El maestro jerezano de la guitarra Gerardo Núñez se rodeó para este viaje musical a través del tiempo, de su tiempo y de sus composiciones, de un elenco de maestros: David Carpio al cante, Cepillo, percusionista de resonancias jazzeras, Carmen Cortés bailaora y coreógrafa de reconocida maestría y duende y Toño de Miguel, maestro mundial del contrabajo jazz.
Todos fueron protagonistas. Gerardo Núñez acompañó al cante y al baile. Una puesta en escena perfecta. Un lujo de concierto, no hay palabras para describir a un grupo de artistas que actuaron como en perfecta conjunción astral en su propio universo de músicas.
Fue un concierto genuinamente flamenco, marcado por la guitarra del maestro Núñez, gozoso para oídos amantes o no del flamenco, un flamenco que en todo momento superó cualquier límite musical, rozando un sentido universal.
El concierto
Empezó por su rondeña, se dice bien, una composición de larga trayectoria, con todas las variaciones posibles de la rondeña, a dúo con el cajón milagroso de Ángel Sánchez Cepillo. Cómo no van a entenderse si llevan juntos un cuarto de siglo, invertido en flamenco y jazz flamenco. Cepillo, auténtico maestro para quien el estudio es la práctica, la indagación y escuchar a los maestros. Juntos hacen un dúo formidable.
El maestro Núñez no es de los que salen a escena y no se dirigen al público ni para saludar. Él es cercano, respetuoso, humilde. Siguió por soleá, uno de los cantes de su tierra jerezana desde los inicios del cante y a partir de ahí todo el elenco.
El cante de David Carpio, de rancia dinastía del barrio de San Miguel de Jerez, no es para describir, sino para escucharle, vivirle. Es un cante que penetra hasta los pliegues más profundos del espíritu, que sobrecoge y hace vibrar en los cantes jondos como la soleá o la seguiriya. Y me brota el comentario porque cantó un solo por seguiriyas con su voz única, con un estilo personalísimo que llega a producir escalofríos.
No es fácil la seguiriya. Ni sale igual todos los días. Pero Víctor Carpio, en esa noche del 22 de octubre, en la Sala verde de los Teatros del Canal, la cantó como si fuera el mismísimo espíritu y esencia de la seguiriya. Fue más allá de su estirpe gitana de San Miguel y la Plazuela. Fue la noche de David Carpio.
El grupo transformado en orquesta para acompañar al baile exquisito, refinado de Carmen Cortés, barcelonesa de nacimiento, hija de la emigración andaluza, como toda la grandiosa cantera flamenca catalana, una de las grandes de España.
Carmen es el duende personificado en su danza. En su larga carrera como bailaora y coreógrafa ha ido depurando su baile hasta convertirle en algo único, personal. No se pueden apartar los ojos de sus pies, de su cuerpo. Derrocha belleza. Por alegrías, por soleá, por tangos, por bulerías, por todo. Una maestra, una grande de la danza.
Hubo solo de cajón de Cepillo, en clave de flamenco – jazz. Como todos los protagonistas de la noche a nivel de maestría. Y qué decir de Toño de Miguel, el zaragozano que para comentar su carrera como solista de contrabajo y como miembro de banda y orquesta, se acaba antes diciendo con quien no ha tocado, porque ha tocado con todos los grandes del jazz y del flamenco. El dúo de percusión con Cepillo sobre la madera del contrabajo, puro deleite.
Final festero por bulerías, con todos de pie, al más puro estilo de patio de vecinos jerezano, cada uno se marcó su pasito de baile, incluidos Toño y Gerardo. Bueno, de ellos, es un decir. Por todo lo grande Carmen Cortés.
Esta Suma Flamenca «al sur del sur» está haciendo época.