Joaquín Sama Naharro[1]

Transcurría el año 165 antes de Cristo, cuando Publio Terencio acuñó una frase que, puesta en boca en uno de los personajes de su comedia «El enemigo de sí mismo», se ha perpetuado a través de los siglos: «Hombre soy, nada humano me es ajeno».

Don Miguel de Unamuno comienza su obra «Del sentimiento trágico de la vida» con esta misma frase en latín, y nuestro Premio Nobel don Santiago Ramón y Cajal, hizo uso igualmente de ella para responder a un periodista interesado en aspectos de su vida privada.

La frase, convertida desde tiempo inmemorial en proverbio romano, tiene un significado muy profundo a la vez que diáfano: todos los humanos compartimos los mismos impulsos emocionales, de los que se derivan nuestras acciones, variando éstas solo en relación con la mayor o menor intensidad con que cada uno siente, en unas u otras circunstancias, nuestras colectivas emociones.

Dicho con otras palabras: ningún humano puede sentirse ajeno a cualquiera de las conductas que nos son propias, si bien el carácter, la conjunción de lo biológico con el aprendizaje, situará a unas personas y otras en lugares más o menos alejados de comportamientos reprobables.

Fue sin duda el carácter lo que llevó al general José María Torrijos Uriarte y al irlandés Robert Boyd a las más altas cimas del idealismo romántico, con la entrega incluso de sus vidas en defensa de un proyecto altruista en beneficio de sus compatriotas, mientras que el general Salvador González Moreno, el coronel Antonio Oro y el propio rey Fernando VII se comportaban en aquellas mismas circunstancias de la manera más deleznable.

Aquellos hechos, que conmemoramos todos los años el 11 de diciembre, representan la conjunción del heroísmo y la entrega desinteresada a un ideal, frente al más ruin de los comportamientos, como son el engaño y la traición. ¿Qué condujo a unos hasta la gloria, frente a quienes se hundieron para siempre en la ciénaga de la Historia?

A mi entender, el ALTRUISMO, esa emoción innata que nos mueve a prestar ayuda a los demás. La Etología la define con claridad: «Altruismo es la acción dirigida a aumentar las posibilidades de supervivencia de otros en detrimento de las propias».

Ese fue, en efecto, el hilo conductor en la vida del general Torrijos y de Roberd Boyd: un elevado altruismo que intelectualizado en forma de ideal revolucionario, iba a devolver la libertad y el progreso a los españoles, cuyos derechos estaban siendo cercenados por el despotismo, -dictadura-, de Fernando VII. ¿Puede existir un mejor ejemplo de altruismo?

Frente a esta noble emoción, que intelectualizada elevamos al rango de sentimiento, el egoísmo de los demás protagonistas de la historia: el Rey Fernando VII, el general Salvador González Moreno y el coronel Antonio Oro. Estos dos últimos, traicionando a sus amigos y compañeros, obtuvieron ascensos de inmediato, mientras que el Rey, con la muerte de aquellos héroes, afianzaba un poco más su despótico reinado.

Repasemos con brevedad lo acontecido en aquel aciago tiempo: el general José María Torrijos Uriarte, (Madrid 20-3-1791, Málaga, 11-12-1831), héroe de la lucha contra los franceses durante la Guerra de la Independencia, se encontraba exiliado en Londres a consecuencia de su actividad en defensa de la Constitución de 1812, en defensa de las libertades cercenadas por Fernando VII, el «Rey Felón», y en defensa del liberalismo.

Allí, en el círculo de los exiliados liberales españoles, muy estimados entonces por los ingleses, conoció a Robert Boyd, un irlandés de veinticinco años, natural de Londonderry, antiguo oficial inglés que había combatido en la India y en Grecia bajo la bandera de Inglaterra.

Torrijos, que vivía con su mujer y se ocupaba en la traducción de libros como fuente de ingresos, le comunicó los planes que tenía para devolver a los españoles la libertad perdida por el absolutismo de Fernando VII, ante lo que Robert Boyd respondió que su existencia y sus haberes eran patrimonio de la libertad y que ésta no se consideraba prerrogativa de determinados pueblos, sino como la diosa benéfica que debía reinar en toda la Tierra.

Heredero de una considerable fortuna, puso a disposición del liberalismo español todo su dinero, así como su persona, materializándose aquel proyecto en fletar un barco en Marsella desde donde arribaron a Gibraltar.

El coronel Antonio Oro, desde la frontera francesa, debía ocuparse del levantamiento liberal en Aragón, pero a su paso por Burdeos puso en conocimiento del cónsul español los planes de Torrijos, con lo que toda la operación quedaba abocada al fracaso.

Después de casi un año de su llegada a Gibraltar, donde Torrijos debió vivir escondiéndose de las autoridades inglesas que no deseaban problemas con el gobierno español, el gobernador de Málaga, el general Salvador González Moreno, reitero que amigo y antiguo compañero de armas de Torrijos, le convenció por carta para que desembarcara en las playas malagueñas, donde unos dos mil soldados le estarían esperando para unirse al levantamiento liberal.

A la altura del cabo de Calaburras, cerca de Fuengirola, el buque de guerra Neptuno los esperaba, abriendo fuego contra las barcazas que trasladaban a Torrijos, Robert Boyd, un carpintero inglés que no había podido bajarse en Gibraltar de una de las barcazas, 52 hombres y un grumete menor de edad.

Viéndose traicionados, desembarcaron precipitadamente en Fuengirola, caminaron hacia Mijas y luego hacia Alhaurín de la Torre, siendo cercados el día 4 de diciembre en una alquería en el antiguo camino de Cártama.

Negociada la rendición entre Torrijos y el gobernador de Málaga, González Moreno, fueron trasladados a la capital y encarcelados.

El antiguo compañero de armas de Torrijos comunicó inmediatamente a Fernando VII su captura, así como la de sus acompañantes, a lo que el monarca contestó de su puño y letra: «Que los fusilen a todos. Yo, el Rey». Y González Moreno se aprestó a cumplir el deseo del monarca sin dilación alguna.

El 11 de diciembre de 1831, a las 11,30 de la mañana, sin juicio previo, se cumplía la real orden en la playa de San Andrés. Fueron arcabuceados en dos grupos, debiendo esperar los del segundo grupo a que el pelotón de fusilamiento volviera a cargar las armas, operación que llevaba su tiempo.

Al general Torrijos se le negó su deseo de que fuera él mismo quien diera la orden de abrir fuego, así como que no le vendaran los ojos; Robert Boyd, tras recibir el primer disparo, se volvió a levantar para que volvieran a dispararle, cayendo definitivamente al suelo.

Una vez consumado el crimen, sus cuerpos fueron trasladados al cementerio en carros de la basura, aunque posteriormente el de Torrijos fue recogido por su hermana residente en Málaga y el de Robert Boyd por el cónsul inglés, William Mark, quien no había podido salvarlo al impedírselo Salvador González Moreno, siendo enterrado en el cementerio inglés que había abierto este mismo cónsul.

El general Salvador González Moreno fue ascendido inmediatamente a teniente general, siendo destinado a la Capitanía de Granada. Participó en la Primera Guerra Carlista, siendo asesinado el 6 de septiembre de 1839 en Navarra por un grupo de sus mismos soldados carlistas cuando huía a Francia.

Los restos mortales de todos aquellos liberales reposan en tres cajas, una de plomo, otra de caoba y la tercera de cedro, en el monumento funerario que por suscripción popular se erigió en el centro de la plaza de la Merced de Málaga.

La muerte de aquellos héroes tuvo repercusiones a nivel internacional, de modo especial, en Inglaterra que había visto morir a dos de sus ciudadanos sin juicio previo. Pero, sobre todo, no fue una muerte estéril, pues ayudó a ampliar las alamedas por donde avanzarían, no sin dificultad, las libertades y el liberalismo en España.

Fruto de aquel avance fue la materialización, unos años después, del proyecto pedagógico más importante y fructífero en la historia de nuestro país: la Institución Libre de Enseñanza, de cuyas aulas salió la mayoría de los más ilustres personajes españoles del siglo veinte.

Asimismo, a pesar del tiempo transcurrido desde aquellos acontecimientos, el ejemplo de quienes entregaron su vida en defensa de la Constitución de 1812, nos puede y debe servir de guía para proteger nuestra Carta Magna de espurias interpretaciones en su letra o espíritu, o, lo que es peor, de cualquier tipo de incumplimientos.

Por último, señalar que el Aula María Zambrano de Estudios Transatlánticos de la Universidad de Málaga, ha creado el Premio Robert Boyd para trabajos de investigación acerca de las relaciones culturales e históricas entre España e Irlanda. Dicho premio ha sido creado a iniciativa y con el mecenazgo de José Antonio Sierra Lumbreras, fundador y exdirector del Instituto Cultural Español, actual Cervantes de Dublín, en Irlanda, a donde se desplazó el pasado año para visitar la ciudad de Derry/Londonderry, en Irlanda del Norte, lugar de nacimiento de Robert Boyd, con el fin de fomentar las relaciones culturales entre Derry y Málaga.

El próximo 11 de diciembre, como todos los años, a iniciativa de la Asociación Histórico Cultural Torrijos 1831, presidida por el historiador Esteban Alcántara, tendrá lugar un acto de homenaje a Robert Boyd en el Cementerio Inglés de Málaga, trasladándose posteriormente la comitiva a la plaza de La Merced para rendir homenaje al resto de los caídos.

¡Gloria eterna a los amantes de la libertad!

  1. Joaquín Sama Naharro es psiquiatra
  2. Artículo difundido por José Antonio Sierra

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