Juan de Dios Ramírez-Heredia[1]

Me tiemblan las manos al empezar a escribir estas líneas. Y me resisto a aceptar que lo que estoy leyendo y viendo en el vídeo casero que me han enviado pueda ser verdad. Una mujer gitana, acompañada de sus hijos ―tienen cuatro― llora desconsolada, dando alaridos de dolor, junto a sus hijos que tirados al suelo abrazan el cuerpo de su padre, ya muerto por causa de las balas asesinas de un tipo que creyó defender así su campo de habas. 

No tengo más información que la que me han transmitido desde Huelva algunos ciudadanos. Pero es suficiente para que pueda expresar en estas líneas el sentimiento de consternación que me embarga.

Los hechos

El fallecido era un pobre hombre de 45 años que caminaba por un paraje conocido como Dehesa de López o Camino de Bollullos perteneciente al pequeño pueblo de Rociana del Condado que está a un kilómetro escaso de la población. Iba acompañado de su hijo pequeño de solo siete años.

¿Dónde iba? Vaya usted a saber. Algún día lo sabremos cuando el Juzgado levante el secreto del sumario.

Lo cierto es que la víctima era un ciudadano natural de Castilla-La Mancha que llevaba más de diez años viviendo en Rociana y que incluso estaba casado con una gitana rocianera.

Me dice Juan José Cortés, gitano que ha desarrollado su labor pastoral en aquel pueblo, que conocía muy bien a la víctima, a la que no duda en definir como «un gitano bueno, una buena persona». Cuando el niño vio a su padre tirado en el suelo, sangrando, salió corriendo a avisar a la madre y a sus hermanos. Ya se pueden imaginar la escena. El pobre gitano murió como consecuencia de los dos tiros que recibió: uno en la cara y otro en el pecho.

Por las declaraciones que ha hecho la Guardia Civil encargada de la investigación y por las que ha efectuado el alcalde del pueblo, el asesino es un hombre jubilado, de unos setenta años, que armado con una escopeta de caza «abrió fuego pensando que estaba siendo víctima de un robo en su finca».

¿Un cubo con unas cuantas matas de habas es el precio de una vida?

En el vídeo que he recibido y que acompaña a estas letras alguien se lamenta diciendo «no hay derecho, le han matado por poner en un cubo unas cuantas matas de habas». Parece ser que este es el móvil. El gitano y su hijito de siete años salieron a buscar unas matas de habas a un sitio que estaba a un tiro de piedra de su casa. Era al medio día. Hacía un tiempo resplandeciente.

El sospechoso de ser un ladrón que podía arrasar el campo del viejo agricultor no llevaba más que un cubo en una mano y de la otra a su pequeño hijo. Supongo que para matar el hambre de la familia, unas habas echadas en la cazuela, con un poco de sal y un chorro de aceite podían ayudar a pasar el día. ¡Que poco podía imaginar que le esperaba un demonio asesino, escopeta cargada en ristre!

Me dicen que en el pueblo todo el mundo se conoce. ¿Conocía el viejo asesino al gitano que tan solo pretendía coger unas matas de habas para trampear el hambre de su familia? Quería impedir que le robaran la cosecha, pero, ¿cómo? ¿Dónde estaba el camión, el carro o la furgoneta para arrasar con una parte de la plantación? No, solo estaban en el escenario del crimen un pobre padre de familia, un niño pequeño de siete años, y un cubo para transportar el botín.

Ahora es la hora de los carroñeros

No pasarán muchas horas en que no aparezcan los racistas de siempre, diciendo: ¡Bien! «uno menos»; o los «bien intencionados», que también los hay, justificando al asesino del que dirán que solo había actuado en defensa de su propiedad. Y, como no, tampoco me extrañaría que en algún medio de comunicación se ofreciera una información envenenada diciendo que «el manchego» era un delincuente habitual.

Temiendo estoy a los comentaristas habituales que como el de Karrantza (Navarra) no se escondía para decir públicamente en las redes sociales: «Putos gitanos de mierda. Me cago en Dios. Estoy de una mala hostia que dan ganas de salir y darles fuego». 

¡Cuánto odio, cuanta ceguera, cuanto racismo asesino hay en las palabras de este demonio que ofende a Dios y quiere quemarnos vivos en nuestras casas con nuestros padres e hijos! Y que nadie diga que es producto de un momento de ofuscación. Sus palabras no se improvisan. Sus amenazas están bien formuladas. Y su decisión de hacernos daño es a todas luces evidente.

El viejo escopetero de Rociana ha quitado la vida a un padre de familia que ha dejado a una viuda desconsolada y a cuatro niños huérfanos. Y todo por unas matas de habas que no sabemos si llegó a introducir en el cubo. Importe: veinte céntimos de euro.

No es demagogia, no. Es pura realidad que araña en el alma

Hoy centenares de personas, tal vez miles, están pasando hambre en España. No hay periódico, radio o TV que deje de recordarnos que vivimos en un país donde una de cada cuatro familias vive bajo el umbral de la pobreza.

Expertos trabajadores de servicios sociales dicen que «Las familias precarias van a tener problemas de subsistencia. Estamos hablando de gente que está pasando hambre y que tiene que racionar lo poco que tiene, y de familias con niños». En Madrid se reciben casi medio millar de llamadas de auxilio diarias que piden comida.

Afirmo rotundamente que no puede hablar con propiedad del hambre quien nunca la sufrió ni del frío quien nunca lo experimentó. Robar comida cuando se han agotado todos los medios al alcance para pagarla, dar un golpe a un escaparate donde aparecen relucientes los más exquisitos manjares y llevarlo a nuestros hijos cuando ni siquiera tienen un mendrugo con que engañar a las tripas rugientes, eso no es pecado ni Dios llevará al fuego eterno al padre de familia que así actúe, porque por encima del derecho de propiedad está el derecho a la vida que es un don sagrado de Dios.

Sostengo que la justicia divina está junto a los hambrientos de pan y de justicia, porque la justicia de los poderosos te mete en la cárcel por culpa de una gallina que se salió del gallinero.

Hoy el rayo criminal de una escopeta de caza en manos de un podrido asesino ha segado la vida de un padre de cuatro hijos que tan solo quería coger unas matas de habas para echarlas en la olla de la miseria.

  1. Juan de Dios Ramírez-Heredia Montoya es abogado y periodista

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