En el siglo diecisiete, la ciudad calvinista de Amsterdam era uno de los centros neurálgicos del comercio internacional. A su puerto llegaban mercaderías de todo el mundo que desde allí se exportaban a los rincones más distantes de la Europa de aquellos años.
La clase social en auge, surgida de aquella actividad mercantil, se convirtió en fuente de mecenazgo para la miríada de artistas que buscaban en aquella ciudad una plataforma para dar a conocer sus obras. Muchos de ellos consiguieron el reconocimiento internacional y, por eso, el diecisiete es considerado como el siglo de oro de la pintura holandesa.
Entre todos ellos sobresalía la figura de Rembrandt, quien había llegado a la ciudad desde Leiden invitado por Hendrick Uylenburgh, cuyo taller dirigió hasta 1636 (entre sus alumnos Ferdinand Bol, Gerbrand van den Eeckhout y Govert Flinck) y con cuya prima Saskia se casó en 1634.
Pintor, dibujante, grabador y retratista, los burgomaestres, concejales y prohombres que residían o visitaban la ciudad lo buscaban para que inmortalizase sus figuras y ensalzase sus méritos en alguno de aquellos cuadros que eran admirados en toda Europa.
Rembrandt pudo haber hecho cientos de retratos de aquellos personajes, orgullosos de tener la ocasión de posar para el artista cuya fama trascendía las fronteras a pesar de estar sometidos a las rígidas condiciones que imponía el autor para que no interfiriesen en su trabajo.
Además, Rembrandt, presa de un narcisismo irrefrenable, se hizo innumerables autorretratos a lo largo de su vida, presentándose como burgués, mendigo, apóstol o pintor, retratos que utilizaba también como cartas de presentación para convencer a sus clientes.
En las exposiciones retrospectivas del artista que se hacen ahora en todo el mundo siempre hay alguno de estos autorretratos, pero nunca se había organizado una muestra de sus obras dedicada exclusivamente al género.
El museo Thyssen Bornemisza acaba de inaugurar en Madrid la primera, en la que, junto a 39 de estos retratos y autorretratos, figuran otros de pintores de aquel siglo, sus contemporáneos residentes también en Amsterdam: Cornelis Ketel, Nicolaes Eliasz, Werner van den Valckert, Thomas de Keyser… a los que se sumaron otros artistas atraídos por la fama de Rembrandt y por un mercado del arte que había generado una frenética actividad de los marchantes y una insólita eclosión de talleres y galerías.
Desde Haarlem llegó Batholomeus van der Helst; desde Frisia lo hizo Jacob Backer; desde Alemania Joachim von Sandrart y Jürgen Ovens.
En Amsterdam, Rembrandt renovó el género del retrato, dando a sus modelos una apariencia de libertad y dinamismo inédita hasta entonces, a la que añadió elementos propios de escenas mitológicas y religiosas, así como de la pintura histórica. En ocasiones el resultado ofrecía una información del personaje más cercana a la sicología que al parecido físico.
El retrato que practicó Rembrandt y muchos de los artistas contemporáneos que coincidieron con él en aquel mismo espacio iba más allá de estampar sus rostros o sus figuras en los lienzos, y así aparecen retratos de grupos, de matrimonios y de familias, de artesanos en plena faena, de cirujanos impartiendo lecciones de anatomía, de hombres de negocios, de escritores y también de artistas.
La muerte de Saskia en 1642 atenuó el ritmo de producción de Rembrandt, obligado a encargarse del cuidado de su hijo Tito, que apenas contaba un año de edad. Tres años más tarde ingresó al servicio de la casa Hendrickje Stoffels, con quien terminó casándose y teniendo una hija, Cornelia.
Los años siguientes, Rembrandt siguió desarrollando un estilo propio, alejado de las modas del momento y de las exigencias del mercado, lo que le costó perder importantes encargos, como la decoración de las salas del ayuntamiento de la plaza Dam.
Fueron años difíciles económicamente, que le obligaron a vender su colección de pinturas y trasladarse a vivir a un barrio de clase obrera. A pesar de su declive económico, seguía siendo una figura reconocida y muy influyente para las nuevas generaciones.
La historia hizo justicia con su obra y en los siglos diecinueve y veinte fue admirado por artistas como Goya, Van Gogh, Eugène Delacroix, Honoré Daumier, Marc Chagall, Picasso o Francis Bacon.
La exposición del Thyssen
La exposición del Thyssen se ordena en nueve salas que acogen en orden cronológico la evolución del género del retrato desde incluso antes de la llegada de Rembrandt a Amsterdam.
A continuación se incluyen sus comienzos como retratista, una sala dedicada a “Rembrandt y sus rivales” y un espacio para los “retratos de pequeña escala“, al que sigue otro dedicado a su trabajo como grabador, con una selección de retratos privados y autorretratos. La exposición termina con “Los años finales”, con los retratos que Rembrandt hizo entre 1660 y 1670.
- Título y enlace. Rembrandt y el retrato en Amsterdam 1590-1670
- LUGAR. Museo Thyssen Bornemisza. Madrid
- FECHAS. Hasta el 24 de mayo