La llamada «generación de cristal» ha sido criticada por su supuesta fragilidad emocional pero ¿y si estamos ante una infancia extraordinariamente fuerte, forjada entre acontecimientos impredecibles?
Desde el año 2020, los jóvenes han vivido una pandemia mundial, la erupción del volcán de La Palma, danas devastadoras, crisis climáticas y un reciente apagón eléctrico que incomunicó España.
Cada uno de estos episodios ha afectado no solo a la organización de la vida diaria, sino también al estado emocional y mental de quienes viven en las aulas, entre otros.
Impacto en la educación
«Estamos viviendo tanta historia que no entrará en los libros», es una frase que se repite con frecuencia en redes sociales. Pero más allá del humor, hay una realidad psicológica preocupante.
Estudios del Colegio Oficial de Psicología de Madrid y de la Asociación Española de Psiquiatría del Niño y del Adolescente (AEPNYA) advierten que más del cuarenta por ciento de los adolescentes manifiestan síntomas de ansiedad o estrés postraumático tras vivir episodios lacerantes.
En el caso del profesorado, la exigencia constante de adaptarse y la carga emocional aumenta silenciosamente cifras preocupantes de agotamiento e incapacidad sin una formación adecuada.
Los currículos escolares deben dar un paso adelante, urge enseñar a gestionar la ansiedad, a responder con calma ante imprevistos y a tomar decisiones en entornos inestables.
Organizaciones como la UNESCO insisten en una educación reguladora de las emociones en tiempo de crisis y estados de alerta capaces de vivir en una sociedad cambiante y compleja.
El apagón de abril nos recuerda que vivimos en un mundo tecnológicamente dependiente y frágil para el que necesitamos herramientas con las que afrontar estos cortes con serenidad.
Como analizamos en del miedo a la acción, la educación puede ayudar a canalizar la incertidumbre en iniciativas activas y otras formas de participación colectiva.
Una mirada global
A veces, estas crisis sirven para recordar algo fundamental y es lo privilegiados que somos por vivir en un lugar en el que estos acontecimientos traumáticos son excepcionales, porque en otras regiones del mundo, la falta de electricidad, de recursos o incluso de paz es la norma.
Como sociedad no solo debemos prepararnos para lo imprevisto, sino también educar en empatía, la gratitud y el compromiso global.