El Partido Socialista Obrero Español (PSOE) celebró hace un par de semanas su cuarenta Congreso en el que, aparte de esos abrazos generacionales cerrando heridas pasadas, el partido ha proclamado a bombo y platillo que hoy por hoy es un partido socialdemócrata, añadiéndole al hecho un par de etiquetas a cual más efectista, porque también es feminista y verde.

Contemplando el hecho a día de hoy, de este año 2021, me viene a la memoria la historia de un viejo amigo que le tocó vivir en los años setenta del pasado siglo lo que podría denominarse como una «travesía del desierto» en este viejo partido al atreverse, el muy insensato o iluso, a afiliarse al mismo manifestando de entrada que él era socialdemócrata, en un tiempo en el que la ideología oficial, el santo y seña, era el marxismo puro y duro.  

Tal vez debido a su juventud, o al hecho de que había vivido varios años en Alemania, conociendo directamente la socialdemocracia practicada por políticos como Willy Brandt, canciller socialdemócrata que fuera en del país germano entre 1969 y 1974, al regresar a España se encontró mi amigo conque ser socialdemócrata era un a modo de falta grave, y además por partida doble: para el imperante Régimen dictatorial franquista, al considerarle como un rojo peligroso y además de ideas extranjerizantes, y para los socialistas del interior, pues llevar el sello de socialdemócrata a las espaldas era sinónimo de tipo raro, raro… tirando a sospechoso. Para afiliarse al PSOE en el año 1977 tuvo que buscar los correspondientes avales de dos conocidos de dentro del partido para recibir el visto bueno y pasar a formar parte de la organización. 

Dos años antes, en 1975 había muerto el inquilino de El Pardo, el dictador Francisco Franco, por lo que comenzaba a acabarse un Régimen represivo de cuarenta años, al tiempo que España comenzaba a  amanecer en una nueva democracia tan ansiada como necesaria. 

Recobrada la libertad, comenzarían a nacer partidos políticos como setas en otoño, pero lo cierto es que en aquel nuevo país, yendo al ala progresista, si querías ser considerado de izquierdas, de la izquierda fetén, debías militar como mínimo en el Partido Comunista de España (PCE), y ya si pretendías ir de nota, lo suyo era pertenecer a la ORT (Organización Revolucionaria de Trabajadores), a la  LCR  (Liga Comunista Revolucionaria), o incluso la Joven Guardia Roja, comandada por Pina López Gay. Si además de todo eso portabas bajo la axila o sobaquina «El Libro Rojo» de Mao Tse Tung, eso ya era para elevarte a los altares de las esencias progres. Ante este panorama, mi amigo el socialdemócrata permanecía en las catacumbas, no se atrevía a abrir la boca, era un tipo insignificante, ajeno a la revolución pendiente. 

El PSOE era en aquellos años oficialmente un partido marxista, con todo lo que ello significaba. En el año 1979 celebraría el veintiocho Congreso, en el que el entonces secretario general, Felipe González, abogaría por abandonar las tesis marxistas, idea que sería rechazada, por lo que renunciaría a la secretaría general. En consecuencia una comisión gestora convocaría meses después un congreso extraordinario, en el que se abandonarían definitivamente los postulados marxistas, aceptando el llamado socialismo democrático como identidad oficial del partido.

Todo ello, después del enfrentamiento en el congreso extraordinario de las dos corrientes existentes en el seno del partido: los moderados, partidarios de abandonar el marxismo, al frente de los cuales estaban Felipe González y Alfonso Guerra, y los críticos, con Pablo Castellano y Francisco Bustelo como máximos representantes. El resultado sería de un 86 por ciento a favor de abandonar las teorías de Marx, frente a un siete por ciento, que eran partidarios de seguir defendiendo las tesis marxistas.  

Han pasado ahora más de cuarenta años de todo aquello, y cuando el PSOE actual se vanagloria ahora de ser un partido socialdemócrata, mi viejo amigo sonríe mirando su viejo carné que le lleva acompañando cuarenta y cuatro años, desde cuando él, un tipo raro para los tiempos que corrían, se atrevió  manifestar al intentar afiliarse que él era un socialdemócrata…

Aunque a fuer de sincero, permítanme decirles que aquel tipo, que como tantos otros jóvenes progres de entonces se acicalaba con pantalones campana, barba hasta el ombligo, camisas con cuello como alerones para volar y chaquetas de pana, la pana sociata, era el que suscribe, servidor de ustedes, portando hoy, eso sí, el zurrón y las vivencias de los años transcurridos a mis espaldas…  

Conrado Granado
@conradogranado. Periodista. Licenciado en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid. He trabajado en la Secretaría de Comunicación e Imagen de UGT-Confederal. He colaborado en diversos medios de comunicación, como El País Semanal, Tiempo, Unión, Interviú, Sal y Pimienta, Madriz, Hoy, Diario 16 y otros. Tengo escritos hasta la fecha siete libros: «Memorias de un internado», «Todo sobre el tabaco: de Cristóbal Colón a Terenci Moix», «Lenguaje y comunicación», «Y los españoles emigraron», «Carne de casting: la vida de los otros actores», «Memoria Histórica. Para que no se olvide» y «Una Transición de risa». Soy actor. Pertenezco a la Unión de Actores y Actrices de Madrid, así como a AISGE (Actores, Intérpretes, Sociedad de Gestión).

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