El festival flamenco de Majadahonda tiene dos hitos que avalan su personalidad. Además de los dos conciertos de flamenco de raíz o de vanguardia, uno de jazz, blues, rock y metal y la hasta ahora presentación del último ganador o ganadora de la Lámpara Minera del Concurso Internacional del Cante de las Minas de La Unión, este año amplía la tradición y también presentará el Premio Desplante el próximo sábado 30 de noviembre.
En esta edición el jazz ha estado a cargo del veterano maestro del género, en otras ocasiones flamenco fusión, en esta poca fusión y mucho jazz, pero como siempre un concierto extraordinario, de esos en los que se echa de menos poder bailar.
Raimundo Amador, gitano de las 3000 Viviendas, barrio periférico sevillano al que muchos asocian a droga y delincuencia, barrio donde no entra según dicen ni la policía, pero por lo que yo sé, barrio de gente muy decente y con arte para dar y tomar.
Raimundo Amador, 65 años, seis hijos, quince nietos y una biznieta, -esta información la dio él en persona en medio del concierto, –espontáneamente y sin proponérselo puso de manifiesto una vez más , que la familia entre los gitanos es el pilar sobre el que asientan sus vidas, en el que se apoyan sin fisuras.
Siempre digo y no me canso que los gachés tenemos mucho que aprender de los calés en este y otros aspectos.
Raimundo Amador se presentó con un elenco de lujo, un quinteto formado por él mismo, esta vez con su guitarra eléctrica y su voz negra, a medio camino de la de Louis Amstrong, aunque la verdad es que no la prodigó mucho. Una cantante, anunciada como coros, pero que fue mucho más que coros, una excelente cantante de blues, Ana González; una flauta y saxo que sonaba como recién llegado de New Orleans, Alejandro Escalera; el bajo que nunca puede faltar en un concierto de jazz y músicas afines, Gino Tunessi y a la batería Javier Vargas.
Un quinteto que sonó como una jazzband, con Raimundo como maestro de ceremonias, comunicador con el público y arrancando sonidos múltiples, bien acordados y coordinados a su guitarra, dejando espacios solistas para su equipo, formando dúo con cada uno de ellos, o sonando todo el conjunto en un derroche de variaciones, versionados, arreglos y composiciones propias en gran parte del concierto. Es cierto que dio los títulos de algunas, como los Blues de la Frontera, Camarón, Candela, Bolleré, Hoy no estoy pá nadie, los Blues de Falillo, Plata o cromo, etc., etc,
Nunca me cansaré de decir que como en tantos otros conciertos, haya un programa de mano o por lo menos un QR donde el público pueda consultar el repertorio, set list o como quieran llamarlo. Ya sabemos que sobre esa base establecida, que siempre existe, se improvisa en cada concierto, y se agradece que informen de las improvisaciones de ese día. Pues no hay manera, salvo en contadísimas excepciones.
Pero sin duda el concierto fue de state of the arts, con un Raimundo actuando continuamente, de principio a fin, recorriendo la escena, de artista en artista, ayudado así parece por su pareja para mover el cable de la guitarra de aquí para allá, lo que dio una nota de domesticidad al concierto.
Raimundo Amador, además de ser maestro en su estilo de música, también lo es en cercanía con el público, algo nada fácil; es el prototipo del self made man. Su mestizaje musical puede ser consecuencia de su propio mestizaje y de la historia que lleva a sus espaldas, hasta convertirse en un referente de apertura a otras músicas y culturas desde sus raíces, que nunca abandonará.
Esto lo debe a su sentido musical innato, a su enorme curiosidad y capacidad para aprender y asimilar todo lo que considere que de algún modo se identifica con su idiosincrasia. Las raíces de fatiguitas del flamenco y las raíces de la esclavitud negra, tan lejanas en la distancia y tan cercanas en su esencia.
Y dos cualidades más tan necesarias para crecer, personal y profesionalmente: La sencillez y la humildad.
Solo así se entiende la grandeza de Raimundo Amador.