Fue una mujer que rompió tabúes en la sociedad española del siglo veinte. Poeta, deportista, corresponsal de guerra, anarquista, exiliada… Ana María Martínez Sagi (1907-2000) vivió intensamente una vida de activismo cultural y político que atravesó la dictadura de Primo de Rivera, la Segunda República, el exilio y el regreso a una España para ella irreconocible una vez recuperada la democracia tras la muerte de Franco.
El escritor Juan Manuel de Prada acaba de publicar «El derecho a soñar» (Espasa) una extensa biografía de esta mujer extraordinaria en dos volúmenes que ocupan más de 1700 páginas. Prada ya había abordado el personaje en «Las esquinas del aire» tras haberlo descubierto en una entrevista de González-Ruano, pero ahora vuelve sobre él después de haber conocido y conversado con Ana María Sagi poco antes de morir, de investigar en su vida y en su obra y de recabar los testimonios de muchas personas que la conocieron y la trataron.
Claro que Juan Manuel de Prada no se limita sólo a contar la vida de Ana María Sagi sino que simultáneamente reproduce y analiza a fondo su obra poética y periodística, cuenta las peripecias de las personas que la acompañaron en su trayectoria y se detiene en historiar los periodos en los que le tocó vivir.
De todo este corpus se desprenden las luces y las sombras de una mujer excepcional, poeta exquisita, feminista, periodista osada, anarquista radical, lesbiana enamorada y no correspondida, de trato difícil y comportamiento errático, quien murió en una residencia de Santpedor el 2 de enero de 2000 dejando inédita «La voz sola», una obra por cuya publicación había dejado de mostrar interés desde hacía años (se publicó en 2019).
Hija de un empresario del textil y de una madre autoritaria con la que siempre mantuvo fuertes enfrentamientos, se formó en la Escuela de Bellas Artes, donde conoció a Rusiñol y a Miquel Farré, quien ilustró su libro «Inquietud», y se relacionó muy pronto con poetas y escritores de la época como Mario Verdaguer y Víctor Catalá, y sobre todo con Elisabeth Mulder, con quien vivió un intenso romance finalmente frustrado.
Comenzó a colaborar en la prensa de la época («Las Noticias», «El Noticiero Regional», «Mujeres») mientras simultaneaba sus actividades con una profunda dedicación al deporte (tenis, jabalina, natación, remo, atletismo) desde el Club Femení d’Esports, del que era directiva. Fue la primera mujer europea en formar parte de la directiva de un club de fútbol, el Barça, como vocal de Cultura y Propaganda.
Su primer poemario, «Camino», de influencias modernistas y tardorrománticas, recibió críticas elogiosas y también negativas, como la de Pilar Valderrama. Colaboró en periódicos republicanos como la barcelonesa «La Rambla» y la madrileña «Crónica», con entrevistas a mujeres y artículos de opinión en los que defendía el sufragio femenino y el estatuto de Cataluña.
Su segundo libro de poemas, «Inquietud», fue revisado por Elisabeth Mulder durante los días en que ambas mujeres mantenían una relación amorosa y erótica de explícito reflejo en estas páginas. Tal vez por este contenido el libro fue ignorado por la crítica.
En 1933 pasó sus vacaciones en Galicia (Vigo, Cangas, Bayona), donde escribió «Elogio de la mujer gallega», publicado en «Crónica» el 10 de septiembre de ese año. Colabora en otras publicaciones como «Brisas», mientras escribe los poemas que formarán «Laberinto de presencias», que no publicará hasta 1969.
Durante la guerra civil, seguidora del movimiento anarquista de Durruti, hizo de corresponsal y de fotógrafa en el frente de Aragón, fue herida en una ocasión y sufrió un accidente de coche. Abandonó «La Rambla» para colaborar en el anarquista «La Noche», incautado por la CNT, y en «El Nuevo Aragón» con artículos militantes y sectarios y también con algunas poesías. También hace fotografías para esos periódicos y para «La Vanguardia».
En 1939 abandonó Barcelona para exiliarse en Francia, donde la sorprendió la Guerra Mundial. Colaboró con la Resistencia francesa y sobrevivió con los dibujos que hacía como pintora de calle y de una curiosa actividad: dio clases de español al escritor André Maurois.
Después de conocer a Claude, padre de su hija Patricia, quien murió de meningitis a los siete años, se instaló en Montauroux antes de iniciar su última aventura biográfica como profesora en la Universidad de Illinois.
De vuelta a España
Cuando Ana María Martínez Sagi vuelve a España ya no es la activista que abandonó el país en 1939 ni la delicada poeta que escribía unos versos sublimes llenos de pasión y erotismo. Es una anciana huraña e inadaptada, derrotada por la vida, que consigue una pensión del Estado español por sus años de dedicación (pocos) como administrativa en el Ayuntamiento de Barcelona y otra de la universidad de Illinois. Aun así vivía pobremente, pero a su muerte se descubrió una cuenta a su nombre con dieciocho millones de pesetas cuyo origen es aún un misterio sin desvelar.
Quiso reencontrarse con Elizabeth Mulder, pero la escritora, poeta y antigua amante, nunca llegó a recibirla. Quienes trataron a Ana María Sagi destacan sus manías de persona con trastornos síquicos, fabuladora de episodios falsos e inventora de encuentros con personajes que nunca tuvieron lugar (Prada lo llama síndrome de Forrest Gump).
El segundo volumen de esta biografía lo dedica Juan Manuel de Prada a la etapa que va desde el final de la guerra civil a su muerte en 2000. Personalmente recomiendo su lectura en el sentido inverso al que está publicado. Tal vez por ofrecer una visión original, el autor comienza a relatar esta etapa en el último tramo de la vida de Ana María Sagi (1978-2000) y lo termina en los años 1939-1942), una lectura que exige un esfuerzo adicional, pues obliga a hacer un recorrido cronológico inverso al que se había ofrecido en el primer volumen de esta obra. Aún así, hay que reconocer el gran esfuerzo de investigación y la documentación abrumadora que contienen ambos volúmenes.
Si hay que hacer alguna crítica, creo que algunos episodios históricos están tratados con un sesgo ideológico que debiera haber sido evitado. Incluso en algunas expresiones semánticas: «Hasta la definitiva caída de Cataluña, Barcelona será una ciudad castigada desde el cielo por la aviación franquista; y la aviación republicana defeca asiduamente sus bombas sobre Zaragoza» (P. 565).