El 20 de octubre de 2021 se cumplieron diez años del fin de una pesadilla criminal que asoló España durante medio siglo, desde que un 31 de julio de 1959 naciera en Bilbao una organización terrorista nacionalista vasca.

Respondía al nombre de ETA  (Euskadi Ta Askatasuna. Es decir, «País Vasco y Libertad», en euskera, y el balance de la obra de estos «valientes gudaris», (soldados), como se autodenominaban, ha sido el asesinato de 853 personas, mientras que dejaron más de 2600 personas heridas, masacradas de por vida. 

A día de hoy todavía aguardan unos 300 crímenes sin resolver, al negarse los etarras a colaborar en el esclarecimiento. Unos 180 de ellos permanecen a estas alturas en las cárceles, cumpliendo condena.  

Durante estos días se han escrito miles de artículos, documentos, se han hecho miles de comentarios, acerca de lo que significó esta organización terrorista que tanto daño hizo a este país, al que tuvo en vilo durante tantos años porque nadie sabía lo que podía pasar al día siguiente.

Y ello porque una bomba podía explotar, un atentado podía tener lugar a cientos de kilómetros de cada cual, pero también podía suceder muy cerca de cualquier persona, porque nadie estaba a salvo. Podía ser en San Sebastián, pero también en un Hipercor de Barcelona, una T-4 en el aeropuerto de Madrid o en un cuartel de la guardia civil en Zaragoza… 

Cuando han pasado tantos años de aquella barbarie asesina, todavía recuerdo un caso que me tocó vivir de cerca en los años ochenta por razones profesionales, y a estas alturas del tiempo transcurrido sigo sin comprender cómo fue posible que esta banda asesina tuviese en el punto de mira a un hombre al que considero uno de las personas más entrañables que he conocido, un hombre entregado a una labor que no tiene precio, como es la defensa de la clase trabajadora, por lo que ya pagaría un alto precio durante la dictadura franquista.  

Se llama Nicolás Redondo, y era a la sazón el secretario general de la Unión General de Trabajadores (UGT), en cuyo gabinete confederal de prensa trabajaba yo como periodista en aquellos años ochenta. Tenía entonces el sindicato la sede central en la calle San Bernardo, de Madrid, y allí uno veía lo que veía diariamente, con el silencio como compañero de viaje… para ir tirando. 

Un Nicolás Redondo que también sería perseguido, detenido y procesado por la dictadura franquista en varias ocasiones por sus actividades, tanto políticas como sindicales. En el año 1967 sería detenido y desterrado a la comarca de Las Hurdes extremeñas, que era una de las peores penas, ya que los tribunales te condenaban a vivir donde a ellos se les antojase, lejos de tu familia y de tu vida normal y por el tiempo que los jerarcas decidieran. 

El mismo sindicalista que ya en democracia seguía defendiendo a los trabajadores desde la UGT, lo mismo que Marcelino Camacho lo hacía desde Comisiones Obreras, enfrentándose a una patronal a la que tanto costaba sacarle cualquier pequeño avance social.

Pues ese mismo hombre, honesto y entregado a la defensa de los trabajadores durante tanto tiempo, que hoy cuenta con 94 años, estaba amenazado por la banda terrorista ETA, y uno fue testigo de ello en aquella sede del sindicato durante un largo tiempo, difícil de olvidar. 

Debe resultar terrible tener que estar siempre acompañado de aquellos guardaespaldas que en realidad eran sus guardias de seguridad, de vigilancia perpetua, que le acompañaban a todas partes, como podíamos ver los que trabajábamos en su entorno. Tanto era el control que por ejemplo al salir del garaje del edificio se colocaban en la acera de enfrente, mirando detenidamente a un lado y otro de la calle, mientras el chófer de Nicolás, Joaquín, salía con el coche en dirección a algún lugar… 

Un chófer y compañero de tantos años que al cabo del tiempo me confesaría en confianza que él también llevaba pistola como defensa tanto propia como de la del acompañante y secretario general. Y que cuando iban de viaje al País Vasco, pues Nicolás es de Baracaldo, tenían que cambiar la matrícula, ponerle otra convenida por seguridad, pues en aquella tierra, en un tiempo y un lugar, cualquier matrícula de Madrid podía resultar sospechosa y tener problemas… 

Así debía ser el día a día de tantas personas amenazadas por la banda terrorista ETA como lo fueron los del sindicalista mencionado. Es cierto que ya no matan, pero el recuerdo de su huella asesina sigue vigente en el recuerdo de los millones de españoles que nos tocó vivir aquella época.   

Conrado Granado
@conradogranado. Periodista. Licenciado en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid. He trabajado en la Secretaría de Comunicación e Imagen de UGT-Confederal. He colaborado en diversos medios de comunicación, como El País Semanal, Tiempo, Unión, Interviú, Sal y Pimienta, Madriz, Hoy, Diario 16 y otros. Tengo escritos hasta la fecha siete libros: «Memorias de un internado», «Todo sobre el tabaco: de Cristóbal Colón a Terenci Moix», «Lenguaje y comunicación», «Y los españoles emigraron», «Carne de casting: la vida de los otros actores», «Memoria Histórica. Para que no se olvide» y «Una Transición de risa». Soy actor. Pertenezco a la Unión de Actores y Actrices de Madrid, así como a AISGE (Actores, Intérpretes, Sociedad de Gestión).

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