Desde 1970, la empresa Unclaimed Baggage (Equipages No reclamados) es un boyante negocio que prospera en Estados Unidos gracias a la negligencia de los viajeros que pierden sus equipajes en un vuelo y no lo reclaman o se cansan de esperar que se tramite su reclamación.
Pero sobre todo gracias a la política de reclamaciones de las compañías aéreas que «no encuentran» los objetos perdidos.
De los cerca de cuatro mil millones y medio de equipajes que transitan anualmente por los aeropuertos (en años sin virus, se entiende) cerca de veinticinco millones se pierden y el 0,3 por ciento de ellos nunca serán devueltos a sus propietarios, según la información publicada en The Hustle (periódico digital de información económica y tecnológica)
Los responsables de los aeropuertos no conservan indefinidamente los objetos olvidados o perdidos por los viajeros, tampoco los tiran ni los regalan. Normalmente los venden a los noventa días, en Estados Unidos a Unclaimed Baggage, compañía que se promociona como «el único detallista de equipajes perdidos» del país. Lo que paga por ellos sirve para amortizar una parte de las cantidades que gastan los aeropuertos en indemnizaciones a los clientes perjudicados.
La información explica que Unclaimed Baggage –empresa que acumula sus adquisiciones en un almacén de Scottsboro, en Alabama- compra «a ciegas», tanto por kilos como por unidades, y clasifica sus adquisiciones en aptas para la reventa, la reutilización, el reciclado o los desechos.
A la pregunta de cómo es posible que con los actuales medios de comunicación continúe siendo a veces imposible encontrar una maleta perdida, o cualquier otro objeto –normalmente de un tamaño importante-, Hugo Doyle Owens, fundador de la empresa, respondió en 1984 a un reportero del diario económico Wall Street Journal: «Nosotros somos un negocio. No estamos hechos para encontrar la Samsonite de su tía Jane».
El autor de la información se pregunta mediante qué olvido, o falta de insistencia en la reclamación, Unclaimed Baggage ha conseguido, en distintos momentos de su existencia, hacerse con una maleta Gucci llena de antigüedades egipcias de mil quinientos años antes de nuestra era, una cámara Nikkon del programa Space Shuyyle de la NASA o un violín construido por un alumno de Stradivarius.
Hugo Doyle Owens, quien nació y creció en Scottboro, regresó del frente de la guerra de Corea y encontró trabajo en una aseguradora; radioaficionado, dedicaba parte de su tiempo a conectar con amigos y extranjeros. A los 39 años, y un poco harto de su rutina diaria, se enteró por la radio de que una compañía de autobuses de Washington quería deshacerse de gran cantidad de equipajes «no reclamados» que había ido acumulando. A Owens le pareció que podía ser el momento de iniciar una empresa. Pidió prestados trescientos dólares a su suegro y compró el lote completo.
Ayudado por su mujer y sus dos hijos, catalogó los objetos que contenían las maletas, alquiló un espacio en las afueras de la ciudad y los colocó en estanterías, pintó el primer cartel –Unclaimed Baggage- que los automovilistas veían al pasar, publicó un anuncio por palabras en el periódico local y vendió todo en menos de veinticuatro horas. Otro sueño americano cumplido, otra vez verificada la american way of life.
En 1978 Owens –quien falleció en 2016- firmó acuerdos con las compañías Eastern Airlines, National Airlines y Air Florida (hoy desaparecida). Al filo de los años, el negocio, hoy en manos del hijo del fundador que lo ha convertido también en un destino turístico de la zona, ha aumentado gracias a los acuerdos con otras compañías aéreas, de pasajeros y de carga, y con grupos hoteleros: «Nunca sabemos lo que hay en las maletas antes de abrirlas», declara siempre que le preguntan.
Según Brenda Cantrell, directora del almacén, el sesenta por ciento de los artículos que contienen las maletas es ropa y accesorios, como auriculares, tabletas y libros electrónicos y almohadas cervicales. Pero también han encontrado trajes de novia, alianzas y anillos de compromiso, un Rolex valorado en más de medio millón de dólares, marionetas, cámaras de fotos y vídeo, peluches y hasta el xilofón utilizado en la gira mundial de Neil Diamond en 2008. Por lo visto, a veces son los propietarios quienes compran en el almacén de Owens sus «objetos perdidos».