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Voltaire (1694-1778), entre la tolerancia y la crítica, visita a su mansión en Francia

Voltaire, Ferney, mansión ©abianco

Extraño y controversial personaje Voltaire (Francois-Marie Arouet), nacido en el siglo diecisiete, en plena Ilustración, fue hombre de teatro pero paso a la historia por su filosofía.

Condenaba la intolerancia, pero él criticaba sin piedad. No obstante, fue un defensor acérrimo de la libertad de culto y de expresión y bregó incansablemente por la justicia social.

Fue amante de la ciencia y divulgó las ideas de Newton, entronizó la razón y fue feroz crítico de la religión y los prejuicios sociales. Estuvo varias veces preso y en exilio por tanta controversia.

Vivió como un buen burgués, sintió la adulación de la nobleza pero también su desprecio y supo que «poderoso caballero es don Dinero» aunque no conoció a Quevedo. Resolvió hacerse rico, muy rico, jugando a la lotería con un método especial, e invirtiendo en diferentes negocios.

En pleno Iluminismo, siendo uno de los enciclopedistas, afirmó sus ideas de libertad y proclamó una sociedad más justa, más tolerante y más fraternal.

Visitar su mansión, a pocos kilómetros de Ginebra, en el simpático pueblo de Ferney, en Francia, es una excursión agradable y también inmersiva en el Siglo de las luces, y en sus ideas, que parecen tener resonancia en la actualidad.

Voltaire adquiere en 1758 este palacio, sin saber que pasaría en él los veinte años más creativos de su existencia. Es en esta mansión donde escribe «Tratado sobre la Tolerancia», donde combate la injusticia social y defiende a los perseguidos por razones religiosas y políticas.

Alejado de Versalles, de París, encuentra en esta bella propiedad el sosiego para escribir, pensar y recibir a notables de toda Europa que buscan su lucidez mental, sus conocimientos y su originalidad de pensamiento.

Voltaire se sentía bien en Ginebra, pero el fuerte espíritu protestante afixia al filósofo y aunque Ginebra le complace busca un lugar más solitario, Ferney le ofrece libertad e independencia, lo que él deseaba.

El escritor comienza los trabajos sobre las ruinas de un antiguo castillo medieval del siglo doce y también es práctico y moderno porque busca planos que le den comodidad al inmueble. Los arreglos se acabaron en 1762, y se agrandó en 1765.

Después de la muerte de Voltaire se vendieron los inmuebles y pasó a manos de diferentes dueños, hasta que en 1999, la familia Lambert, cede el castillo al estado francés.

Sofia atiende la recepción y la tienda de libros y regalos, y me comenta: «Llegan visitantes de todas partes, hay muchas actividades culturales y es gratificante ver el interés por los textos de Voltaire, su pensamiento parece estar vivo».

El palacete está rodeado de un parque de siete hectáreas que fue visitado en el siglo diecinueve por Chateaubriand, Stendhal, Flaubert, que admiraron las ideas del filósofo, algo parecido sucede ahora.

«A mi me gusta venir, leer sus escritos, me inspira», me dice un joven universitario. Me cuenta, que cuando leyó Candido, donde critica el optimismo del filósofo Leibnitz, vio que el texto no era solo crítica y aventuras, había una nueva manera de ver la realidad y que la cultura del trabajo salvaba al hombre.

Comentamos como el propio Voltaire puso en practica sus conceptos, le dio valor al dinero y procuró hacer negocios que lo enriquecieran. Cuando compra la propiedad, Voltaire desarrolla el lugar, promueve el pavimento de calles, la canalización de aguas servidas, ayuda a la construcción de casas, de una fontana pública y de un teatro, apoya a los artesanos a comercializar la cerámica local y la manufactura relojera. Se interesa por la agricultura, introduce nuevas herramientas y conceptos agrícolas a los paisanos.

Voltaire era un empresario, un hombre pensante y progresista.

El estudiante se va y yo camino hacia la casa por un sendero donde veo una capilla que era originaria del lugar. El jardinero me cuenta que el clérigo se niega a desplazarla, Voltaire acepta y sin permisos coloca una placa donde le dedica la capilla a Dios, se hace construir su tumba al costado, pensando en ser enterrado en su casa, pero, al morir en París, lo entierran en una abadía y luego lo transfieren al Panteón de París. Coincidimos que es un lugar respetable para un hombre que le dio a Francia una «nueva visión» y una filosofía de tolerancia e igualdad.

Al entrar en la casa, la gran sala nos recibe, junto el gabinete de cuadros, el escritorio de Voltaire, su biblioteca de siete mil volúmenes, ejes en la vida del filósofo que alojaba a personalidades y compartía sus estudios, consciente de su influencia y proyección intelectual. Su dormitorio, donde a veces trabajaba durante la noche, completan el ala izquierda de la mansión.

En la parte superior se encuentra la imprenta, donde se imprimían sus folletos y libros, con algunos ejemplares.

El ala norte de la propiedad está dedicada a los cuartos reservados para madame Denis, su sobrina y amante durante sus últimos años de vida.

La vida amorosa de Voltaire es digna de película, a pesar de no tener una figura apuesta tenía éxito con las mujeres. Su gran amor fue la científica Émilie du Châtelet, con quien tuvo una relación de más de quince años, trabajó con ella en su libro La filosofía de Newton, fue gran divulgador de las teorías del científico inglés, a quien admiraba, como admiraba, asimismo, la cultura y la economía inglesa.

En esos años, viviendo en el castillo de madame Châtelet, logró equilibrar sus finanzas, escribir y leer junto a la marquesa. También retomó su carrera teatral, hasta que la marquesa se enamoró de un joven y lo abandonó como amante. Voltaire, aunque se enfureció, reconoció los hechos, mostrando su raciocinio.

Lo invita Federico II de Prusia a Berlin, donde fue nombrado académico, pero se envuelve en nuevos conflictos y se refugia en Suiza, en Ginebra, a orillas del Lago Leman. Cuando compra la propiedad de Ferney, en Francia, se establece con su sobrina Denis, logrando la ansiada paz y estabilidad.

En 1759 publica Candido y luego Tratado sobre la intolerancia y en 1764, el Diccionario filosófico, entre otros libros. En 1778 vuelve a París donde lo reciben con todos los honores, pero su salud se quebranta y muere el 30 de mayo, a los 83 años.

Larga vida, como fue larga e intensa su lucidez y penetración intelectual, diseñando los nuevos tiempos con el ascenso de la burguesía, la empresa privada, la libertad individual, el pensamiento racional y una sociedad más justa e igualitaria.

Al visitar su mansión sentimos que su pensamiento «parece estar vivo», frente a tanta intolerancia, desigualdad y guerras:

«La libertad de pensamiento es la vida del alma»
«No es la desigualdad la verdadera desgracia, es la dependencia»
«Nuestro trabajo nos preserva de tres grandes males: el cansancio, el vicio y la necesidad»
«El paraiso es donde estoy»

1 COMMENT

  1. Pensadores, que aunque hayan sido de otro siglo sus legajos siguen vigentes.
    Gracias.

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