Francisco R. Pastoriza
El caso de la austriaca Ceija Stojka (1933-2013) es uno de esos acontecimientos que se producen cada mucho tiempo sin que haya ningún razonamiento que explique cómo ha sido posible. Autora de cuatro libros y de una obra pictórica muy original, Stojka nunca había tenido un pincel en sus manos antes de que, ya pasaba de los cincuenta, decidió empezar a pintar, con unos resultados sorprendentes, para recoger las vivencias y los recuerdos que la atormentaban desde niña.
Tampoco había sido aficionada a leer ni había pisado una librería hasta que, cuando publicó su primer libro, tuvo que hacer una presentación en una de ellas.
A través de la pintura, la autobiografía y la poesía, Ceija Stojka intentaba liberarse de aquellos recuerdos de infancia, una tortura permanente para una mujer que había sido víctima del porrajmos (la persecución nazi a los gitanos) y del infierno de los campos de exterminio.
La obra de Ceija Stojka es un testimonio excepcional sobre la persecución de los nazis a la comunidad gitana durante los años treinta y cuarenta del siglo veinte, uno de los acontecimientos más olvidados cuando se estudia el holocausto, a pesar de que sus víctimas mortales podrían superar el medio millón. Descendiente de una familia de comerciantes de caballos, de origen húngaro, fue detenida en la caravana en la que vivía con su familia cuando sólo tenía diez años y sobrevivió a tres de los campos de concentración más letales del genocidio nazi: Auschwitz-Birkenau, Ravensbrück y Bergen-Belsen.
Entre 1990 y 2012 Ceija Stojka hizo más de mil dibujos y pinturas en los que recogió episodios de su vida antes, durante y después de la guerra, dando cuenta de hechos cotidianos de la vida de los gitanos y de los acontecimientos dramáticos que sucedieron a la llegada de los nazis al poder.
A pesar de que Stojka no siguió un orden cronológico en el momento de crear su obra, la exposición sigue una estructura progresiva en el desarrollo de los acontecimientos y comienza con los cuadros, muy próximos al estilo naïf, en los que representa su vida de niña en un paisaje idílico en armonía con la naturaleza, el carromato y los caballos bajo cielos de colores rosa, anaranjado y violáceo (“Vida campestre”, “Viaje en verano por los girasoles”, “Una vida sencilla de gitanos”, “Idilio con granja”). En una segunda época pintó el comienzo de la persecución y el momento de la detención de una familia gitana, que podría ser la suya (“¿Dónde están nuestros gitanos?”).
En 1943 fue deportada a Auschwitz y tatuada en un brazo con el número Z6399 (“Auschwitz, 1944”) mientras su padre era internado en Dachau y su madre y sus hermanas Sidi, Kathi y Mitzi enviadas a Ravensbrück, Rechlin-Retzow y Büchenwald.
Su obra “Ravensbrück 1944”, un enorme ojo que ocupa toda la superficie del cuadro, es un símbolo de la vigilancia permanente sobre los ingresados en los campos y también es la mirada de la niña que lo observa todo. Ceija Stojka nunca se pudo liberar de las sensaciones de crueldad y perversidad que contempló durante su estancia el aquel infierno siendo una niña.
En su pintura retrata a las víctimas (“Mujeres del campo de Ravensbrück”) y también a los personajes siniestros que decidían sobre la vida y la muerte de los deportados: vigilantes, capos, militares calzados con aquellas botas que pateaban con brutalidad cuerpos indefensos (“SS”).
En 1945 coincidió con su madre en Bergen-Belsen, donde sobrevivieron comiendo plantas y bebiendo la savia de las ramas que encontraban. Ese es el motivo por el que la rama es uno de los símbolos que identifican la pintura de Ceija, el símbolo de la esperanza. Otros símbolos recurrentes en sus cuadros son las alambradas (la prisión), los cuervos (las almas de los muertos) y los perros (los guardianes).
Una vez liberados los campos de concentración al final de la guerra, Ceija y su madre tuvieron que trasladarse a Austria a pie a través de las ruinas de una Alemania destruida. Tardaron más de tres meses en llegar a Viena. Este episodio es el que cierra la última etapa de la exposición, donde vuelven los paisajes idílicos de la infancia, los árboles, los girasoles, la naturaleza y los cielos naranjas y violetas, unas obras, las de esta época, que bautizó como “pinturas de luz”.
En ellas está también presente la fe cristiana que no perdió durante su internamiento y que Ceija Stojka representa a través de las vírgenes de sus pinturas.
- TÍTULO. Esto ha pasado
- LUGAR. Museo Reina Sofía. Madrid
- FECHAS. Hasta el 23 de marzo de 2020