Talaverano de 1954, aunque también de raíces gallegas, que no olvida, Alfredo J. Ramos es, además de poeta, como ahora veremos, editor de amplio alcance y recorrido por importantes núcleos de la industria española del libro.
Pero vayamos ahora a su vena poética. Ya en 1976 un libro suyo, Esquinas del destierro, había obtenido un accésit del premio Adonáis; y una década después, con El sol de medianoche, obtuvo el premio de Poesía de Castilla-La Mancha, galardón que dejó de convocarse al poco tiempo.
Con esos dos precedentes, y un cultivo prolongado de la escritura y, por supuesto, las lecturas, Alfredo ha profundizado en la búsqueda de la palabra poética y a fe mía que en este libro, Piedad, seguido de Adagia andante, que recoge textos escritos en 2020 y 2021, la ha encontrado plenamente.
El libro consta de dos partes, separadas por el autor, incluso en el título del volumen.
Lo abre con Piedad, un poemario que ocupa algo más de la mitad del libro, y en que la figura de la madre (y de la ‘Piedad’, en tanto que escultura e imagen que la simboliza) tiene un papel muy destacado. La madre articula un recorrido por recuerdos de la infancia, pero también representa el refugio ante el desasosiego o la tiniebla. Piedad representa tanto esa nostalgia como el aliento de un cariño que estuvo ahí y que marcó a aquel niño que, adulto, lo evoca y lo recuerda.
«Nada podrá nadie contra ti// si tu madre te quiere» (pag. 41)
El poeta juega con el extrañamiento o distanciamiento como forma posible de acceder a una realidad (el pasado) que se escurre y se desvanece. Un tiempo lejano pero que nunca se ha ido y que intenta apresar con el embrujo de algunas palabras, de algunos fogonazos de recuerdos.
En este primer bloque, A. J. Ramos introduce diez poemas bajo el título común de ‘Saltos en el vacío’, que vienen compuestos en cursiva; son: marcas, siluetas, ráfagas fogonazos espejismos, fragmentos (todas ellas palabras que utiliza en estos poemas) a modo de exorcismos para aclarar su memoria e insertarla en el devenir de un tiempo difícil de explicar de otra manera.
El final de este primer bloque («Por fin// florece// el tiempo») parece ser la confesión de una aceptación de la fugacidad del tiempo y de la necesidad de forjar palabras y silencios para conjurarla.
El segundo bloque Adagia andante está compuesto por una serie de reflexiones, en prosa (aunque no siempre) sobre la naturaleza de la poesía, la tarea del poeta, la esencia del poema. Pensamientos lúcidos de un poeta que ha pensado en el oficio y en su materia; que ha leído y meditado sobre la palabra y el mundo, sobre el vínculo entre ambos. El autor hace referencia en varias ocasiones a los Adagios del norteamericano Wallace Stevens (a quien confieso no haber leído). Pero al margen de ello, sus propuestas tienen la fuerza de quien lleva años pensando y ahondando en lo poético, sus límites y sus potencialidades. Acabo con dos ejemplos:
«La poesía es el camino que la inteligencia recorre para no enloquecer. Tal vez sea su única forma de vencer a la muerte»
Y uno más
«La poesía avanza en todas direcciones. Y busca comprender –o al menos enunciar- lo inexplicable»
Un libro para disfrutar y recuperar la poesía desde la madurez.
- Alfredo J. Ramos
Piedad, seguido de Adagia andante
Ed. Amargord, Madrid, 2022; 102 pags.