Néstor Ortiz
Las protectoras de animales se están viendo muy afectadas por la COVID-19, dado que a los problemas estructurales que ya enfrentan normalmente, se suman ahora el descenso de donaciones, la falta de voluntarios y el probable abandono de mascotas que seguirá a la crisis, dejándolas en una difícil situación a lo largo y ancho del país.
El descenso de donaciones ha sido abrumador, «podría decir, sin miedo a equivocarme, que del 70 por ciento», nos aproxima Beatriz Heyder. Ella gestiona el refugio «La Pradera Equivida» (A Coruña) un espacio destinado a la protección y recuperación del galgo y del caballo.
Heyder es muy crítica con la política gubernamental hacia los refugios. «Se destinan fondos a mantener macro refugios, en lugar de a la esterilización, que sería lo que evitaría la proliferación de perros». Porque quien ama a los animales quiere que vivan bien, y sufre al verlos hacinados y encarcelados.
Saturación
Desde que se aprobó la Ley Cero, los refugios están saturados. Al no poderse sacrificar a los animales, estos no dejan de llegar a los refugios. Ley Cero, que prohíbe el sacrificio de animales, podría ser una gran medida, pero al carecer de otros apoyos, afecta perjudicialmente a dos problemas estructurales. El primero es que siguen naciendo cachorros de manera descontrolada. Nunca ha habido un control de la natalidad animal, y ahora tampoco de la mortalidad: se genera superpoblación. El segundo, que la educación de la mayoría de la sociedad invita a los propietarios a abandonar a sus mascotas, a la vez que no les hace responsabilizarse de la natalidad, la identificación, ni del cuidado de sus mascotas.
«La proliferación de los perros es exponencial», explica Amalia Melendreras, veterinaria y presidenta de la Asociación Nacional de Peritos y Forenses Veterinarios. También es fundadora de MARA (la Asociación Murciana de Rescate de Animales). Al igual que Heyder, es crítica con la Ley Cero, porque, pese a lo deseable de que cese el sacrificio, hace que los perros se acumulen en los centros.
«Son campos de concentración para animales. Los perros pasan toda la vida ahí, sin poder salir», nos explica Beatriz. «Pueden cuidarles bien, pero no pueden darles el tratamiento individualizado que necesitan. Ni sacarles a pasear lo suficiente, ni darles el cariño que requieren para recuperarse después de situaciones de violencia», añade Amalia.
Tanto Amalia como Beatriz colaboran con el programa Vio-pet, que busca hogares de acogida para las mascotas de mujeres maltratadas. Conocen la violencia que viven los animales, y cómo las personas violentas los usan para desahogar sus frustraciones. Ambas coinciden: hay un problema de educación.
Hasta que se eduque, hace falta profesionalizar las protectoras de animales. También fomentar la esterilización (que reduzca la cantidad de perros). Por último, poner chips (que, por la identificación del dueño, dificultan el abandono). Sin los tres pasos, se acabará generando no solo un problema para muchos animales (que sufrirán irremediablemente) sino un serio problema de salud pública. En otras palabras: se acabarán volviendo una plaga y sufriendo maltrato indiscriminado.
La COVID-19
Ahora, con la cuarentena, la situación de las protectoras no es mejor. Siguen igual de saturadas, y tienen menos recursos. «La mayoría de protectoras de animales se financian de forma privada. Es decir, mediante aportaciones de personas como tú y como yo», explica Amalia.
Todas las personas que han perdido sus ingresos ya no pueden aportar a los refugios. «Es comprensible que cuando la gente tiene que decidir entre apoyar al refugio y dar de comer a sus hijos, haga lo segundo», reconoce Heyder.
Las protectoras necesitan dinero para alimentar a los animales. También para vacunas, desparasitaciones, castraciones y chips. Las veterinarias intentan colaborar, y hacen muchos descuentos. Beatriz explica cómo las protectoras de animales tienen grandes deudas con las veterinarias por eso. «Siempre intentan ayudarnos, pero no pueden más: tienen que comer».
«Las veterinarias podemos ayudar, pero no dejamos de vivir de esto. Por mucho que solo cobremos los materiales (ni la mano de obra ni la formación), no podemos asumir todos los gastos de esta situación», relata Melendreras.
Las dos activistas coinciden: es necesario que el Estado tome medidas en esta situación, y estas pasan necesariamente por una castración obligatoria que regule la natalidad. Es el único modo de evitar que los animales sigan aglomerándose en los refugios.
En estos momentos no solo es que los refugios tengan menos ingresos. Las protectoras solían recoger sacos de pienso en los supermercados, al modo de las operaciones Kilo. Ahora no pueden hacerlo, por la cuarentena. Además, muchos voluntarios no pueden hacerse cargo de animales, y está limitado el tiempo para cuidarlos a causa del confinamiento. No se puede atender a los animales como se debería.
Abandono
A la falta de recursos se suma un futuro problema. Las adopciones han aumentado. La gente quiere tener perros a los que sacar a la calle. Las protectoras no dejan adoptar a cualquiera. Se preocupen mucho por a quién dejan al cuidado de los animales que tienen a su cargo. Pero aún así es probable que parte de los animales adoptados terminen siendo abandonados.
Más allá de eso, Beatriz y Amalia nos explican cómo siempre que hay crisis aumentan los abandonos. «Eso va a pasar, solo es cuestión de tiempo», dice Amalia.
«Es difícil juzgar a una persona que no tiene dinero para comer y no puede hacerse cargo de su mascota. Puede quererla mucho, pero a lo mejor no la puede alimentar. Entonces, muchas veces, la abandona», explica Beatriz.
«Precisamente las protectoras deberían estar para asumir este tipo de situaciones. Las protectoras deberían hacerse cargo de casos de fuerza mayor, no de irresponsabilidad, no de maltrato», critica Amalia.
De nuevo: educación y esterilización como soluciones a un problema estructural. «Ahora estamos saturadas, y no podemos hacernos cargo de la situación que se avecina. Conforme la gente se vea sin recursos, aumentarán los abandonos», concluye Amalia.
Melendreras anima a que, quienes no puedan hacerse cargo de sus mascotas, negocien una solución con protectoras, ayuntamientos, o incluso con la Guardia Civil. «Una protectora preferirá intentar ayudar a quien demuestre necesitarlo antes que hacerse plenamente cargo del animal. Es más fácil colaborar con gastos de comida y veterinaria que acogerle. Lo segundo implica más sitio, más cuidados, y menos atención para el animal».
El objetivo al final es sólo uno: que todos los animales tengan un buen hogar, en el que poder vivir felices, saludables, respetados y queridos.
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