Hay un hilo conductor para entender la historia de España de los últimos siglos. Un punto de vista que desaparece en muchos libros de historia, del que no hablan los textos que se utilizan en la educación primaria y secundaria de nuestro país. Y, por segunda vez, vamos a beber en fuentes de intelectuales de fuera de España. Uno es un hispanista reconocido, Jean-René Aymes. Otro es un hispanista desconocido, Karl Marx.
Jean-René Aymes, catedrático emérito de la universidad parisina Nueva Sorbona, sintetiza, defiriéndose al periodo de la invasión napoleónica, la contradicción esencial que recorre la historia española contemporánea: «Napoleón subestimó el poder de reacción del pueblo español. Los franceses pensaban que la población era ignorante y estaba dominada por el clero».
El catedrático amplía la explicación: «Napoleón y sus adláteres pensaban que el pueblo español era un pueblo apático, sumiso, holgazán, ignorante, supersticioso y totalmente dominado por el clero. Pensaba que si cerraba los conventos y echaba a los monjes a la calle, la propaganda y las élites españolas afrancesadas justificarían la operación de regeneración iniciada por Francia».
Pero Napoleón se equivocó y provocó el resurgir de un sentimiento patriótico popular, que parecía no existir previamente. Aymes destaca que «los medios franceses despreciaban al Ejército español. Decían que no había peor tropa que la española. La calificaban de indisciplinada y sin capacidad de defenderse en un campo de batalla. Los acontecimientos demostraron que todo era mentira».
Y el hispanista francés denuncia que Francia iba a poner en marcha, de forma deliberada, una campaña de difamación del pueblo español y de mitificación de los hechos: «Siempre se insistió en el carácter casi salvaje de aquella resistencia. Se admitió, a duras penas, que Napoleón se enfrentaba con la mayoría del pueblo español, no sólo con el Ejército regular».
Para Aymes: «la guerra de la Independencia no es una guerra a la antigua en la que se enfrentan dos ejércitos, sino un conflicto en el que aparece un fenómeno nuevo, el ejército del pueblo que se manifiesta en la guerrilla». Incluso: «En Zaragoza se dio un fenómeno de guerrilla urbana, popular. La población tomó parte en el conflicto, intervino en él de forma decisiva, con lo que se convirtió en uno de sus actores». Es importante recordar que la palabra «guerrilla» no se ha traducido a otros idiomas sino que se ha copiado literalmente, empezando por el inglés.
Es decir, Aymes afirma que la prensa oficial francesa inició entonces todo un montaje «a base de mentiras y ocultaciones. Una operación de desinformación». Una ataque continuo para ridiculizar al pueblo español, a sus costumbres y a su cultura. De esa campaña provienen expresiones peyorativas como «África empieza en los Pirineos».
Hasta aquí las palabras de un hispanista sobre los dos mundos existentes en el seno de nuestro país. Curiosamente Karl Marx escribió una serie de artículos sobre España. De todo su rico contenido, agrupado en un texto titulado «La España revolucionaria», vamos a extraer la idea principal cuando analiza el periodo de la invasión napoleónica hasta 1812.
Marx, asombrosamente, también señala la contradicción entre el pueblo y la élite dominante: «Así ocurrió que Napoleón, quien, como todos sus contemporáneos, consideraba a España como un cadáver exánime, tuvo una sorpresa fatal al descubrir que, si el Estado español estaba muerto, la sociedad española estaba llena de vida y repleta, en todas sus partes, de fuerza de resistencia».
Marx insiste en el profundo error de Napoleón: «Al no ver nada vivo en la monarquía española, salvo la miserable dinastía que había puesto bajo llaves, se sintió completamente seguro de que había confiscado España. Pero pocos días después de su golpe de mano recibió la noticia de una insurrección en Madrid. Cierto que Murat aplastó el levantamiento matando cerca de mil personas; pero cuando se conoció esta matanza, estalló una insurrección en Asturias que muy pronto englobó a todo el reino. Debe subrayarse que este primer levantamiento espontáneo surgió del pueblo, mientras las clases ‘bien’ se habían sometido tranquilamente al yugo extranjero».
Una invasión que crea las condiciones para que el pueblo aparezca como protagonista de la historia como Marx sintetiza: «Gracias a Napoleón, el país se veía libre de su rey, de su familia real y de su gobierno. Así se habían roto las trabas que en otro caso podían haber impedido al pueblo español desplegar sus energías innatas (…) desde el mismo principio de la guerra de la Independencia, la alta nobleza y la antigua administración perdieron toda influencia sobre las clases medias y sobre el pueblo al haber desertado en los primeros días de la lucha».
Y Marx no deja de analizar y ensalzar la lucha de guerrillas del pueblo español. Así destaca que: «Había miles de enemigos al acecho aunque no pudiera descubrirse ninguno. No podía mandarse un correo que no fuese capturado, ni enviar víveres que no fueran interceptados. En suma, no era posible hacer un movimiento sin ser observado por un centenar de ojos. Al mismo tiempo no había manera de atacar la raíz de una coalición de esta especie. Los franceses se veían obligados a permanecer constantemente armados contra un enemigo que, aunque huía continuamente, reaparecía siempre y se hallaba en todas partes sin ser realmente visible en ninguna, sirviéndole las montañas de otras tantas cortinas».
Y para reforzar nuestro hilo conductor -la contradicción antagónica entre el pueblo y la élite- con un breve comentario de la Constitución de 1812, que Marx analiza con profundidad, cerremos los primeros años de la lucha contra la invasión francesa con estas palabras suyas: «No obstante el predominio en la insurrección española de los elementos nacionales y religiosos, existió en los dos primeros años una muy resuelta tendencia hacia las reformas sociales y políticas, como lo prueban todas las manifestaciones de las juntas provinciales de aquella época, que, aun formadas como lo estaban en su mayoría por las clases privilegiadas, nunca se olvidaban de condenar el antiguo régimen y de prometer reformas radicales».
Marx sintetiza su crítica a las erróneas visiones dominantes sobre las Cortes de 1812: «Por consiguiente, las Cortes fracasaron, no como afirman los autores franceses e ingleses, porque fueran revolucionarias, sino porque sus predecesores habían sido reaccionarios y no habían aprovechado el momento oportuno para la acción revolucionaria». Ni más ni menos. Que la burguesía española no se había atrevido a llevar adelante, en tales circunstancias favorables, su revolución burguesa contra la aristocracia terrateniente, acabando por coludirse con ella contra los sectores populares revolucionarios.
Marx destaca la anomalía histórica que supone: «las circunstancias en que se reunió este Congreso no tienen precedente en la historia. Además de que ninguna asamblea legislativa había hasta entonces reunido a miembros procedentes de partes tan diversas del orbe ni había pretendido resolver el destino de regiones tan vastas en Europa, América y Asia, con tal diversidad de razas y tal complejidad de intereses; casi toda España se hallaba ocupada a la sazón por los franceses y el propio Congreso, aislado realmente de España por tropas enemigas y acorralado en una estrecha franja de tierra, tenía que legislar a la vista de un ejército que lo sitiaba».
Con medidas legislativas pioneras en la historia de la humanidad como fueron que: «las Cortes reconocieron a los españoles de América los mismos derechos políticos que a los de la Península, proclamaron una amnistía general sin ninguna excepción, dictaron decretos contra la opresión que pesaba sobre los indígenas de América y Asia, cancelaron las mitas y los repartimientos, abolieron el monopolio del mercurio y, al prohibir el comercio de esclavos, se pusieron en este aspecto a la cabeza de Europa».
Es decir, Marx reconoce que: «examinando, pues, más de cerca la Constitución de 1812, llegamos a la conclusión de que, lejos de ser una imitación servil de la Constitución francesa de 1791, era un producto original de la vida intelectual española, que resucitaba las antiguas instituciones nacionales, introducía las reformas reclamadas abiertamente por los escritores y estadistas más eminentes del siglo dieciocho y hacía inevitables concesiones a los prejuicios populares».
El pueblo y la élite dominante, dos mundos antagónicos en el seno de España.