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El regreso del caballero Zifar

Se publica una reproducción del códice de París y una edición facsímil de la primera novela de caballerías

Editorial Moleiro Caballero Zifar

La novela de caballerías fue un género literario muy popular, inspiró cientos de historias y héroes de ficción en todas las épocas y fue el germen de la obra cumbre de la literatura española, Don Quijote de la Mancha.

Desde los tiempos de los Reyes Católicos hasta los de de Felipe tercero estas novelas fueron leídas por todas las clases sociales, siendo uno de los primeros fenómenos de masas en la historia de la cultura española, y desde siempre han sido objeto de culto de coleccionistas y bibliófilos (a destacar la colección del conde de Gondomar).

Y sin embargo siguen siendo la gran asignatura pendiente de los lectores españoles, de los que sólo una minoría ha leído alguno de los grandes clásicos del género, obras maestras que han fascinado a escritores de todas las épocas, desde Teresa de Jesús y Lope de Vega a Vargas Llosa, y que mantienen, como en las mejores novelas contemporáneas, la tensión narrativa y la fascinación por la aventura.

Los antecedentes de la novela de caballerías se encuentran en los romances en prosa del ciclo artúrico (con el mítico rey Arturo como figura central) que se fueron ramificando en géneros diversos. Las narraciones artúricas se divulgaron en España gracias a los lays, poemas líricos franceses con melodías y temas de viejas canciones celtas de contenido fantástico e idealista en los que, a diferencia de la novela de caballerías, el amor aún no ocupaba un lugar destacado.

Junto a estas primeras manifestaciones, la novela de caballerías incorporó las virtudes de personajes como Lancelot, Perceval y Tristán, héroes de los relatos medievales de Chrétien de Troyes, y los valores del cristianismo de los Cuentos del Graal. Los libros de caballería españoles añadieron a la tradición europea algunos elementos de los cantares de gesta.

Un género inmortal

Martín de Riquer asegura (Caballeros andantes españoles. Espasa-Calpe, 1967) que los caballeros andantes fueron algo familiar en la vida española del siglo quince y que muchos de los episodios que recogen las novelas de caballerías no son sólo devaneos de la imaginación literaria.

Por su parte, Mario Vargas Llosa opina que estas novelas no son irreales sino realistas porque reúnen la realidad que los hombres viven objetivamente (sus actos, sus pensamientos, sus pasiones) y las que viven subjetivamente, producto de sus creencias o de su imaginación. De este modo llega a compararlas con el realismo mágico de Cien años de soledad. (“Viejos y nuevos libros de caballerías”. Historia y crítica de la Literatura Española. Ed. Crítica. Volumen primero).

La novela de caballerías tuvo una larga y fructífera edad de oro durante todo el Renacimiento y el Barroco, y sus valores y formatos se han prolongado hasta nuestros días, donde muchos de los héroes de ficción (en la literatura, pero también en el cine y la televisión) no son sino trasunto de aquellos héroes caballerescos.

Se ha perpetuado a lo largo de los siglos porque juega con personajes, situaciones, enfrentamientos y luchas muy similares a las que interesaron a los hombres y mujeres de todas las épocas.

Y es la combinación de todos sus elementos (el héroe, el escudero, la dama, el encantador, el mago, los viajes, la aventura y el final feliz) lo que la transforma en singular porque desde siempre los lectores, como en la actualidad, han buscado junto a los personajes y los tópicos habituales, las sorpresas de cada nueva aventura y el añadido que permitía cada nueva época (la invención fabulosa, la crítica al poder, el erotismo).

Por eso levantaron las sospechas de la Iglesia y de la Inquisición, a pesar de la religiosidad de sus héroes y la defensa de los valores de la clase dominante. En el siglo dieciséis los moralistas (Luis Vives, Juan de Valdés, Melchor Cano, Fray Luis de Granada) lanzaron ataques virulentos contra los libros de caballerías, desaconsejaron su lectura (propia de personas ociosas, decían) por ser incentivos para la sensualidad, estar mal escritos y ser contrarios a la verdad: recordemos que el cura del Quijote los tacha de ‘mentirosos’.

Pese a estas censuras, la edición y la lectura de novelas de caballerías fueron ocupaciones culturales destacadas en esta época. No fue hasta la segunda mitad del siglo dieciséis que iniciaron un lento descenso y dieron sus últimos coletazos con obras como la Historia del Emperador Carlo Magno y los Doce Pares de Francia, de escasa calidad, y Baldo, una imaginativa e inclasificable obra en la que confluyen diversas corrientes literarias y que anuncia los caminos por los que va a discurrir la nueva literatura.

Todo empezó con Zifar

La que se considera primera novela de caballerías española fue El libro del Cavallero de Dios, más conocido como El Caballero Zifar, publicada en 1300, que precedió en casi doscientos años a la gran obra del género Tirant lo Blanch, de Joanot Martorell (Valencia, 1490), de contenido realista y con destacados momentos eróticos; una experiencia inolvidable para cualquier lector. Zifar fue antecedente, también, de Amadís de Gaula, de Garci Rodríguez de Montalvo, la obra cumbre de las novelas de caballería españolas.

Las aventuras del caballero Zifar, procedente del reino de Tarta en la India, junto a las de su esposa Grima y sus hijos Garfín y Roboán, son una sucesión de episodios entrelazados que cuentan cómo los dones caballerescos y las virtudes cristianas se imponen a los enemigos de Dios y a las injusticias de los reinos gobernados por monarcas tiránicos. De hecho, “El caballero Zifar” era un manual de lectura obligatoria para la educación de príncipes y caballeros en las cortes de la Edad Media.

Ahora, la editorial Moleiro publica una edición del códice de París de El caballero Zifar y otra facsímil de la obra que inició el género. Esta nueva edición constituye en sí misma un objeto de culto, un libro de gran formato, ilustrado con las 242 miniaturas (el término miniatura procede de miniare, que designa el empleo de colores vivos, del tipo minio, un pigmento rojo anaranjado obtenido de la oxidación de plomo fundido) del códice de París, el que encargó Enrique cuarto de Castilla y pasó por las manos de Isabel la Católica y de Napoleón, quien terminó incorporándolo a la Biblioteca Imperial.

Además de una extensa descripción de las aventuras de la novela, se incluyen artículos y estudios sobre los caracteres literarios, históricos, religiosos, sociológicos y estéticos de la obra y de la época, que ayudan a entender todos los aspectos relacionados con esta joya de la bibliografía española.

Profesor de la Universidad Complutense de Madrid. Periodista cultural Asignaturas: Información Cultural, Comunicación e Información Audiovisual y Fotografía informativa. Autor de "Qué es la fotografía" (Lunwerg), Periodismo Cultural (Síntesis. Madrid 2006), Cultura y TV. Una relación de conflicto (Gedisa. Barcelona, 2003) La mirada en el cristal. La información en TV (Fragua. Madrid, 2003) Perversiones televisivas (IORTV. Madrid, 1997). Investigación “La presencia de la cultura en los telediarios de la televisión pública de ámbito nacional durante el año 2006” (revista Sistema, enero 2008).

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