El 20 de marzo es el día oficial en el que el invierno llega a su fin. El invierno siempre ha sido una estación de paisajes blancos, temperaturas frías y una ocasión para disfrutar de la naturaleza en su máxima expresión.

Sin embargo, en los últimos años, hemos sido testigos de un cambio evidente: las nevadas son cada vez menos frecuentes y las temperaturas invernales han aumentado.

Esta realidad, lejos de ser solo una anécdota climática, es una oportunidad para que la escuela fomente la conciencia ambiental desde edades tempranas.

Aprovechar la llegada del invierno para hacer salidas educativas al entorno natural es una estrategia clave para que los estudiantes comprendan el impacto climático de primera mano. Una excursión a la sierra para observar la falta de nieve o las temperaturas inusualmente templadas puede convertirse en un punto de partida para la reflexión.

En estas salidas, se pueden hacer actividades de observación en las que los niños y niñas registren la temperatura, comparen con registros históricos y describan las diferencias con los inviernos de años anteriores. Invitando al alumnado a aprender con y de la naturaleza, se aumenta la conexión con el medioambiente.

¿Realmente hace frío?

Aunque todavía es común hablar de frío invernal y está claro que hay días en los que la nariz se pone colorada, las temperaturas actuales son significativamente más altas que hace algunas décadas.

En el aula, se puede fomentar la curiosidad científica invitando a los estudiantes a analizar datos climáticos pasados y comparar con los registros actuales. Con gráficos y mapas interactivos, pueden visualizar el calentamiento global como un fenómeno tangible y cercano a su entorno.

Una propuesta educativa puede ser llevar un «diario del clima» durante el invierno con el fin de registrar la temperatura y las condiciones meteorológicas, dibujando o escribiendo sus observaciones.

Transformar la educación para enfrentar el cambio climático

El Real Decreto 36/2022 regula y resalta, por lo menos en la Educación Infantil, la importancia del conocimiento del entorno y el desarrollo de hábitos sostenibles. En particular, subraya la necesidad de que los infantes desarrollen actitudes de respeto y cuidado hacia la naturaleza.

Esta perspectiva se alinea con las recomendaciones de organismos internacionales como la UNESCO, que destaca la educación ambiental como una prioridad para la formación de ciudadanos responsables.

El cambio climático es una realidad que afecta a todos los ámbitos de la vida, y la educación no puede quedar al margen. Convertir la observación del invierno en una experiencia de aprendizaje permite que los más pequeños comprendan la importancia del respeto por la naturaleza y se conviertan en agentes de cambio.

A través de la exploración, la reflexión y el análisis de datos, la escuela puede desempeñar un papel clave en la formación de una nueva generación más consciente y comprometida con el medio ambiente.

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