Dalí (1904-1989), el famoso artista español, está en los Estados Unidos tan presente como cuando vivió en el país del norte durante la década de los años cuarenta. Esa atracción sobre su obra y su personalidad se revive en la «peregrinación» del público hasta su nuevo museo en San Petersburgo, la bella ciudad del estado de Florida, nacida sobre el golfo de México.

Dalí, después de haber vivido en Madrid con los talentos de su generación: el cineasta Buñuel, el poeta Lorca, y haber convivido con los artistas del Surrealismo en Paris, de haber encontrado a su musa y esposa Gala, llegó a Estados Unidos en 1940, cuando Europa sufría los avatares de la Segunda Guerra Mundial.

En tierra americana se vinculó al cine, escribió los catálogos de sus exposiciones y publicó su autobiografía. Diseño decoraciones, ilustraciones para libros y trabajo con Walt Disney en un film: «Destino», de dibujos animados, que se estrenó en 2003.

América lo recibió con los brazos abiertos, celebridades como Helena Rubinstein le encomendaron obras y Dalí desplegó su capacidad creativa y su tendencia al narcisismo, al show mediático y a la creación de una imagen pública de pintor excéntrico y obsesivo.

En 1942, el Museo de Arte Moderno de Nueva York-MOMA le dedicó una retrospectiva con 67 cuadros y dibujos. Su estética se sintió impactada por los descubrimientos nucleares, iniciando un período llamado «Misticismo nuclear».

A su vez, conoció a Reynolds y Eleonor Morse, coleccionistas y amigos del artista. De esta amistad surge la colección más importante de cuadros de Dalí, fuera de Europa y el origen del actual museo de San Petersburgo. El primer museo fue fundado en 1971 en Ohio, pero Morse, en 1982, movió su colección a San Petersburgo, en la Florida.

Yo conocí el antiguo edificio del museo y pude comprobar las diferencias. El actual museo es muy distinto, se encuentra en un área frente al mar y fue diseñado por el arquitecto Yann Weymputh de HOK, combinando aspectos racionales y fantásticos. En la planta baja hay un bello jardín donde se encuentra la cafetería y la boutique. En la parte alta, está ubicada la sala permanente dedicada a la obra del artista, siguiendo una museografía cronológica. Enfrente a la exposición permanente de Dalí, se encuentra una sala dedicada a exposiciones temporales.

Al hacer el recorrido lo iniciamos con el óleo «La araña de la noche», uno de los cuadros emblemáticos de la colección. En él se presentan parte de los símbolos que aparecen en las obras del artista: relojes, escaleras, barcas, manos, hormigas, caballos, arañas, piedras, el paisaje de Cadaqués, el mar, también introduce sus temas preferidos: el tiempo, la soledad, la atemporalidad y las asociaciones inconscientes.

La museografía cronológica ayuda a visualizar el itinerario estético de Dalí, la travesía pictórica se inicia en el museo, con la etapa temprana: «Primeros Cuadros», obras figurativas pintadas en su terruño, se destaca: «Muchacha de espalda» y se ven sus búsquedas y estudios.

Al viajar a Madrid y ponerse en contacto con artistas de la vanguardia pictórica, Dalí ensancha su visión del mundo y sus conceptos estéticos; pero es al llegar a París y conocer a los surrealistas que encuentra su camino, alentado por las lecturas de Sigmund Freud, el psicoanálisis y los laberintos del inconsciente.

Pasamos así a la sección: «Anti-Art» y «Surrealismo», movimiento que le dio a Dalí un impulso para desarrollar sus visiones. Sin embargo, su espíritu inquieto, lo hizo buscar sus propios conceptos estéticos y sus propias experiencias, con su viaje a Estados Unidos su mundo creativo se expande y ya puede decir, como le dijo a André Breton ante ciertas recriminaciones de éste: «El surrealismo soy Yo».

Esta etapa surrealista revela las fantasías de Dalí, su preocupación por la mutación de los hechos, la fragilidad del ser humano, la flexibilidad del tiempo. Sus relojes derretidos son parte de un mundo en transformación y en cambio permanente. Con una técnica clásica, (no en vano admiraba a Velázquez y a los pintores flamencos), consigue detalles precisos, imágenes misteriosas, tonalidades y cromatismos únicos; envuelve al lector en ese mundo de ensueño y neurosis, de perturbación y belleza. Las atmósferas metafísicas, los cielos abismales, las figuras flotando y su simbología irreal, sumergen al espectador en un mundo inquietante y de ensoñación.

Se suman los juegos ópticos, sorprendentes, como el cuadro de «Gala mirando el Mediterráneo» que a la distancia se transforma en el retrato de Lincoln. «Es un maestro de alternancias visuales»-me dice un señor que admira el cuadro y el aspecto lúdico y óptico del artista.

Estos juegos rememoran los juegos ópticos de Escher y Piranesi. Lo sorprendente es la capacidad lineal de Dalí, con un dibujo libre y a la vez preciso, crea mundos imaginativos que aluden a los problemas existenciales del hombre: la soledad, las relaciones madre-hijo, mujer-hombre, hombre-tiempo. La desintegración de la memoria, la inestabilidad de nuestra vida y sus mutaciones, el derretirse de la vida, el deshacerse de la orquesta musical en manos de las tres mujeres, como se aprecia en el cuadro «Tres jóvenes mujeres surrealistas que sostienen en sus brazos las pieles de una orquesta.»

El itinerario continua con la etapa «Misticismo nuclear», obras creadas bajo el impacto de los descubrimientos del átomo y la energía nuclear, y se termina con las obras tardías, de gran tamaño, donde se destaca «El Consejo Ecuménico» (1960), cuadro en el cual, el pintor hizo su autorretrato y el retrato de Gala; y la obra «Galacidalacidesoxiribunucleicacid- Homenaje a Crick y Watson» (1963), adquirida por el Museo Dali en 1992, representando el ciclo de la vida, la muerte y la resurrección, rindiendo tributo a los científicos premios Nobel: Francis Crick y James Dewey Watson, por su descubrimiento del ADN.

Cabe destacar como la obra más importante y más valorizada de la colección, «El Toreador» (1969-1970), de la cual mucho se ha escrito, llamada también «El toreador alucinógeno» donde utiliza la técnica Holográfica, procedimiento de reproducción y creación de imágenes, a la manera de una técnica fotográfica basada en la luz producida por el láser, que permite imágenes tridimensionales, y donde el artista español, combina el simbolismo daliniano y las ilusiones ópticas.

Al terminar el recorrido, uno siente haber penetrado en el extraño mundo de Dalí, donde el hombre navega solitario entre la bruma y la maravilla, entre lo incierto y lo divino.

La directora de Mercadeo, Beth Bell, nos comenta:

«El Museo Dalí es la casa de una de las más aclamadas colecciones de un artista en el mundo, con más de tres mil obras representando cada momento de la creativa vida de Salvador Dalí, y concentrando ocho obras maestras en una sola institución»

Y añade que «El Dalí recibe más de cuatrocientos mil visitantes al año de cuarenta países, y provee un impacto económico de 160 millones de dólares a la región de St. Petersburg/Clearwater que se revierte anualmente en la comunidad. Este museo es una organización sin fines de lucro cuya misión es preservar el legado de Dalí para las futuras generaciones y es una centro activo en la vida cultural de nuestra sociedad y del mundo.»

Sin duda, visitarlo es una interesante experiencia por la excelencia de la colección, que se ha acrecentado con donaciones y adquisiciones durante estos años, incluyendo textos, manuscritos, fotografías, filmes, libros y periódicos de la época. Además de las exposiciones temporales de artistas que se relacionan con la vida y obra de Dalí, en la ocasión que lo visitamos, apreciamos una exposición sobre otro de los grandes artistas españoles: Picasso.

Paseando por el centro histórico de San Petersburgo, me encuentro con la directora de la Galeria Ekeko, quien me comenta que han surgido, por el impacto del museo, alrededor de treinta galerías, estudios y escuelas de arte que alientan a artistas y público a aprender y gozar el arte.

Dalí y su amigo coleccionista Morse han iluminado la ciudad de San Petersburgo, creando un centro artístico y cultural, en torno a la colección del museo y a la excéntrica personalidad de Dalí, que estaría feliz con esta vivencia de arte, museo y vida.

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