Pues sí, se puede disfrutar, y mucho. Por supuesto, no se trata de nadar a su lado, pero sí de tenerlas a tu vera, pegadas a un pequeño bote que, a veces, los movimientos de estos inmensos animales casi hacen zozobrar.

Lo he experimentado en la costa mexicana de Baja California sur. Es una experiencia que difícilmente se olvida: ver y tocar una, o varias, ballenas. La emoción puede ser aún mayor si están acompañadas por sus crías.

Madres y ballenatos han jugado a mi lado, una y otra vez, y mis manos han recorrido sus lomos y cabezas. Me refiero a ejemplares de la ballena gris, un animal que ha causado admiración desde tiempos remotos. No me extraña en absoluto: son enormes, pero amigables. Parecen gigantes necesitados de mimos.

Pueden medir hasta quince metros de largo y pesar treinta y cinco toneladas, pero, curiosamente, se alimentan de seres diminutos que habitan en el fondo del mar (se sumergen hasta los 100 metros), consumiéndolos en grandes cantidades. Se calcula que pueden digerir hasta una tonelada diaria.

La piel de estos cetáceos es gris moteada, por lo que a veces parece color pizarra, o blanquecina, según como se refleje la luz en ella. La cabeza, relativamente pequeña respecto a su tamaño total, es curva y termina casi en pico. No posee aleta dorsal, en su lugar tiene una joroba baja. Sus aletas pectorales son pequeñas y en forma de paletas. Sobre su piel se distinguen perfectamente unos puntos amarillos, pero no le pertenecen, puesto que son pequeños crustáceos parásitos, algo común a todas ellas.

La ballena gris es la única en su especie que siempre se mantiene cercana a la costa, a una distancia máxima de veinte kilómetros. Aunque alguna vez habitó el océano Atlántico, esa población se extinguió, y hoy en día vive solo en dos zonas: las costas de Asia (desde Rusia hasta China) y las que van desde Alaska hasta Baja California sur. La población asiática es muy pequeña, alrededor de cien ejemplares; en cambio, la americana ha conseguido recuperarse hasta llegar a unos 20 000 individuos.

Un año embarazada

Al cabo de un embarazo que dura entre 12 y 13 meses, las hembras paren a un solo ballenato, de unos cinco metros de largo y 750 kilos, que crecerá un metro al mes durante sus primeras dieciséis semanas de vida. Parece mucho, pero hay que tener en cuenta que toman hasta 150 litros diarios de una leche compuesta al 50 por ciento de grasa que reciben de las madres. Lógicamente, la “leche” no es líquida, pues quedaría disuelta en el agua. Quien ha tenido la suerte de ver la leche, dice que es como un gran bloque de mantequilla.

Los balleneros “yanquis” llamaban a la ballena gris “devilfish” (algo así como “pez endemoniado”) porque era muy protectora de sus crías cuando se acercaban las embarcaciones, embistiéndolas frecuentemente, o incluso atacando a los marineros. Hoy en día es más conocida no sólo por ser las más activa de las grandes ballenas, sino también una de las más curiosas y amistosas. Yo lo he comprobado.

Gigantes del mundo marino, en un jugueteo sin igual, las ballenas grises se acercan a saludar a los curiosos, asoman la cabeza, observan, siguen a las embarcaciones, rocían a los espectadores, brincan y levantan orgullosas su majestuosa cola.

Paritorio ballenero

Esta especie ha viajado a lo largo de la historia para iniciar y concluir su ciclo reproductivo en las lagunas costeras del Océano Pacífico mexicano, en Baja California sur. Año tras año, emprenden su recorrido desde el Círculo Polar Ártico a través de las costas de Alaska, Canadá, Norte de Estados Unidos y California, hasta llegar a estas cálidas y poco profundas aguas para aparearse o tener nuevas crías.

La ballena gris realiza una de las migraciones más largas que se conocen entre los mamíferos, pues cada año recorre entre 15 y 20 000 kilómetros en viaje de ida y vuelta. Unas en noviembre y otras en diciembre, todas abandonan las gélidas aguas de Alaska y Rusia para refugiarse en las cálidas mexicanas, que rondan los veinte grados, donde llegan más de dos meses después. Allí, las hembras y las crías permanecen hasta abril. Los machos, una vez concluida su misión, abandonan el lugar.

Para dar una idea del esfuerzo que supone el traslado, se calcula que si se sumara la distancia que recorre un solo ejemplar, cuando llegara a los cincuenta años habría hecho un viaje equivalente a ir de la Tierra a la Luna.

Esta especie alcanza la madurez sexual a los ocho o nueve años. El proceso de apareamiento de las ballenas grises es más complejo que la mayoría de otras especies. Al menos tres de ellas estarán implicadas en el cortejo y el proceso de apareamiento. Puede ser un macho y dos hembras, o al revés, pero ambos (macho y hembra) completan más de un encuentro sexual.

El hecho de que las hembras se reproduzcan con más de un elemento se debe a que supone mayores probabilidades de concebir. Generalmente quedan embarazadas después de la primera ovulación, pero si fallan, pueden alcanzar otro ciclo después de 40 días.

Las que van a parir permanecen en esos mares durante dos a tres meses para amamantar y proteger a las crías, que, mientras, desarrollarán una capa gruesa de tejido adiposo que las protegerá y proveerá de calor durante su permanencia en aguas más frías.

La hembra tiene un solo descendiente cada dos años y el período de gestación dura de 12 a 13 meses. Inmediatamente después de que nacen, las crías tienen la habilidad de nadar y algunas permanecen con sus madres hasta los dos años.

Los mejores lugares para verlas

Las lagunas de la reserva de la biosfera de El Vizcaíno, los Cabos y La Paz, en Baja California sur, y Sayulita y Rincón de Guayabitos, en Nayarit, ofrecen espacios en donde es difícil, o casi imposible, regresar a casa sin ver alguna ballena.

Las poblaciones se concentran en las aguas de las islas Guadalupe, Cedros, San Benito, y Todos Santos, en la bahía de San Quintín, en Guerrero Negro, en el Golfo de Santa Clara, y en el Canal de Ballenas.

Para su avistamiento se puede elegir cualquiera de los siguientes destinos: Laguna Ojo de Liebre, Punta Abreojos, Laguna San Ignacio, Bahía de Ballenas, Boca de las Animas, Bahía de San Juanico, Boca de la Soledad, Canal de San Carlos, Bahía Magdalena, Bahía Almejas, Cabo San Lucas, Canal de San Lorenzo, Bahía de La Paz, Bahía Concepción y Santa Rosalía.

Ballenas en la costa mexicana de Baja California sur
Turistas observan a una ballena a poca distancia. Foto @Kontxaki

Ahora que, para llegar a cualquiera de estos lugares, desde Europa, no queda más remedio que tomar un vuelo hasta La Paz, en el sur, o hasta Tijuana, en el norte. En cualquiera de las dos opciones, primero se llega a la Ciudad de México y allí se realiza el enlace con el destino elegido, pues no existen vuelos directos. Otra opción es viajar hasta Los Ángeles (EE. UU.) y bajar desde allí en por avión o por carretera.

Elegir el asfalto permite disfrutar de un paisaje espectacular: el desierto mexicano, un lugar que, a pesar de la aridez, está poblado de una gran variedad de plantas. Una jungla de espinas colonizada por millones de cactus de todas las especies imaginables –cardones, cirios, biznagas, collas, datilillos, ocotillos… –muchos de ellos tan altos como un edificio de tres pisos. 

Pero esa es otra historia.

Concha Moreno
Periodista. Tras más de 30 años en el sector de la construcción en una publicación para profesionales, me dediqué al mundo de la solidaridad a través de un partido político, ocupándome de la comunicación. Esa época determinó el comienzo de un camino dirigido a la defensa de los derechos humanos, a la denuncia. Poco después me instalé en México. Publiqué en un par de periódicos y en una revista literaria, donde edité poesía. A través de Periodistas en Español comencé a relatar lo que sucedía allí. Tras siete años de estancia en el país azteca, en 2018 regresé a España.

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