Día Mundial contra la Minería a Cielo Abierto: reflexión en 2021

Recreación de un proyecto de minería buitre en Extremadura
Recreación de un proyecto de minería buitre en Extremadura

Desde 2009, diversas organizaciones internacionales tratan de denunciar uno de los aspectos más discutibles -lúgubre- de la llamada transición verde: se trata de señalar los peligros y destrozos medioambientales que a escala planetaria está provocando la minería a cielo abierto.

Ese extrativismo minero a cualquier precio, ciego a sus consecuencias ecológicas y sociales, impulsado desde instancias oficiales, pertenece a la misma línea de pensamiento agresivo que ciertos mitos fronterizos del Wild West (el salvaje Oeste). Cuando llega el momento de la fiebre del oro, los indígenas estorban –estorbamos- al paso de las caravanas de aventureros.

De modo que si hay que pasar por encima de todos los demás, los señores del proyecto extractivista de turno no tendrán inconveniente en hacerlo. Para ellos, nunca hay delante zonas naturales ni lugares sagrados. Únicamente tribus de indígenas ignorantes.

El problema es que los indígenas, con frecuencia, tienen la intención de resistir. Porque sus lugares están habitados y sus montañas tienen otros destinos posibles. Los conflictos así abundan. Reventar tierras y contaminar sus aguas, es lo que provocan esos conflictos fronterizos que se han convertido ya en una amenaza mayor en esta época de cambio climático.

En este día, 22 de julio, las plataformas ibéricas han publicado un comunicado en el que sencillamente explican que esas asociaciones están «conformadas por personas afectadas, amenazadas por un proyecto minero en su entorno de residencia o preocupadas por la degradación constante de espacios» en los que debería ser una preocupación de primera magnitud «la coexistencia de todos los seres que compartimos el planeta».

La citada declaración conjunta dice así:

-Las plataformas ibéricas continuamos denunciando los planes de minería agresiva y especulativa, el extractivismo que en época de pandemia pone sus ojos en los fondos públicos para una recuperación económica basada en sus únicas pretensiones: el extractivismo sin límites.

Un año en el que hemos denunciado el espionaje a nuestros movimientos financiado con fondos europeos, un año en el que vemos campañas agresivas auspiciadas por la Unión Europea para el lavado de cara de la minería metálica. Un año en el que las mineras han tenido aliento para seguir con sus planes, mientras la ciudadanía tenía que estar confinada.

Un año en el que han alimentado y promocionado sus discursos engañosos de minería sostenible, vertido cero y falsas ingenierías sociales de lavado de cara, con grandes campañas mediáticas en las que invierten bajo el paraguas de discursos centrados en la engañosa consecución de los Objetivos de Desarrollo Sostenible y la recuperación y repoblación de territorios, cuando la verdadera y única realidad es que su minería de bajo coste quiere enriquecerse más y ser más barata todavía, con el añadido de que la financiación pública de los fondos Next Generation les pueden ayudar aún más a llenarse los bolsillos, ¿paradójico, no? ¡No, una auténtica burla a la ciudadanía!

Un año más seguimos demostrando con nuestras acciones que es posible desbaratar sus planes y desenmascararlos. Así se ha demostrado en Salamanca con la anulación de la mina de uranio, en Touro y O Pino con la DIA y con la resolución negativa a la mina de extracción de cobre a pie del Camino de Santiago, en la Montaña de Cáceres con la paralización del proyecto de la mina de litio…

Nunca tendrán informes, ni licencia social alguna, que puedan validar sus destructivas acciones sobre el medio natural, cultural, las aguas, la biodiversidad y sobre nuestros medios de vida con los que la minería a cielo abierto y el extractivismo son totalmente contradictorios.

La megaminería a cielo abierto ha demostrado ser uno de los sectores más dañinos para las personas y para el medio ambiente. Para confirmarlo no hace falta sino hacer un repaso de los accidentes que ha habido en los últimos años en diversas regiones del planeta. No sólo los suelos, también la flora, la fauna y los recursos hídricos sufren con frecuencia daños irreparables.

Normalmente, en la excavación son necesarios grandes caminos para el paso de la maquinaria y de los camiones que transportan el mineral o las tierras raras de que se trate. Para la pulverización de las rocas de la mina, el uso de la dinamita es casi siempre diario y masivo. No es posible vivir en las cercanías, ni aceptar el discurso -que se pretende puramente técnico– de que es posible el control absoluto de las filtraciones de contaminantes en las aguas subterráneas del entorno afectado.

Expertos de varios países europeos han destacado recientemente que el 95 por ciento del agua dulce líquida disponible en el mundo está en el subsuelo. También sostienen que más de una cuarta parte de la población humana depende total o parcialmente de ella.

Los lodos que se forman en las explotaciones de la megaminería derivan siempre hacia las partes bajas o son desviados hacia balsas específicas, cercanas o incluídas en la explotación misma, con el propósito de que se conviertan en sólidos después de la evaporación. Pero evitar la filtración previa a ese fenómeno es prácticamente imposible. Se trata de un conjunto tóxico de doble dirección: partículas de residuos que van hacia la atmósfera cercana y elementos de polución hacia el suelo y el subsuelo. Algunos pueden ser directamente tóxicos para las personas, a través de la respiración. En algunos casos, se utilizan materiales como el cianuro para acelerar o crear los procesos de decantación.

En general, los promotores de estos proyectos describen procesos de restauración del entorno que tendrán lugar décadas después del inicio de la explotación propiamente dicha. La experiencia los contradice: los ejemplos de abandono posterior de aquellos lugares prevalecen. Y las modernas posibilidades de mecanización, impiden también la creación de empleos estables y a gran escala, como suele afirmar su propaganda.

Podemos decir que hay una correspondencia directa entre el lavado (sucio) de las tierras raras y el lavado de cara, retórico y propagandístico, de los proyectos de megaminería a cielo abierto.

Al llamado greenwashing, en el que participan con frecuencia las autoridades públicas, los afectados y los defensores del medio ambiente lo llama ecoimpostura.

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*Página de la coordinadora de plataformas contra los proyectos mineros a cielo abierto en la Península Ibérica : https://nominaspeninsulaiberica.eu/

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