El Museo Isabella Stewart de Boston guarda secretos, contiene una de las colección más valiosas de América y ha sido residencia de una de las mujeres más famosas y refinadas del siglo diecinueve. Además, ha sufrido uno de los robos de obras de arte más escandalosos de la historia mundial.

Isabella Stewart Gardner nació en Nueva York en 1840 y murió en Boston en 1924. Vivió parte del siglo diecinueve y comienzos del veinte, una época de gran prosperidad en América, la llamada «Época de oro», grandes fortunas se amasaron ante las posibilidades de nuevas inversiones, inventos y negocios y se construyeron mansiones y grandes colecciones. Testimonio de ello son los grandes palacios de Newport, y las mansiones de Boston, ciudad llamada «Atenas de América», gran centro cultural y financiero del norte.

Isabella pertenecía a una familia adinerada beneficiada de esta prosperidad económica. Tuvo una educación privilegiada y al casarse con Jack Gardner viajó por el mundo conociendo América, Europa y Asia, eran una pareja excéntrica y aventurera. Cuando Isabella llega a Venecia se enamora de la bella ciudad lacustre y se dedica a estudiar el arte italiano; la lectura de «La divina Comedia» le reveló aspectos que la volcaron a ser una de las más importantes coleccionistas de arte de norteamérica.

Sus primeras compras fueron las ediciones especiales de Dante; luego a través de sus lecturas y con el asesoramiento del historiador de arte Bernard Berenson comenzó a coleccionar arte, especialmente del renacimiento italiano y europeo, su sensibilidad y dinero le permitieron comprar obras de alto nivel y de maestros: Tiziano, Rembrandt, Boticelli, Van Deermer, Durero, y varios artistas de la escuela italiana.

Decidió albergar su obra en una mansión estilo veneciano, llamada Fenway Court, diseñada por el arquitecto Willard T. Sears, evocando un palacio veneciano renacentista pero con toques góticos y elementos modernos para la época, como su bello jardín interior con un techo de cristal. En el palacio fue acomodando su colección; durante su vida, la sensorial casona fue un centro de reunión de grandes celebridades y políticos, recibidos en los salones que ella misma decoraba.

Al morir dejo toda su colección y el inmueble como donación, pero aclarando que las obras de arte y mobiliario debían guardar la disposición que ella había considerado. Tal vez, por eso, el museo es tan especial, no es solo una excelente colección, es parte de la historia americana de la «época de oro», y revela el estilo de una coleccionista femenina (algo raro en aquellos tiempos), debidamente asesorada y con conocimientos.

Al recorrer los salones se descubre excelente mobiliario, manuscritos, objetos,  y pueden apreciarse obras como la Madona de Boticelli, Santa Engracia de Bartolomé Bermejo, El retrato de juez de Zurbarán, Retrato de Felipe IV, copia del taller de Velázquez del existente en el Prado. Pinturas de Hans Holbein el joven y de Rubens y un bellísimo autorretrato de Rembrandt. Obras de Matisse, Degas, Manet y de los americanos Sargent y Anders Zorn. La luz tenue protege las obras y crea un clima de intimidad, belleza y recogimiento, algo especial en un museo.

El museo ha sido ampliado, con un anexo diseñado por Renzo Piano, para alojar las exposiciones temporales y la parte administrativa. También se ha reforzado el sistema de seguridad porque, en 1990, el museo sufrió un robo espectacular y aunque hay dos culpables presos, no se ha cerrado el caso.

A plena luz del día, la mañana del domingo 18 de marzo de 1990, unos individuos vestidos de policías entraron al museo, redujeron sin matar a nadie al personal de seguridad y robaron trece piezas, o sea, estos disfrazados ladrones sabían lo que hacían: se llevaron en menos de una hora el autorretrato y «La tormenta en el mar de Galilea» de Rembrandt, cinco dibujos de Degas, el Concierto de Vermeer, entre las más importantes obras. Los marcos vacíos han quedado como señal de este espectacular robo de arte. Ni los diez millones ofrecidos en rescate consiguieron dar con los malhechores. 

Se han producido otros casos de robo de arte a museos igualmente significativos:

La Gioconda de Da Vinci, secuestrada del Louvre por el pintor italiano Vicenzo Peruggia, el 21 de agosto de 1911. Recuperada dos años después.

Otro atraco impresionante fue en el Museo Munch de Oslo, Noruega, el 22 de agosto de 2004, dos enmascarados se llevaron obras de Munch que fueron recuperadas más tarde. Igualmente impresionante fue el robo de siete obras de Picasso, Matisse, Monet del Museo Kunsthal de Rotterdam en Holanda.

En España, la marquesa de Casa Peñalver, en 2001, sufrió el robo de obras de Goya, Pissarro, Gris y Breughel. Los cuadros fueron recuperados. No pasó lo mismo con el cuadro de Rafael, Retrato de Giovanni Uomo, que fue robado en tiempos de la Segunda Guerra Mundial, desaparecido hasta hoy.

Algo similar, pero en gran escala sucedió en Argentina, la madrugada del 25 de diciembre de 1980, en plena Navidad, en el Museo Nacional de Bellas Artes de Buenos Aires se perpetró el robo de la colección de Impresionistas. Nunca fue esclarecido, solo se recuperaron tres cuadros.  Recuerdo estos acontecimientos lamentables. 

Generalmente estos robos son por encargo, cometidos por profesionales y las obras quedan ocultas, dentro de un mercado restringido. Quién sabe dónde estarán los tesoros artísticos de Isabella Stewart, el robo de su museo es aun un misterio.

Isabella fue una mujer diferente y su museo también lo es. Gozar de sus objetos, de la extraña arquitectura de su mansión, detenerse en las ventanas que dan al jardín interior, descubrir cartas y fotos, gozar el Boticelli, el Rembrandt, el maravilloso cuadro El Jaleo de Sargent, recorrer la bella exposición de Tiziano, valorando el famoso cuadro El rapto de Europa, con los fondos esfumados, la voluptuosidad de la diosa, entre asustada y complacida; la simbología de la mitología griega, cuyos dioses están tan cerca de las pasiones humanas que son reveladores de nuestras falencias y delirios. 

En las puertas de un  nuevo año que se inicia, la esperanza renace y el arte se convierte en un elixir que nos aleja de la acechanza del covid, de los problemas, de la lucha cotidiana y nos transporta a un jardín como el de Isabella, místico, misterioso, mágico. El museo de Isabella nos ofrece vivir el arte como catarsis, como salvación y regocijo, el arte como aprendizaje de nuestra esencia humana y como conciencia de la humanidad.   Feliz 2022!

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