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Secuestro y asesinato de Yolanda González hace 45 años

Yolanda González Martín

Andreu Pagès[1]

En la madrugada del 2 de febrero de 1980, nuestra compañera Yolanda González Martín, militante de dieciocho años de edad del Partido Socialista de los Trabajadores (PST), fue asesinada en Madrid por el comando Grupo 41 del Batallón Vasco Español.

La noche anterior había sido secuestrada en su casa por un comando de este grupo fascista dirigido por Emilio Hellín Moro. Fue torturada e interrogada y finalmente Hellín le disparó dos tiros en la cabeza y fue rematada por otro miembro del pelotón, Ignacio Abad, cuando aún estaba viva. Su cuerpo fue abandonado en un camino cerca de Alcorcón.

La excusa de su asesinato era la venganza por la muerte en atentado de seis guardias civiles en la mañana del día 1 de febrero. La acusaron de formar parte de un pelotón de ETA en Madrid. Era una falsedad en toda regla.

La lucha de Yolanda

Yolanda era militante socialista desde los dieciséis años y, en el momento de su muerte era militante del PST, una organización política trotskista. Era hija de una familia obrera de Bilbao, trabajaba como empleada del hogar y estudiaba electrónica en un instituto.

Formaba parte, además, de la Coordinadora de Estudiantes de Enseñanzas Medias de Madrid, donde tenía un papel destacado. En aquel momento, la Coordinadora impulsaba una potente movilización contra la intención del gobierno de imponer un estatuto de centros docentes.

Teniendo en cuenta estas circunstancias, es difícil creer que alguien pensara seriamente que Yolanda fuera miembro de ETA. Fue una persona muy destacada en un momento de grandes movilizaciones tanto de estudiantes como de la clase obrera, que también luchaba contra el Estatuto de los Trabajadores.

Su papel activo en la lucha de los estudiantes molestaba y posiblemente alguien difundió su nombre en los ambientes de extrema derecha y, como era vasca, tenían la excusa perfecta.

Pero el asesinato de Yolanda hay que enmarcarlo en su momento histórico: la Transición Política o, mejor dicho, la «Transición Sangrienta» tal como la denominó en su libro Mariano Sánchez Soler, entonces militante del PST. Solo entre los años 1975 y 1983 murieron 127 personas y fueron heridas 1072 a causa de la violencia institucional (policía, grupos fascistas). Víctimas todas ellas de una política y una estrategia conscientes para controlar las movilizaciones populares.

Los años 1979 y 1980 fueron testigos de grandes marchas de los estudiantes de Enseñanzas Medias, de los maestros y trabajadores de otros sectores, cada cual en contra de los respectivos estatutos que el gobierno de Adolfo Suárez intentaba imponer. Sin embargo, cada sector luchaba por su cuenta, hasta que los estudiantes se empezaron a coordinar con el movimiento de maestros en huelga indefinida, rompiendo las trabas de las direcciones sindicales con un movimiento asambleario de elección directa de representantes, en el que participaba también otro compañero nuestro, que viajaba a Madrid para la coordinación.

Pero cada intento de ir más lejos fracasaba a causa de las direcciones sindicales y, en la calle, la policía intentaba de forma violenta que las manifestaciones respectivas no se encontraran nunca. La unión de las movilizaciones habría dado un gran impulso en las luchas. Pero la amenaza de la unidad de obreros y estudiantes convocaba al fantasma del Mayo del 68 de París. Y éste era un riesgo que nadie quería correr. El asesinato de Yolanda significó el fin de la movilización de los estudiantes.

Detención y juicio de los culpables

Una vez detenidos los autores y cómplices del secuestro y del asesinato de Yolanda, se comprobó su implicación con el aparato de Estado y que todos ellos eran miembros del partido franquista Fuerza Nueva. Los más significativos eran:

  • David Martínez Loza, jefe de seguridad de Fuerza Nueva. Él fue quien ordenó a Emilio Hellín a localizar a Yolanda González, quien ya había sido objeto de vigilancia, y obligarla a declarar sobre su supuesta relación con ETA. Fue condenado a seis años de prisión.
  • Emilio Hellín Moro, militante de Fuerza Nueva y jefe del comando. Tenía un ordenador PET 2001 Commodore que podía estar conectado a servicios de información. Desapareció durante la instrucción. Verdugo y asesino de Yolanda. Condenado a 43 años de prisión. Nunca se arrepintió de su acción.
  • José Hellín Moro, hermano de Emilio y guardia civil. No participó en los hechos, pero estaba totalmente al corriente y no informó de ello. No fue juzgado.
  • Juan Carlos Rodas Crespo, policía nacional. Confesó los hechos a sus superiores y permitió la detención de los miembros del pelotón. Condenado a tres meses de arresto.

El proceso de instrucción fue dirigido por el juez ultraderechista Varón Cobos, quien desde el inicio intentó evitar que Martínez Loza fuera inculpado. Una fuerte campaña de la familia de Yolanda, del PST y de varios abogados obligó a su imputación.

Durante la instrucción, Hellín Moro se fugó de la prisión en la que se encontraba con la ayuda de una pistola que «alguien» le había entregado. Fue uno de los diversos intentos de fuga, imposibles de llevar a cabo sin la colaboración de miembros del aparato de Estado.

Los amigos invisibles de Emilio Hellín

Una vez condenado, el juez de Vigilancia Penitenciaria le concedió permisos de salida, en contra del criterio del centro penitenciario. Finalmente, en 1987 huyó a Paraguay, donde trabajó para la dictadura de Stroessner y donde hacía una vida normal sin que la embajada española se enterara. Fue un periodista del semanario Interviu quién lo localizó. De nuevo, la familia de Yolanda y él hicieron una campaña pública de denuncia para que se pidiera su extradición que finalmente se produjo en 1990.

Emilio Hellín, con una condena de 43 años, obtuvo la libertad condicional en 1996. Cumplió catorce años de prisión efectiva. Una vez en libertad condicional, se cambió el nombre de Emilio por el de Luis Enrique y creó una empresa de formación sobre técnicas forenses de espionaje y rastreo informático que trabajaba para el Ministerio del Interior. En estos cursos participaron policías nacionales, guardias civiles, ertzainas y un mosso d’esquadra. Además, comenzó a trabajar como perito forense.

Cuando estos hechos se hicieron públicos, gracias a un reportaje del diario El País, la familia, los antiguos compañeros y compañeras y los partidos surgidos del PST, Corriente Roja y Lucha Internacionalista, iniciaron de nuevo una campaña para pedir explicaciones a los gobiernos español, vasco y catalán y denunciar el hecho de que una persona con sus antecedentes formara a policías y actuara como perito forense.

Toda la trayectoria de Emilio Hellín ha mostrado que dispone aún de múltiples complicidades dentro del aparato de Estado, después de más de cuarenta años del asesinato de Yolanda:

  • Condenado a 43 años de prisión, solo ha cumplido catorce años con dos fugas, entre ellas una a Paraguay, por la que no fue condenado porque no se hizo constar en la solicitud de extradición. Una persona con su historial de fugas tendría que haber cumplido su condena completa.
  • Con su trayectoria judicial, sus fugas y exmiembro del BVE, no es normal que se pueda cambiar el nombre tan fácilmente.
  • Su orientación laboral en libertad lo ha vuelto a relacionar con las fuerzas de seguridad y con el aparato judicial. Ha tenido que disponer de mucho apoyo para volver a montar la nueva empresa.

Como perito forense, Hellín ha intervenido, muy a menudo, en casos en que se estaban juzgando a miembros del PP por causas de corrupción. En Cataluña, intervino en el caso de Laura Borràs, gracias a la recomendación de su abogado, Gonzalo Boye, porque lo consideraba que estaba entre los mejores.

Recordar a Yolanda y aquel momento histórico

Escribe Mariano Aguirre en su libro La Transición Sangrienta que «las víctimas de la violencia política pueden morir dos veces: con su asesinato y con el olvido». Semanas antes y después, otras personas fueron asesinadas por la extrema derecha, pero muchos de los autores no fueron juzgados. Los de Yolanda fueron a juicio porque la familia y el PST lucharon para que así fuera.

Hoy nos conviene recordarla porque estamos en un momento de ascenso, a escala mundial, de la extrema derecha, que, ahora, como antes, continúa teniendo vínculos con el aparato de Estado (el Estado español es un ejemplo de manual). Ahora, como antes, la extrema derecha pretende debilitar las luchas de la clase trabajadora, atacando primero los derechos de sus sectores más débiles (minorías, mujeres, migrantes, colectivo LGTBI+). Ahora, como antes, niega los derechos de los pueblos como Palestina y en Ucrania.

La lucha de Yolanda como mujer, socialista y vasca continúa vigente. Y desde Lucha Internacionalista la seguimos llevando.

Yolanda, ¡hasta el socialismo siempre!

  1. Andreu Pagès, miembros de Lucha Internacionalista.

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