenarios; tenían la intuición de que de aquel proyecto podría salir el equipo para montar mi obra, y así fue.
AP: ¿Por qué crees que hay esta racialización en las artes escénicas?
JC: Bueno, los actores lo cuentan muy bien; cuando recibían alguna convocatoria de casting de menos de veinticinco años, ellos mismos se autoexcluían y, en muchas ocasiones, pensaban que no iba por ellos, porque siempre esperaban encontrar la muletilla de “actores negros” en las condiciones, y si no, no se presentaban. Incluso La Joven, que cada año plantea talleres para escoger y encontrar su nuevo equipo, veía que nunca venían actores y actrices racializadas.
Por eso titular a este proyecto Razas llamaba a que viniera toda la diversidad étnica posible. Y pasó lo que pasó, se apuntaron setenta chavales y de ellos seis, ocho, diez, están en La Joven o trabajando en otras producciones. Así que de alguna manera este proyecto fue una forma de romper ese muro que quizá estaba autoimpuesto por todas las partes.
AP: O sea la racialización al final forma parte de una especie de imaginario colectivo.
JC: Si, ellos están acostumbrados a responder papeles de casting donde específicamente se nombra el color de la piel. Contaban las actrices, que cuando van a convocatorias donde se pide actriz madrileña, ellas van, porque son madrileñas, pero les dicen que no cumplen el perfil. Esto es algo que tenemos que romper. Luego vemos que el público de mañana, el público de los institutos, es multicolor. De Madrid o de Barcelona, hay mucha variedad. Todavía hay mucho prejuicio y mucho tópico instaurado en las artes escénicas.
AP: ¿Por qué te gusta trabajar con La Joven?
JC: Bueno, sin duda ellos son conscientes de que están interpretando piezas para espectadores que son de su edad o de una edad parecida, de modo que hay algo que conecta directamente con ellos, una energía común. Hay algo de concierto de rock, y esta obra está escrita pensando en ellos, tiene un ritmo muy trepidante. Recuerdo que en una de las primeras funciones, en el oscuro final, los chavales del público empezaron a gritar. Esto fue muy bonito, porque nos dimos cuenta de que habíamos logrado que vivieran algo que les había puesto a cien, crear esa energía. Y esos chicos van a repetir, van a confiar en el teatro como un medio para contarles historias que les tocan.
AP: Claro, ponerlo desde su perspectiva.
JC: Simplemente con contar historias que sean próximas, ya se ven de otra forma. Soy partidario de hacer un teatro pensando en los jóvenes y para los jóvenes.
AP: ¿Cómo ves el futuro del arte, del teatro?
JC: Yo creo que el teatro se va a mantener vivo para siempre. El teatro tiene la ventaja de que necesariamente nos obliga a encontrar un espacio en el que encontrarnos. Tenemos que ir para juntarnos y, mientras está sucediendo, tenemos que respirar, pensar, sentir, con las demás personas del público al mismo tiempo. Es decir, transmitimos nuestras ideas casi de una manera telepática, con nuestras respiraciones, nuestras risas, e incluso nuestros sollozos algunas veces.
Suceden cosas sobre el escenario que pensábamos que solo nos ocurrían a nosotros, que, de alguna manera, sentimos íntimas, y de golpe notamos que alrededor hay una reacción y nos volvemos a sentir parte de una comunidad. Yo creo que el teatro nos vuelve a reunir y esto no va a caducar nunca, se va a mantener, y más cuando precisamente otros espacios de reunión como el cine están tan tocados ahora mismo. Porque el mismo tipo de producto se puede ver en casa pero para vivir el teatro tendremos que ir siempre, y notar ese punto de riesgo cuando se dice algo encima del escenario y esa persona lo está contando en vivo, está corriendo un riesgo. Es algo que no va a morir y que siempre tendremos la necesidad de sentir.
Equipo artístico:
Elenco: Mard B. Ase, Michael Batista, María Elaidi, Prince Ezeanyim y Delia Seriche
Dirección: José Luis Arellano García
Texto: Jordi Casanovas
Iluminación: Juan Gómez-Cornejo (AAI)
Escenografía y vestuario: Silvia de Marta
Videoescena: Bruno Praena
Coreografía: Andoni Larrabeiti
Música: Víctor Algora
Fotografía de escena: David Ruano
Ayudantía de escenografía y vestuario: Cristina Aguado y Eva Escribano
Regiduría: Dani Villar
Realización escenografía: Readest y Juan Carlos Rodríguez
Sastrería: Conchi Marro
Sitio web: www.lajoven.es
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