En «Queso de cabra y té con sal» (Veins of the world, Las raíces del mundo) la realizadora Byambasuren Davaa (La historia del camello que llora, El perro mongol, Los dos caballos de Gengis Khan), nacida en Mongolia y residente en Alemania, ha creado una excelente fábula sobre los estragos de la mundialización con la infancia como protagonista.
El pequeño Amra, perteneciente a una de las últimas tribus nómadas de Mongolia[1], tiene doce años y vive con su familia recorriendo las inmensas estepas del país de Asia Central para alimentar a su rebaño de cabras y vendiendo el queso que fabrican con su leche.
El modo de vida de las familias nómadas está amenazado por las compañías mineras que buscan por todos los medios expulsarlas para buscar el oro que se esconde en esas tierras. Erdene, el padre de Amra, mecánico, es uno de los más firmes opositores a esos proyectos y trata de convencer a sus vecinos para que no acepten las indemnizaciones que les ofrecen por marcharse.
Amra asiste a la escuela y sueña con participar en un concurso de canto que organiza la televisión del país; si lo gana, irá a la capital, Ulán Bator, y se hará famoso. Cuando el padre de Amra muere en un accidente, Amra quiere rendirle homenaje dedicándole la canción que escuchaba de pequeño, una melodía que habla del pueblo y de la tierra.
«Queso de cabra y té con sal»[2] no es una película de niños ni un tratado de iniciación. Es un hermoso cuento poético para adultos que, a base de imágenes de una belleza deslumbrante, explica cómo la modernidad ha llegado también a los inmensos espacios donde los últimos nómadas siguen viviendo en sus yurtas, esas enormes tiendas construidas con palos y pieles, en unas tierras que cada vez son más difíciles de defender.
La presión de las compañías mineras es muy fuerte y la necesidad de dinero acuciante hasta el punto de que, poco a poco, las familias van abandonando, a cambio de un puñado de denarios, una resistencia que es a la vez política y cultural, y que intenta conciliar tradición y progreso.
Es una película sensible en la que la naturaleza es la protagonista principal: las cabras, los caballos, las flores, las hierbas, los anticuados modelos de automóviles rehechos una y mil veces y los hombres conforman un universo coherente «desfigurado por las máquinas que manejan capitalistas sin escrúpulos».
El pequeño Amra, «con una voz magnífica, se convierte en una especie de icono de un proyecto que hace posible la atracción de la ciudad y el progreso con la conservación de las creencias ancestrales y las tradiciones» (avoir-alire.com).
- En Mongolia hay recursos minerales sin explotar por valor de uno a tres billones de dólares estadounidenses.
El 3,7 por ciento de los mongoles trabajan en la minería, que se practica en las veintiuna provincias, incluida la región de la capital.
El 4,8 por ciento de todo el país (es decir, 74.579 kilómetros cuadrados, una superficie mayor que la del Estado Libre de Baviera) está en manos de las empresas mineras (Estas cifras sólo incluyen las minas legales).
El 30 por ciento del PIB de Mongolia procede del sector minero. Y la tendencia va en aumento. La dependencia de Mongolia de las grandes minas, en gran parte en manos extranjeras y cofinanciadas por el Banco Europeo de Desarrollo Regional, es inmensa.
Numerosos políticos mongoles y jefes de empresas mineras también aparecieron en los Papeles de Panamá que se publicaron en 2016. - «Queso de cabra y té con sal» llega a los cines madrileños el viernes 14 de octubre de 2022.