El pasado 28 de diciembre se cumplía el 125 Aniversario del nacimiento de uno de los inventos que más ha influido en la humanidad en los últimos siglos, cambiando la mirada de la historia. Tanto es así, que a partir de aquel momento el ser humano comenzó a ver al resto de sus congéneres a través de unas imágenes que se movían por sí solas, ocupaban un lugar en el espacio, iban de un sitio para otros e incluso algunos aparatos, como el tren, amenazaban desde la pantalla con atropellarlos. Se llamaba Cinématographe, (Cinematógrafo), y había sido creado por los hermanos Auguste y Louis Lumière.
El evento tendría lugar en el sótano del Grand Café de París ante las exclamaciones de un público atónito que asistía por primera vez en su vida a un espectáculo semejante, proveniente de unas imágenes en movimiento proyectadas sobre una pantalla mientras ellos permanecían sentados.
Según el cartel anunciador, se proyectaron diez películas cortas, de cincuenta segundos de duración cada una, y la entrada costaba un franco. Hoy tanto la duración de cada filme como el número podrían resultar irrisorios, pero en aquel momento fue algo alucinante, lo nunca visto, y nunca mejor dicho. Podría decirse que sería un antes y un después en la historia de una sociedad en plena evolución en los distintos campos, inclinada hacia una cultura del ocio cuando la llamada Belle Epoque daba sus primeros pasos en la que los creadores de imágenes jugarían un papel importante.
El cine como tal pasaría a convertirse en una ventana en movimiento abierta al mundo, a través de la cual hemos podido contemplar los avatares más diversos de la historia, el arte, la literatura en forma de imágenes, la investigación, el espionaje, las guerras, las pasiones humanas, el amor, etcétera.
Mucho han cambiado las cosas desde aquellas primeras imágenes de El regador regado, un film que haría las delicias del público, o la otra titulada La llegada de un tren a la estación de la ciudad, que al ser contemplada algunos espectadores creían asustados que la máquina del tren se les venía encima. Como dato para la historia, valga decir que el gran escritor ruso León Tolstóy, quien fue uno de los primeros espectadores, llegó a decir acerca de aquel invento: «El cinematógrafo ha adivinado el misterio del movimiento, y ahí reside su grandeza».
Han sido miles las películas que se han producido en el mundo desde el nacimiento de dicho invento. Las ha habido de todo tipo, condición y presupuesto, con mejor o peor suerte de taquilla. Desde la creación de auténticas obras de arte hasta bodrios que invitan al sueño eterno.
Por lo que a la duración de una película se refiere, de aquellos primeros cincuenta segundos se ha pasado a películas que duran varias horas, según los gustos de directores o imposición de productores. El famoso director Alfred Hitchcock dijo una frase acerca de lo que debe ser el tiempo adecuado: «La duración de una película tiene que estar directamente relacionada con la capacidad de resistencia de la vejiga de una persona».
Bebiendo de las fuentes del saber, en el libro Las 100 mejores películas, de John Kobal, se citan las que son consideradas las diez mejores películas de la historia, según una encuesta que hizo el autor entre un centenar de críticos de veintidós países. Obras maestras todas ellas, que han mostrado lo más bello, al tiempo que lo más canalla de la vida, de una existencia de la que formamos parte. Estas son, a tenor de los entendidos:
- Ciudadano Kane, de Orson Welles (USA, 1940).
- La regla del juego, de Jean Renoir (Francia, 1939).
- El acorazado Potekim, de Serguei Eisenstein (URSS, 1925).
- Fellini, Ocho y Medio, de Federico Fellini (Italia, 1963).
- Cantando bajo la lluvia, de Gene Kelly y Stanley Donen (USA, 1952).
- Tiempos modernos, de Charles Chaplin (USA, 1935).
- Fresas salvajes, de Igmar Bergman (Suecia, 1957).
- La quimera del oro, de Charles Chaplin (USA, 1925).
- Casablanca, de Michael Curtiz (USA, 1942).
- Rashomon, de Akira Kurosawa (Japón, 1950).