En marzo 2021 el Consejo de Ministros declaró el 6 de octubre como el Día Nacional del Cine Español. La fecha conmemora el día en que terminó el rodaje en 1951 de «Esa pareja feliz», una de las películas clásicas de nuestro cine, dirigida por Juan Antonio Bardem y Luis García Berlanga y protagonizada por Fernando Fernán Gómez, de quienes este año se ha celebrado el centenario de su nacimiento (el de Bardem será en junio de 2022).
El cine español del mudo a Hollywood
El nacimiento del cine en España coincidió con los graves acontecimientos históricos de la pérdida de las últimas colonias, la guerra de Marruecos, la Semana Trágica y la monarquía de Alfonso XIII. Los pioneros de nuestro cine procedían fundamentalmente del campo de la fotografía y sus primeras obras, como en Europa, fueron para documentar acontecimientos de la realidad contemporánea del país y también de su vida cotidiana.
Pero la utilidad del cine como entretenimiento y el nacimiento de una industria cada vez más poderosa orientaron la producción cinematográfica hacia la ficción. Los primeros realizadores españoles, que tan sólo eran camarógrafos, se interesaron por la elaboración de obras que superasen el documentalismo de la realidad contemporánea de aquellos años. Tenían a su disposición dos fuentes poderosas en las que inspirar sus películas: por una parte la Historia y por otra la Literatura y el Teatro.
Dos de los primeros directores españoles, Ricardo de Baños y Albert Marro rodaron en equipo sus primeras obras cinematográficas de ficción apoyándose en esos géneros: «Don Juan de Serrallonga» y «Justicia del Rey Felipe», ambas de 1910, y «Don Pedro el Cruel», de 1911, el año en que también registraron las primeras películas inspiradas en el folletín literario («La madre») y en el mito romántico de Carmen («Carmen, la hija del contrabandista»).
Ya independientes, Baños fue el primero que adaptó obras de teatro de Jacinto Benavente («La malquerida», 1914) y de Joaquín Dicenta («Juan José», 1916), mientras Marro trabajaba con el escritor Vicente Blasco Ibáñez en la adaptación de la novela «Entre naranjos» en 1914.
Después de la Primera Guerra Mundial, Madrid se convirtió en el principal centro de la industria cinematográfica española, aún de cine mudo, con el nacimiento de productoras como Iberia Films, Patria Films, Film Española y sobre todo Atlántida, mientras en Cataluña y Valencia surgía también una poderosa cinematografía con nombres como Segundo Chomón y Fructuoso Gelabert, quienes perfeccionaron el cine fantástico y la ficción dramática.
Con la Dictadura de Primo de Rivera en 1923 nació un cine fuertemente vigilado por la censura, en el que destacaron algunos nombres como el de José Buchs, quien adaptó al cine varias zarzuelas, un género en el que cosechó éxitos como «La verbena de La Paloma».
Durante la Segunda República el cine español alcanzó su madurez con importantes cotas de producción y calidad, con una rica variedad temática, el descubrimiento de grandes intérpretes y el talento de nuevos directores, que renovaron la cinematografía española aportando obras rupturistas junto a producciones clásicas de realizadores que venían de la etapa anterior, como Benito Perojo, Fernando Delgado y Florián Rey. Entre los realizadores que aportaron obras vanguardistas a nuestra cinematografía destacan los nombres de Ernesto Giménez Caballero («Esencia de verbena»), Nemesio M. Sobrevila («El sexto sentido») y sobre todo Luis Buñuel («Las Hurdes»).
La aparición del cine sonoro obligó a la industria cinematográfica española a adaptarse a una transformación radical que abarcó todos los sectores de producción, desde los presupuestos narrativos y la puesta en escena hasta la manera de actuar de los actores y actrices, muchas de cuyas carreras se frustraron al no poder adaptarse al nuevo medio mientras se expandía el star system, un nuevo universo mediático basado en la admiración y el seguimiento de los intérpretes.
Las primeras películas sonoras españolas eran originalmente mudas, como «La aldea maldita», de Florian Rey y «Prim», de José Buchs, ambas de 1930, que fueron posteriormente sincronizadas para su proyección en las salas dotadas con las nuevas tecnologías que reproducían el sonido. Dos grandes empresas, Filmófono y Cifesa, acapararon la mayor parte de la producción cinematográfica española de esos años. En 1935 Rosario Pi se convirtió en la primera mujer que dirigió una película española.
Fue en estos años cuando Hollywood fijó su vista en autores y guionistas españoles que se trasladaron a la meca del cine para escribir adaptaciones de obras literarias españolas y también guiones originales, junto a las versiones de clásicos en español.
El cineasta Edgar Neville, los dramaturgos Luis Fernández Ardavín, Enrique Jardiel Poncela y José López Rubio, y el humorista Antonio de Lara, ‘Tono’, viajaron a Hollywood contratados por la Metro y la Paramount junto a otros menos conocidos como Eduardo Ugarte o Baltasar Fernández Cué, para vivir una experiencia única (intimaron con Charles Chaplin, Mary Pickford, Douglas Fairbanks) pero sin que pudiesen aportar apenas algunos guiones a la industria americana, casi todos sin estrenar.
A las puertas de Hollywood, el talento de los creadores españoles se detuvo ante el estallido de la guerra civil, que frustró el progreso de una cinematografía que había alcanzado importantes cotas de calidad y difusión.