El paisaje, siempre el paisaje de la Umbria natal de Perugino circundando el lago Trasimeno, como trasfondo de las escenas religiosas que eran siempre el argumento de los encargos recibidos.
Coincidiendo con las numerosas celebraciones que le rinden homenaje quinientos años después de su muerte, cuando «ha llegado el momento de restituir al maestro el puesto que merece en la historia» con una gran exposición en la Galería Nacional de Umbria, llega a las pantallas europeas «Perugino: El Renacimiento eterno («Perugino. Rinascimento immortale»), documental dirigido por Giovanni Piscaglia, («Van Gogh, de los campos de trigo bajo cielos nublados», «Napoleón: En el nombre del arte»), que cuenta la vida y obra del artista que inspiró a Rafael partiendo de la estrecha relación que tuvo siempre con su tierra, Umbria, y que durante veinte años, de 1480 a 1500, fue el mejor pintor de su tiempo.
El documental, narrado por el actor italiano Marco Bocci (series de TV «Squadra antimafia» y «Las mil y una noches: Aladino y Scherezade»), explica la evolución de Perugino, el artista que navegó entre dos mundos diversos y al mismo tiempo similares: la arquitectura de Piero della Francesca, fundamental en su formación, y su inclinación hacia el arte devocional, perfeccionado en el taller de Verrocchio en Florencia.
Las peculiaridades del artista y su papel en la historia del Renacimiento las cuentan en el documental expertos como Marco Pierini, director de la Galleria Nazuinale dell’Umbria, el director de las gallerie degli Uffizi de Florencia Eike Schmidt, el historiador Franco Cardini y el coreógrafo y bailarín Virgilio Sieni, entre otros, quienes nos guían por las obras maestras de Perugino, de los frescos de la Capilla Sixtina al Nobile Collegio del Cambio y el Archivio de Stato de Perugia, de la Catedral de los Santos Gervasio y Protasio de su pueblo a la Pinacoteca de Bologna.
«Perugino: El Renacimiento eterno[1]» profundiza en la trayectoria del maestro, desde sus inicios en Perugia con «La Adoración de los Magos» (actualmente en la Galería Nacional de Umbría), hasta las obras que lo consagraron como artista en Roma, Florencia y toda Italia. Sus pinturas devocionales, de extraordinaria belleza y armonía, sirvieron de modelo e inspiración a posteriores generaciones de pintores.
Pietro di Cristoforo Vannucci, conocido como Perugino, nació iniciado el siglo quince en Città della Pieve. Tras un primer trabajo en Perugia se trasladó a Florencia para trabajar en el taller de Andrea del Verrocchio, donde encuentró como colega a Leonardo y como alumno a Rafael. Sus caminos se cruzaron con frecuencia «coincidiendo en temas, encargos y estilo», y sobre todo en los retratos. Perugino es tremendamente honesto en los retratos, no hace concesiones, pinta hasta el último pelo de sus modelos.
Paradójicamente, Perugino conocerá los primeros frutos de la fama por haber sido alumno de Piero della Francesca.
Aunque su obra quedó oscurecida por artistas llegados antes y después que él, el nombre del Perugino ha quedado asociado a uno de los períodos de transición en el arte.
El documental destaca su papel en la evolución y en la historia del Renacimiento. Viajando por la península italiana, el espectador descubrirá las obras maestras del artista, como los frescos en el interior de la Capilla Sixtina o las dos salas que le han dedicado en la Galería Nacional de Umbria, donde se conservan los bocetos (cartone) finales de algunos de sus grandes frescos: lo que comienza al carboncillo «en algunos centímetros de papel» acaba convirtiéndose en una fiesta de colores, en paredes enteras que se llenan de personajes –de la antigüedad y de la Biblia, mezcla de profano y sagrado- y de paisajes.
«Gracias a la constancia de su pintura y a su carácter impermeable, Perugino consiguió salir indemne de las mareas de su tiempo. El pintor que el banquero Agostino Chigi consideraba ‘el mejor maestro de Italia’, el emprendedor que supo difundir por toda Italia la marca de fábrica de sus pinturas, gracias a un estilo reconocible y a un lenguaje simple y directo, puso las bases de una pintura armónica, equilibrio perfecto entre hombre y naturaleza, realidad e ideal, inventando composiciones e iconografías capaces de hacer escuela y seducir a las principales cortes italianas» (Eleonora Zamparutti– Arte.it)
Fue el pintor de los colores brillantes, de los rosas y los azules que nadie ha repetido después, de las expresiones que no denotan felicidad ni tristeza, sino una mirada serena en sus extraordinarias Madonas (…)
Los encargos le llegaban de toda Italia, desde Lorenzo el Magnífico, de los Medici, hasta la sofisticada duquesa Isabella d’Este…Perugino no desdeñaba pintar por dinero –de hecho creó auténticas empresas en las ciudades donde residió, con empleados que desarrollaban los pedidos, a los que él añadía el toque final- ni medía el tiempo que tardaba en cumplir los encargos, pero siempre dejaba su impronta en las obras terminadas.
Un ejemplo es el salón de las audiencias del Collegio del Cambio de Perugia, donde se reunían los banqueros, que el maestro llenó de frescos con personajes representando las virtudes cardinales, los signos del zodiaco y figuras antiguas, no procedentes de la Biblia como en la mayor de sus trabajos anteriores.
Contribuyeron a opacar el brillante éxito social de Perugino la estrella ascendente Rafael, su alumno más ilustre, y el pintor, arquitecto y escritor Giorgio Vasari, quien en su obra «Vidas de los mejores pintores, escultores y arquitectos» relegó a un segundo nivel al artista umbro, describiéndole como ejemplo de un pasado artístico que había que superar.
Llegó un momento en que Rafael y Perugino coincidieron, ambos pintaron sendas versiones de «Los desposorios de la Virgen», dos obras casi idénticas, e incluso llegaron a firmar juntos –aunque en ningún momento se encontraron físicamente- la «Trinidad y Santos» en la iglesia de San Severo de Perugia. En 1520 murió Rafael habiendo terminado solo la parte superior del fresco y llamaron a Perugino –que aún viviría veinte años más- para que terminara la obra.
Al final de su larga vida, Perugino cayó en desgracia. Se le acusó de repetitivo, de falto de ideas nuevas. Fue entonces cuando abandonó Perugia, donde había conseguido la fama y el dinero ansiados desde su juventud, y regresó a Umbria, a sus paisajes y a su lago Trasimeno.
Volvió a los colores y a las formas de su tierra, a Città delle Pieve, el lugar donde nació, «no como una derrota sino como una oportunidad, consciente no de que había llegado alguien mejor que él, sino alguien que era tan bueno como lo era él cuando tenía treinta o cuarenta años».
Perugino pasó los últimos veinte años en Umbria, mientras su fama se iba perdiendo tras las genialidades de artistas como Rafael, Leonardo y Miguel Angel. Murió en 1573, a los setenta años -«con el pincel en la mano mientras trabajaba en un último fresco»- enfermo de peste; su cadáver fue arrojado a una fosa común. A partir de aquí comienza la leyenda que asegura que unos frailes recuperaron el cuerpo y lo sepultaron bajo una encina.
En las razzias napoleónicas fueron enviadas a Francia, donde continúan hoy repartidas por varios museos, siete de las tablas pintadas por Perugino para una Adoración de los Magos y el Políptico de San Agustín de la iglesia de su pueblo.
- «Armonía y Belleza». Dos palabras pronunciadas por el narrador Marco Bocci ponen el punto final al documental «Perugino. El Renacimiento eterno», que se estrena en los cines de Madrid el lunes 17 de junio de 2024.