En el día de la mujer quiero celebrar a una de las grandes divas del cine latinoamericano, la actriz mexicana María Félix, quien cambió la imagen de la mujer en el cine hispanoamericano y dio a las mujeres latinoamericanas una nueva visión del rol femenino y de sus posibilidades en la sociedad.

María Félix fue la actriz que interpretó en cine a la «Bella Otero», otra mujer audaz, española y muy famosa en Francia. El film de 1954, dirigido por Richard Pottier, es la primera versión de tres más que se realizaron en 1984, 2008 y 2013. 

Maria Felix Faustina

Tal vez, la de María Félix sea la versión más sugestiva, una diva interpretando otra diva, ambas creando su propio personaje, alimentando su mística y rodeándose de un halo de misterio. María filmó después en España «Faustina» una adaptación de «Fausto» de Goethe, dirigida por José Luis Saenz de Heredia, con Fernando Fernán Gómez y Fernando Rey, que se estrenó en 1957 y fue uno de los últimos filmes que rodó en Europa.

María Félix nació en Sonora, el norte de México, el 8 de abril de 1914, después de un casamiento desgraciado y con un hijo, viaja a la capital mexicana buscando un nuevo destino, que aparece cuando el director Fernando Palacios le ofrece hacer cine. Y entra por la puerta grande, como grandes eran sus ambiciones. Debuta con «El Peñón de las almas» junto a Jorge Negrete. Luego conoce Hollywood y no le interesa, actitud sobresaliente cuando todas las actrices deseaban la Meca del cine, la Doña prefirió México y Europa y sus creativos directores.

Después de su debut su carrera es meteórica y filma «Doña Bárbara», «La devoradora», «Vértigo», hasta que llega el film «Enamorada» con Pedro Armendariz y el director Emilio, el indio, Fernández, y su fama llega a Europa.

En España realiza en 1948, «Mare Nostrum», «Una mujer cualquiera» (1950), y «La corona Negra» (1951). Tras su éxito en España pasa a Italia donde entre las mas sobresalientes producciones realiza: «Mesalina» (1951) y trabaja con Vittorio Gassman y Rossano Brazzi.

La Pasión desnuda María Félix

En 1952 llega a Argentina, donde tuve la ocasión de conocerla. Yo filmaba mi primer película «La melodia Perdida» en los estudios Mapol; en el otro set contiguo, María comenzaba el rodaje de «La pasión desnuda», con Carlos Thompson, dirigida por Luis Cesar Amadori, quien luego se fue a vivir a España con su bella mujer Zully Moreno

Uno de los productores llegó al set cuando ibamos a comenzar los ensayos y le dijo a Tulio Demicheli, el director de mi película, que la diva Azteca venía a visitarnos antes de comenzar su film en el set de enfrente. Demicheli había vivido en México y sabía la importancia de la estrella, reunió al elenco y nos sugirió recibirla de la mejor manera posible. Allí estaba la gran actriz española Amalia Sanchez Ariño, mi abuela  en el film, la dulce Nelly Meden, mi mamá, y el actor uruguayo Santiago Gomez Cou, mi padrastro, el gran decorado, el equipo técnico y yo. Cuando María Felix entró me pareció que entraba una reina, tenía el pelo azabache suelto, un vestido entallado y una falda muy amplia. Todos la aplaudimos mientras entraba y luego el director nos fue presentando. Saludó amable pero distante, yo que era una niña, solo alcance a verle unos anillos y su porte de diosa. Se sacó una foto con todo el elenco y se fue a filmar su película. 

La ví algunas veces en los estudios, acompañada de Carlos Thompson el galán que se había enamorado de ella y con quien iba a casarse; otras veces, acompañada de los productores, siempre bella e imponente. Por donde iba causaba admiración. 

María Felix había estado casada con Agustin Lara, quien la inmortalizó en la bella canción «María bonita», al irse de Argentina rompió el noviazgo con Thompson y al volver a México se casó con el cantante y actor Jorge Negrete. Cuando muere Negrete, regresa a Francia donde realiza La Bella Otero en 1954. Europa la acaparará, trabaja en excelentes producciones dirigida por Jean Renoir, con actores como Jean Gabin y Ives Montand. En 1957, protagoniza «Faustina» en España.

Se la considera una estrella del cine mundial, con la aureola de haber despreciado a Hollywood y haber preferido el cine europeo, con el coraje de negarse a roles estereotipados de india y haber desafiado papeles diversos con grandes directores y actores.

Volví a encontrarme con «La Doña» en México, en la década de los años setenta, ella compartía México con Francia, ya que había quedado viuda del banquero Alexander Berger y estaba dedicada a su pasión por los caballos, cuadra que mantuvo por casi una década. 

Mi amiga la actriz Berta Moss la conocía y me contó lo mucho que sufrió cuando la muerte de su hijo Enrique Félix, quien también era actor.  

El medio artístico la apreciaba, había sabido dar un lugar importante a las actrices mexicanas en la cartelera mundial.

Además, María fue quien empoderó a la mujer latinoamericana, la impulsó a conseguir sus anhelos, a afirmarse en sus valores, fue un modelo de trabajo y de darse su lugar, afianzar la autoestima. Mucho le deben las mujeres del continente americano a esta gran diva.

Solía asistir a recepciones en embajadas y fue, en una de esas ocasiones donde la encontré nuevamente. Me acerqué a saludarla, suponiendo que poco se acordaría de esa niñita que filmaba en los estudios donde ella también filmaba. Grande fue mi sorpresa, se acordaba de todo: de Buenos Aires, de Carlos Thompson, del set, de mi y de mi película, fue entonces que le dije:

Pero usted no se agachó a darme un beso cuando vino a saludarnos…

Me constestó con su aire de diosa:

Yo nunca me agacho, Adrianita. Aquí te va el beso. 

Puso su mano junto a su boca y luego puso la mano en mi mejilla, con una gran sonrisa. ¡Maravillosa!

En alguna otra ocasión que nos vimos, me habló de su casa en Cuernavaca, del pintor Antoine Tzapoff quein le hacía un retrato, del mucho trabajo que significa estar bella, la dedicación y esmero en lucir bien. Lo consideraba un deber en la mujer. Me recomendaba cuidarme, volver a la carrera, compartíamos el amor a México, y nos invitó a Berta y a mi a su casa.

Siempre estaba espléndida. Frecuentaba círculos artísticos y de poder y siempre estuvo rodeada de gente importante, conoció a presidentes, escritores, modistas, artistas internacionales; Diego Rivera la considerabla «monstruosamente perfecta».

La última vez que nos encontramos que en el restaurante de la Zona Rosa «El perro andaluz», estaba haciendo unas fotos con su traje mexicano, solía vestir ropa mexicana, la llevaba con gallardía y donaire. Al despedirnos posó su mano en su boca y me lanzó un beso con toda ironía y gracia. 

Murió como una reina, se preparó en la víspera de su aniversario para lucir bonita al despertar. Pero nunca despertó el día de su cumpleaños, el 8 de abril de 2002. ¡La gran Diva! ¡La gran María! ¡La Doña! ¡La Bella Otero! ¡La que nunca se agachaba!

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