Aumenta el odio y la discriminación por la COVID-19

Agresiones, humillaciones, ataques, acoso... Desde el Movimiento contra la Intolerancia denuncian el aumento de los delitos de odio durante la cuarentena

Movimiento Contra la Intolerancia
Movimiento Contra la Intolerancia

Paula Maddox

Los delitos de odio en España han aumentado en todos los ámbitos. El Movimiento contra la Intolerancia (MCI) estima que se producen más de 4000 incidentes y delitos de odio en España al año. Sin embargo, debido a la situación de crisis humanitaria provocada por la COVID-19, estos «parecen haber aumentado», según cuenta Esteban Ibarra, presidente del MCI, a Aquí Madrid.

Todo comenzó en el mes de febrero cuando se empezó a tener conocimiento del virus en el país. «La primera sensación que tuvimos fue la abrumadora cantidad de informaciones y noticias confusas, incluso falsas».

Chinos y judíos, los primeros enemigos

Desde la asociación empezaron a detectar muchos comentarios en redes sociales de odio hacia personas orientales haciéndolas culpables del virus. «Incluso tuvimos constancia de una pelea en un supermercado de Madrid donde una persona china fue agredida», explica Ibarra.

Lo siguiente que detectaron fueron mensajes de odio que situaban a los judíos como responsables de la existencia del virus. «Es como si de repente hubieran actualizado ‘Los protocolos de los sabios de Sion’, un texto que se creó en 1902 para inculcar odio hacia los judíos de forma injustificada».

Así mismo, desde MCI pusieron una denuncia en la Fiscalía a la diputada Clara Ponsatí por el comentario irónico e hiriente que hizo en su Twitter. «Consideramos que el tuit de esa señora, ‘De Madrid al Cielo’, publicado en un momento en el que, en la capital de España, ya habían muerto 281 personas por el coronavirus, lesiona la dignidad de los madrileños por razón ideológica en un contexto de extraordinaria gravedad».

Lo que hizo Ponsatí fue «estigmatizar a los madrileños, reírse de ellos y, a su vez, burlarse de nuestro drama, que son los muertos, y mostrar un gran gesto de insolidaridad con la ciudadanía de Madrid».

La misma estigmatización que diferentes colectivos profesionales, como sanitarios, veterinarios o personal de alimentación y de limpieza han padecido durante el confinamiento. «Nos han llegado casos en los que les han destrozados los coches, les han echado gasolina y amoníaco en las puertas de sus casas e incluso les han amenazado», denuncia.

El abandono a la tercera edad

Otro delito que observaron al principo fue la minimización de la importancia de la pandemia porque afectaba fundamentalmente a personas mayores. «Vimos muchos comentarios minusvalorando a las personas mayores y estigmatizándolas, como si por ser mayores no se les tuviera que dar el mismo valor».

Por ello, desde MCI decidieron también denunciar al Departamento de Salud de la Generalitat de Cataluña por la implementación de una ‘Guía para sus sanitarios de Emergencias’ en la que recomendaban a sus sanitarios evitar ingresar a pacientes de más de 80 años. Es decir, «pretendían ignorar totalmente a los mayores».

«La parte positiva fue la reacción de los médicos, pues dijeron que eso era inaplicable», confiesa.

La policía de los balcones

Además de la gerontofobia, Ibarra añade que en estos momentos también ha emergido la paidofobia, el odio a los niños. «No somos números, somos personas. Y al igual que la dignidad no se pierde con la edad, un niño de cuatro años también tiene derechos».

Lo que no puede tolerarse es que «personas mayores que salen a pasear a sus perros sean insultadas o que padres que salen a pasear con sus hijos con autismo tengan que ponerles un distintivo azul para que los vecinos no les abucheen. Eso me recuerda a las marcas que les ponían a la gente en Auschwitz».

«Hay que educar en libertad y responsabilidad, pero no debemos convertirnos en la policía de los balcones. Los balcones deberían tener otra función».

Sin embargo, al igual que los gestos de intolerancia han sido continuos a muchos niveles, «también ha habido muchos gestos de solidaridad. Me deja inquieto no saber hacia dònde iremos. Supongo que dependerá de la sociedad en la que nos queramos convertir», concluye Ibarra.

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