La plaza del Sector Descubridores de Tres Cantos se convirtió en un espacio de duelo y resistencia durante el fin de semana del 28 y 29 de junio, cuando convocados por el Grupo Local de Amnistía Internacional, que coordina María José de Tena-Dávila, decenas de personas mantuvieron una vigilia de veinticuatro horas en la que fueron pronunciados, uno tras otro, los nombres y los datos de identificación de miles de gazatíes asesinados en los bombardeos israelíes.
El gesto buscó romper la frialdad de las cifras, “individualizar la muerte” y recordar que detrás de cada número hay un rostro, una historia y una familia.
La iniciativa nace de una reflexión moral profunda. «Esta vigilia es una respuesta cívica y ordenada a esa suerte de caos moral, de bancarrota de la esperanza, a la que nos ha llevado nuestra impotencia ante la barbarie israelí en Gaza», explicó en la presentación Florentino Blanco Trejo, portavoz del grupo organizador.
Para el activista, la aparente paralización de la comunidad internacional no exime a la ciudadanía de «resistir moralmente, no dudar sobre el sentido de la lucha» y actuar allí donde aún es posible hacerlo.
El programa, detallado en la convocatoria previa, situó el inicio de la vigilia el sábado 28 a las 18.00 horas y su cierre exactamente un día después. Quien deseaba participar solo tenía que inscribirse con la franja horaria escogida o acercarse de forma espontánea; la organización actualizó los turnos en función de la afluencia.
Mientras una voz tras otra recitaba el extenso listado de víctimas, breves intervenciones musicales, poéticas o reflexivas permitieron tomar aire sin romper el clima de recogimiento.
Algunos voluntarios optaron, además, por el ayuno total durante las veinticuatro horas «como forma de solidarizarse simbólicamente con el sufrimiento añadido que provocan el bloqueo y la hambruna» que padece la población gazatí.
La dimensión simbólica se reforzó con la presencia de escritoras palestinas conectadas desde el exilio —Mona Almsaddar y Doha Kahlut, entre otras—, cuyos poemas traducía al instante el arabista Ignacio Gutiérrez de Terán.
La palabra poética se convirtió así en puente entre la franja devastada y un rincón del norte de Madrid.
Detrás de la cuidada liturgia quedó la labor de investigación de Amnistía Internacional. La organización ha reunido evidencias que, según la Convención de 1948, permiten calificar los hechos como genocidio. Entre ellas se citan cuatro grandes bloques: la intención genocida explícita de responsables israelíes, los bombardeos indiscriminados en zonas densamente pobladas, la negación sistemática de bienes básicos y la destrucción cultural planificada.
«Nombrar a cada persona —insisten los activistas— es negarse a que su vida termine en una estadística».
La vigilia también quiso traducir las cifras a experiencias concretas.
En un solo día se alcanzó a leer algo más de 4.000 nombres —apenas un siete por ciento de las 57.000 víctimas certificadas por el Ministerio de Sanidad palestino hasta la última actualización—, de las cuales casi 17.000 eran niños y niñas.
El desfase entre la magnitud del crimen y la modestia del acto fue reconocido sin reservas: «Quedan todavía muchos nombres por leer», subrayó Tino el balance final, invitando a prolongar la lectura en otros espacios y tiempos.
En la mañana del domingo 29, se abrió un espacio en el que el editor de Aquí Madrid, Rafael Jiménez, hizo una reflexión sobre que entre las víctimas se encontraran decenas de periodistas palestinos, asesinados y asesinadas por la decisión del Gobierno de Israel de imponer un apagón informativo sobre sus operaciones militares, sobre las que ya se ha abierto una investigación por genocidio en la Corte Penal Internacional.
Más allá de Tres Cantos, la convocatoria se inserta en una oleada de movilizaciones que recorre la península. El 14 de junio, miles de personas ocuparon la plaza de la Virgen en Valencia; una semana después, el Museo Reina Sofía de Madrid volvió a llenarse bajo el lema «Por una paz justa. Alto el fuego definitivo», y 125 municipios se sumaron a la exigencia de embargo de armas a Israel.
La vigilia tricantina pretendía mantener encendida esa atención cuando el conflicto entra en su vigésimo mes y hay estimaciones de que el número de víctimas puede superar el medio millón según fuentes palestinas y de la OMS.
Para los organizadores, el acto no aspiraba a ser un «gran evento mediático»: se trataba de «un largo gesto de acompañamiento en el dolor, trazado en el silencio».
Silencio que, sin embargo, se llenó de contenido político. Además de la lectura de nombres, mesas informativas recordaron la obligación de los Estados de defender el Derecho Internacional Humanitario y de apoyar la investigación abierta en la Corte Penal Internacional sobre crímenes de guerra.
A la caída del sol, los cuerpos cansados sobre los bancos de madera, los participantes renovaron su compromiso de mantener la «trama de los cuidados» y no ceder al cinismo ni a la desesperanza.
La poeta palestina Razán Malash, presente en la plaza, resumió la sensación compartida: «Quizá nuestro gesto sea pequeño frente a la barbarie, pero la solidaridad que late aquí es un recordatorio de que la dignidad humana sigue viva».
Su frase resonó cuando la última lista se cerró y el micrófono se apagó, dejando flotando una pregunta: ¿Qué hacemos con los nombres que faltan?
La respuesta se adivina en el eco que aún corre por los soportales de Tres Cantos: seguir leyéndolos, hasta que cada víctima sea recordada y cada vida, al fin, cuente.