Si en uno de sus anteriores fotolibros («Galicia, instante eterno», 2007) el fotógrafo vigués Carlos Rodríguez parecía detener el tiempo sobre los paisajes gallegos, sobre el mar y el campo, sobre los valles y las montañas, en su última obra, «Galicia, paisaxe de futuro», editado por la Xunta de Galicia, da vida a unas imágenes que recorren la historia en el sentido inverso al itinerario de los tiempos.
Se parte del futuro para llegar al pasado a través de la historia, del paisaje, de la cultura y del arte, atravesando un presente que da la razón a lo que Alberto Barciela escribe en uno de los textos que custodian las imágenes del fotógrafo: «Todo es presente incluido el ayer».
El recorrido se inicia con las fotografías agrupadas bajo el título de «Cruzando Galicia», en alusión a aquello que une a un país y lo lleva al futuro: molinos de energía eólica, puertos marítimos sobre costas en calma bajo un cielo de nubes que amenazan lluvia, desplegables que acentúan la espectacularidad de las imágenes. Y sobre todo puentes, viaductos, vías de comunicación que soportan automóviles, trenes y autopistas. Que hacen efectiva la cita de Isaac Newton que encabeza el capítulo: «Los hombres construimos demasiados muros y no suficientes puentes». Estas fotografías muestran que en Galicia se construyen más puentes que muros.
No son las habituales fotografías de estas construcciones arquitectónicas sino que se trata de imágenes en tomas inéditas, angulaciones originales, perspectivas perfectas, picados y contrapicados que resaltan las estructuras aerodinámicas de los puentes, de los edificios industriales de hierro, aluminio, cemento y cristal, de los astilleros y de los muelles de carga y descarga donde las grúas son como los personajes espectrales que animan un cuadro futurista.
Todo ello combinado con la luz, una luz sobre la que Carlos Rodríguez ejerce un particular dominio para obtener brillos y texturas sorprendentes, para resaltar la inmensa gama de colores que le ofrece la naturaleza y la mano del hombre.
Cielos grises de nubes y otros de azules impolutos. Amaneceres y ocasos rojos en donde el cielo incendia el mar y las montañas. Noches iluminadas y vistas nocturnas que emulan las mejores creaciones de Brassaï.
La naturaleza es una de las mejores protagonistas de estas imágenes. Montes y ríos, bosques, playas como la de As Catedrais, islas como las Cíes, viñedos como los de O Rosal con uvas hiperrealistas, jardines con musgo como el del Pazo de Oca, que nos transportan a escenarios valleinclanescos. Canteras y pizarreras a cielo abierto donde el fotógrafo consigue un equilibrio perfecto entre la industria y la naturaleza.
Hace años que Carlos Rodríguez viene haciendo la historia de Galicia en imágenes con sus fotografías en libros y exposiciones. En este nuevo trabajo exalta la Galicia más puntera, la más vanguardista, la que siendo presente ya es futuro.
Pero en estas páginas también está la Galicia más tradicional, la más histórica, la Galicia que tiene en su cultura lo más valioso de su carácter. Están pazos, claustros y catedrales, el Mercado Medieval de A Golada, las grandes bibliotecas que albergan desde códices valiosos a publicaciones de última hora, los auditorios y las galerías y salas de exposiciones que acogen las últimas vanguardias.
Y es un espectáculo contemplar cómo el fotógrafo maneja un material que combina este pasado histórico con las construcciones futuristas de la nueva arquitectura.
El mundo del mar está aquí representado en los faros, el primero de todos la Torre de Hércules, que alumbran la oscuridad de la noche. Está en las regatas de veleros, en las dornas y en las gamelas, en los astilleros, en los muelles, en los cruceros y hasta en los bajeles de guerra que cantara Alberti.
Y también en las tareas de los rederos que reparan las averías de las artes de pesca, a quienes el fotógrafo dedica su particular homenaje al mostrar en su fotografía a la única figura humana que aparece en todo el libro.
Un fotolibro, en fin, que es en sí mismo una verdadera obra de arte, gracias también a los textos de Fernando Onega, de Marina Mayoral, de Javier González Méndez, del ya citado Alberto Barciela.
